Pedro González
Periodista
Está por ver que el Partido Demócrata del presidente Joe Biden pierda las elecciones legislativas de medio mandato del próximo noviembre, tal y como augura la práctica totalidad de los sondeos. Más aún, después de su gira por la explosiva región de Oriente Medio, de la que, a mi juicio, sale fortalecido.
Desde que aterrizó en Israel en su primera escala, Biden tenía ante sí un extenso campo de minas, cualquiera de las cuales podía hacer saltar por los aires el gran objetivo de un viaje cuidadosamente perfilado en todos sus detalles. Al cabo del periplo y sus múltiples encuentros, el presidente de Estados Unidos ha logrado desactivar las minas, restaurar buena parte de la confianza que el mundo árabe, palestino y los sectores más ortodoxos de Israel habían perdido respecto de la Casa Blanca, y ha abierto esperanzas de solución a plazo de algunos de los problemas más enquistados en la zona.
La mina con mayor carga explosiva de la gira estaba situada en Arabia Saudí, y más en concreto en la personalidad del príncipe heredero, Mohamed Bin Salman (MBS), el indiscutible hombre fuerte del régimen. Biden no le estrechó la mano, se limitó a chocar puños con él y advertirle de que tendría una respuesta, se supone que contundente, si se producían nuevos ataques contra disidentes, al tiempo que le reiteraba considerarle responsable del “escandaloso” asesinato del periodista Jamal Khashoggi, descuartizado en el consulado saudí en Estambul. A su vez, MBS le negó a Biden su responsabilidad en tal asesinato, y adujo para justificarlo la persecución y condena de los ejecutores.
Obviamente, ni Biden ni MBS podían ir públicamente más allá, conscientes ambos de que persistirán los que exijan mayor radicalidad y contundencia respecto del heredero del trono saudí, y no dejen de recordar la promesa electoral de Biden de convertirlo a él y a su país en parias internacionales. Pero, lo cierto es que, desactivada esa mina principal, ambos mandatarios pudieron discutir y ponerse de acuerdo sobre los grandes problemas geopolíticos. Así, Arabia Saudí se aviene a abrir el grifo de la producción petrolera para paliar tanto la escasez de suministros como la subida de precios ante la decisión de Occidente de prescindir de las fuentes energéticas de Rusia.
En la misma línea de confianza, Riad seguirá otorgando a Estados Unidos el papel y el negocio de ser su máximo proveedor de armamento, manteniendo al menos el 80% de los suministros de material americano a Arabia, actualmente el mayor comprador de armas del mundo. MBS obtiene a su vez seguridades de que la Casa Blanca seguirá garantizando la seguridad del Reino, actuando con la determinación, rapidez y contundencia precisas en caso de ataque exterior.
Irán, siempre en el punto de mira
En realidad, este acuerdo, al igual que sucede con Israel, tiene un destinatario principal: Irán, el enemigo común de ambos. Un acuerdo relativamente fácil de concluir en Yedá, sobre todo después de la Declaración de Jerusalén, firmada por Biden y por el primer ministro israelí, Yair Lapid, por la que Washington reafirma su compromiso para trabajar “conjuntamente con otros aliados para confrontar la agresión de Irán y sus actividades desestabilizadoras, ya sean directas o a través de grupos terroristas como Hezbolá, Hamás o la Yihad Islámica”.
Por este acuerdo, además de seguir preservando la supremacía militar de Israel en Oriente Medio (38.000 millones de dólares anuales para las Fuerzas de Defensa de Israel), Estados Unidos se alinea con el Estado judío, y por ende con Arabia Saudí y los Estados del Consejo de Cooperación del Golfo (CCG), en evitar que Irán consiga finalmente el arma nuclear. Un acuerdo que, por el contrario, puede tener como consecuencia inmediata un parón considerable y definitivo en las conversaciones para restablecer el JCPOA entre Irán, Estados Unidos y la UE, forzando más a Teherán a estrechar sus lazos con Moscú y su presidente Vladimir Putin.
Biden también se ha apuntado otro tanto al anunciar la evacuación antes de que concluya el presente año de las fuerzas internacionales, especialmente americanas, asentadas desde hace cuarenta años en las estratégicas islas de Tiran y Sanafir, situadas en el Mar Rojo y equidistantes entre Egipto, Israel y Arabia Saudí. Las islas, bajo soberanía egipcia, estaban reclamadas por Arabia Saudí, pero para transferirlas a Riad hacía falta, además del asentimiento de El Cairo, la anuencia de Israel. Un galimatías cuya resolución triplemente consensuada se apunta Biden.
Cambio para reencauzar la solución palestina
Y, en fin, respecto del eterno e irresuelto problema palestino, el presidente norteamericano no ha encontrado la solución, pero ha abierto una rendija a la esperanza. En primer lugar, alejándose de la postura radical de su antecesor, Donald Trump, decididamente favorable a la anexión por parte de Israel de las cada vez más numerosas y pobladas colonias judías de Cisjordania, y que el anterior primer ministro, actual jefe de la oposición y quizá futuro primer ministro de nuevo, Benjamín Netanyahu, quería llevar a efecto.
Biden ha retomado la vieja doctrina de los dos Estados, al fin y al cabo lo que determinó Naciones Unidas cuando se creó el Estado de Israel en 1948, preconizando que la creación de ese Estado palestino se asiente sobre las fronteras anteriores a 1967. Fue en aquella Guerra de los Seis Días, desarrollada entre el 5 y el 10 de junio, cuando Israel ocupó Cisjordania, Gaza y Jerusalén Este, en la que se considera la última victoria aplastante de Israel sobre sus vecinos árabes.
El contencioso israelo-palestino es quizá ya el último escollo antes de que Arabia Saudí establezca relaciones diplomáticas oficiales normales con Israel. Biden ha limado asperezas cuando afirmó, al reunirse con Mahmoud Abbás, presidente de la Autoridad Palestina (AP), que “el pueblo palestino merece un estado propio independiente y soberano, viable y contiguo, con intercambio de territorios acordados”. Una fórmula que siempre fue la aceptada mayoritariamente por la comunidad internacional, y que rompe la línea de Trump, que aceptaba un Estado palestino discontinuo.
El presidente ha aderezado tal anuncio con otros más sustanciales, sobre todo para el día a día de una población palestina sometida a grandes privaciones. Así, los 316 millones de dólares de ayudas al sistema sanitario y a la UNRWA, la agencia de la ONU dedicada a los refugiados palestinos, paliarán lo que ya se había convertido en una situación vital insostenible.
Todo ello no obsta para que Biden le recordara sutilmente a Abbás que ha prorrogado artificialmente su mandato, expirado en 2009, sin convocar elecciones bajo diferentes pretextos. Es verdad que en la Franja de Gaza no hay más autoridad real que la de Hamás, y que ésta se está adueñando también de la voluntad de los palestinos de Cisjordania apoyándose en el descontento por la mala calidad de vida y la corrupción, pero la Autoridad Palestina tendrá que buscar una solución política que no enquiste y pudra aún más la situación.
Finalmente, pero no un tema menor, Biden se comprometió a que se aclare con toda transparencia la muerte de la prestigiosa periodista palestina Shireen Abu Aqleh, asesinada durante una redada del Ejército israelí en Jenin. La AP facilitó a Estados Unidos la bala que acabó con la vida de la periodista, y la investigación forense arguyó que “el pésimo estado del proyectil no permitía aclarar la responsabilidad del disparo”, atribuido por los palestinos a un soldado israelí. Esta conclusión ha sido asumida por medios como The New York Times y Associated Press. Estos medios y muchos otros se encargarán de recordárselo a Biden.
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