José Antonio de Yturriaga
Embajador de España y profesor de Derecho Diplomático
Amedida que se intensifica la agresión armada de Rusia a Ucrania y aumenta el cansancio en Occidente por las inconveniencias económicas producidas como consecuencia del conflicto, empiezan a surgir las posiciones terceristas de supuesta equidistancia, que propugnan conseguir la paz, no mediante la cesión del agresor, sino merced a las concesiones del agredido. Se llega con ellas no ya a poner en pie de igualdad a uno y otro, sino que sitúan en desventaja al agredido frente a su agresor, porque sobre él se ejerce una presión “razonable” para que realice negociaciones con él con el fin de logra la paz. Botón de muestra son las declaraciones poco afortunadas del papa Francisco y del presidente de la República Francesa, Emmanuel Macron, que no sé si son conscientes de que con ellas están favoreciendo a Vladimir Putin.
Declaraciones del Papa al Corriere della Sera y a la La Stampa
El papa Francisco, que hizo el pasado 3 de mayo unas sorprendentes declaraciones al director de Il Corriere della Sera, Luciano Fontana, en las que en cierto modo exculpaba a Putin del inicio de la guerra contra Ucrania, al afirmar que podría haberse sentido obligado a invadir este país porque “la OTAN estaba ladrando a las puertas de Rusia”, y señalaba que no había manera de saber si la Alianza había provocado la ira de Putin, pero que sospechaba que podría haberse visto facilitada por la actitud de Occidente. Al echar implícitamente la culpa a la OTAN de haber provocado el conflicto, exculpaba a su único responsable, el sátrapa Putin. Consecuencia de estas manifestaciones ha sido sin duda el artículo de Martín Gras sobre “Los ladridos de la OTAN”, en el que ha afirmado que la guerra de Ucrania era un caso de violencia aplicada a la resolución de un conflicto, en la que no existía un “momento político” interrumpido por un “momento bélico”, sino una continuidad que enlazaba política y violencia.
Podría haberse tratado de una “gaffe” del Pontífice debido a algún “calentón”, pero tal no parece ser el caso, porque el papa Francisco ha vuelto a equivocarse ampliando y explicitando sus controvertidos comentarios. En una entrevista con los directores de las revistas culturales europeas de la Compañía de Jesús –publicadas en el diario La Stampa y en la revista Civiltà Cattolica-, el Papa –que reiteró su opinión de que ya había empezado la III Guerra Mundial- reveló la opinión de un innominado jefe de Estado, que le dijo que había presagiado de antemano el comienzo de la guerra “por cómo se estaba moviendo la OTAN”. Al preguntarle en qué basaba semejante información, le respondió que “están ladrando a las puertas de Rusia y no entienden que los rusos son imperiales y no permiten que ninguna potencia extranjera se les acerque”, por lo que –en caso de que se diera esa circunstancia- la situación provocaría un conflicto armado. Según el Papa, ese embajador sabía leer las señales de lo que estaba pasando e interpretarlas debidamente.
Debilidad de los argumentos del Papa
El argumento no puede ser más pobre. En relación con la afirmación del grave peligro para la soberanía rusa del acercamiento de la OTAN a sus fronteras, cabe señalar que esta situación se viene produciendo desde hace años en Noruega o en los países del Báltico, sin que Rusia se haya sentido obligada por ahora a invadir a ninguno de sus vecinos. Además, la primera agresión que realizó Rusia –que fue la invasión de Georgia en 2008- se justificó, no ya en la presencia de efectivos de la Alianza en territorio georgiano, sino en la mera petición del Gobierno de Georgia para ingresar en ella. Se trataba de unos meros conatos de aullidos lejanos que difícilmente podían afectar a la seguridad de la Federación Rusa. La consecuencia fue la escisión de dos regiones de Georgia –Abjasia y Osetia del Sur-, que fueron reconocidas como Estados independientes por Rusia y otros seis Estados.
En el caso de Ucrania, la excusa fue la “revuelta de los colores” de la plaza de Maidan, que se inició el 21 de noviembre de 2013 y concluyó el 22 febrero de 2014, fecha en la que el presidente prorruso Víctor Yanukovich –que había retirado la petición de ingreso de Ucrania en la OTAN- huyó a Rusia y fue destituido por la Rada. Este fue el motivo por el que Rusia invadió Crimea y se la anexionó, so pretexto de que el ucraniano Nikita Kruschev había regalado ilegalmente Crimea a Ucrania y de que el Parlamento del territorio había decidido separar a la península de Ucrania e incorporarla a Rusia. Al mismo tiempo, el Gobierno ruso envió tropas camufladas al Donbás para apoyar a las guerrillas rebeldes y les prestó ayuda militar, política, económica y logística para la declaración de las Repúblicas Populares de Donetsk y Lugansk, que serían reconocidas como Estados independientes el 23 de febrero de 2022, un día antes de la invasión de Ucrania por las Fuerzas Armadas rusas.
Rusia dio un ultimátum a la OTAN para que garantizaran formalmente su negativa a aceptar a Ucrania como miembro de la Alianza, y la amenazó con una “respuesta militar” si no regresaba a sus fronteras de 1997. Putin justificó el lanzamiento de la “operación técnica militar” sobre Ucrania porque la OTAN estaba preparando la invasión de Rusia desde territorio ucraniano y porque era necesario para poner fin al genocidio de la población ucraniana rusoparlante y “desnazificar” al país. Tras el fracaso de la “operación relámpago” para ocupar Kiev y derrocar al Gobierno de Volodimir Zelenski, inició una guerra global contra toda Ucrania, en la que a diario se bombardean no sólo objeticos militares, sino también civiles, incluidos centros sanitarios y escolares, y edificios de viviendas.
Según reconoció el propio Evgeni Primakov, la ampliación de la OTAN era más una cuestión psicológica que una amenaza real contra Rusia, ya que las sucesivas ampliaciones de la Alianza nunca habían afectado al equilibrio militar en Europa, ni a la capacidad defensiva de Rusia. Ni siquiera un eventual ingreso de Ucrania –que resulta poco probable por no interesar a la mayoría de los miembros de la Organización- afectaría dicho equilibrio y no preocupa en demasía a Putin. Lo que realmente le preocupa era el mal ejemplo que una Ucrania democrática suponía para Rusia. Los esfuerzos de este país para consolidar su democracia van en dirección contraria a la deriva cada día más pronunciada hacia la autocracia y la violación de los derechos humanos del régimen de Putin, que lo que realmente teme es el “efecto contagio”, pues el pueblo ruso podría ver que un Estado de la región que tiene tantas cosas en común con Rusia puede llegar a ser un Estado plenamente democrático. Ésta, en último término, ha sido la causa de la inmisericorde agresión rusa y no el alegado motivo de la ampliación de la OTAN.
También ha invocado Putin el grave riego que supondría la existencia de armamento nuclear en territorio ucraniano, pero el presidente ruso ha ocultado que Ucrania ya dispuso en su día de este tipo de armas, que renunció a ellas y las entregó voluntariamente a Rusia por el Tratado de Budapest de 1994 –avalado por Estados Unidos y Gran Bretaña-, a cambio de que Rusia reconociera la soberanía e integridad territorial de Ucrania. El eventual despliegue de armamento nuclear en Ucrania –a lo que este país tiene plenamente derecho- no sería motivo alguno para justificar su invasión, aparte de que la OTAN ha solido autolimitar sus derechos y no ha establecido instalaciones nucleares en países vecinos de Rusia. Tal no ha sido el caso de ésta, que dispone de toda clase de armamentos en el enclave de Kaliningrado, situado en pleno corazón de la Alianza. El Papa está perfectamente al tanto de la situación, porque el servicio diplomático vaticano es uno de los mejores informados del mundo, por lo que resultan incomprensibles sus declaraciones.
Exculpación de Putin
El Pontífice ha afirmado que “hay que alejarse del patrón normal de que Caperucita Roja era buena y el lobo era malo. Está surgiendo algo global con elementos muy entrelazados”. ¿Qué insinúa con esta desafortunada metáfora? ¿Qué la Caperucita-Ucrania es la mala y el lobo-Putin es el bueno? ¿Que el lobo es la OTAN y no Rusia?… Para Francisco existe el peligro de centrarse sólo en “la brutalidad y ferocidad con que se libra esta guerra por parte de las tropas –generalmente mercenarias- utilizadas por los rusos, que prefieren enviar a chechenos, sirios y mercenarios”. Ahora resulta que los responsables de las graves atrocidades cometidas no son los pacíficos rusos, sino sus malvados aliados, pero ¿quién da las órdenes para enviar a diario cientos de misiles y proyectiles desde tanques, aviones o buques contra cualquier objetivo en Ucrania que causan miles de muertos y heridos? Si el Papa cree en la justicia humana, deberá apoyar que tribunales internacionales imparciales enjuicien –y eventualmente condenen- a los responsables de crímenes de lesa humanidad.
Con su fijación anti-OTAN, Francisco ha añadido que “hay que ver también el drama que se desarrolla detrás de esta guerra, que, quizás de alguna manera fue provocada o no impedida”. ¿Quién la provocó? ¿La OTAN que no tiene desplegado ni un solo soldado en el campo de batalla y está regateando el suministro de armamento sofisticado necesario para que la agredida Ucrania pueda hacer frente al poderío militar ruso, infinitamente superior al ucraniano? ¿Quién pecó de no impedir la invasión? No pueden ser otros que Rusia y su jefe de Estado, quien -tras concentrar a lo largo de las fronteras con Ucrania impresionantes contingentes militares-, afirmó con la mayor desfachatez que en ningún caso tenía la intención de invadir Ucrania. Claro que, a estas alturas, ¿qué valor tenía la palabra de Putin?
El papa Francisco debe tener la conciencia algo “esporca” cuando ha comentado que algunos creen que, con este modo de pensar, está a favor de Putin, pero se ha justificado ante sí mismo diciendo: “No, no lo estoy. Es simplista y erróneo decir tal cosa. Pero estoy simplemente en contra de reducir la complejidad a la distinción entre el bien y el mal sin pensar en las raíces y los intereses, que son muy complejos”. Esta justificación resulta poco convincente. Es cierto que a veces no resulta fácil distinguir entre el bien y el mal, y que no existe en la tierra el bien absoluto y el mal absoluto, sino que hay muchas zonas grises entre uno y otro. Pero sí tengo la firme convicción de que, en el caso de la cruel agresión a Ucrania, Putin no tiene absolutamente nada que ver con el bien. Mantener las dudas sobre la correcta actuación del presidente ruso, culpar a la OTAN del comienzo de la guerra, y exonerar de ella al principal –si no único- responsable de ella, es ofrecer oxígeno a un criminal internacional que, por su infame actuación, se ha ganado a pulso ser juzgado por crímenes contra la humanidad.
Posibilidades de negociación
Preguntado sobre si visitaría Ucrania, el Pontífice respondió que primero debería ir a Rusia. ¿Por qué? ¿Qué motivos tiene para dar precedencia al agresor sobre el agredido? Dio a entender que había hecho llegar al Kremlin su deseo de acudir a Moscú para mediar, pero no había recibido respuesta. Sí ha recibido, en cambio, una invitación del presidente Zelenski a visitar una nación en carne vivan donde malviven varios millones de católicos, pero no ha tenido a bien responder positivamente a la invitación. Moscú sí, pero Kiev no. Eso, para un católico, es difícil de entender. Acepto y respeto los pronunciamientos del Papa en materia de dogma y de moral, pero no siembre concuerdo con las posiciones de Francisco en cuestiones políticas ajenas a su misión espiritual como cabeza de la Iglesia Católica, como es el caso de Ucrania.
La revista de los jesuitas norteamericanos America Magazine ha salido al quite del Papa y – en un artículo sobre “Lo que los críticos de los comentarios del Papa no entienden sobre la diplomacia del Vaticano”-, Víctor Gaetán ha afirmado que el Pontífice debe mantener una posición equidistante de todos los lados, lo que abriría el camino a una diplomacia constructiva en pro de la paz. El papa Francisco había condenado la guerra contra Ucrania y se había referido a ella y la ha calificado de conflicto sacrílego que estaba causando muerte, destrucción y miseria, pero no se ha querido enfrentar directamente a Putin, al que ni siquiera menciona en sus alocuciones. No ha hablado tampoco de la inocencia de una Ucrania agredida y destrozada sin motivo alguno, en contraste con la flagrante culpabilidad de Rusia, que está violando las normas del Derecho Internacional y del Derecho Humanitario. ¿Por qué –se ha preguntado Gaetán- se ha abstenido el Papa de mencionar estas verdades?, y su respuesta ha sido que, al abstenerse de condenar a Putin, Francisco esperaba crear un espacio en el que la diplomacia de paz de la Iglesia pudiera mediar con éxito en un momento decisivo.
Sin embargo -como ha manifestado la periodista Clarissa Ward -, no es posible mantenerse neutral en medio de esta guerra, “Ucrania es un país soberano que no ha cometido ningún acto de agresión, que ha sido invadido ilegalmente y donde miles de personas han sido asesinadas y millones han sido desplazadas. Es ridículo tratar de ser neutral y dar a entender que los dos lados son sólo dos caras de la misma moneda”. Occidente no puede aceptar que una nación soberana en Europa sufra la invasión más grande producida desde la II Guerra Mundial, que muchas personas mueran cada día en una guerra injusta, y que el orden europeo de seguridad se haya desmoronado por el intento de Putin de reescribirlo.
Se puede ser neutral y equidistante entre dos Estados culpables de un conflicto armado, para tratar de mediar entre ellos a fin de conseguir una solución negociada, pero no cabe adoptar una actitud similar entre el agresor y el agredido, en la que se les ponga en pie de igualdad. Desde el punto de vista evangélico, no cabe aplicar a Putin la parábola del hijo pródigo, porque –a diferencia de éste- Putin jamás ha mostrado el menor síntoma de arrepentimiento e insiste una y otra vez en su actuación criminal.
El argumento de Putin de que es un deber histórico lograr que Ucrania regrese a la madre Rusia para restaurar la integridad del Imperio Zarista se compadece mal con las amenazas proferidas contra Suecia -que nunca formó parte de este-, o contra Finlandia –que sí lo hizo, pero logró liberarse del yugo ruso-, por el imperdonable crimen de solicitar su ingreso en la OTAN. Los principales líderes europeos Emmanuel Macron, Olaf Scholz y Mario Draghi –lamentablemente, no figuraba entre ellos Pedro Sánchez- realizaron ayer una visita testimonial a Kiev para reafirmar a Zelenski el apoyo de la UE a Ucrania ante la agresión y el chantaje de Rusia.
Algunos temían que los dirigentes europeos aprovecharan la ocasión para presionar a Ucrania a fin de que se sentara en la mesa de negociación con su agresora y le hiciera concesiones territoriales en beneficio de la ansiada paz. No parece, sin embargo, que haya llegado todavía este momento, que –según el historiador británico Mark Galeotti- podría producirse en el otoño, cuando las partes estén agotadas militar y económicamente, y el cansancio tome forma en Occidente, y entonces nos toparemos con la cuestión de la negociación.
Efectivamente, hay que ejercer presión, pero no sobre Ucrania, sino sobre Rusia, responsable de la situación. No se pueden iniciar negociaciones de paz mientras Rusia siga agrediendo a Ucrania en la forma en que lo viene haciendo y, mucho menos, presionar a ésta con el fin de que, no sólo ponga los muertos, sino también partes de su territorio, para lograr una paz, que sólo beneficiará directamente a Rusia e indirectamente a las potencias occidentales.
Desde un punto de vista jurídico, conviene recordar en relación con unas eventuales negociaciones de paz, que –de conformidad con los artículos 52 y 53 de la Convención de Viena de 1969 sobre Derecho de los Tratados- será nulo cualquier tratado cuya celebración se haya obtenido mediante la amenaza o el uso de la fuerza en violación de los principios de la Carta de la ONU o que –en el momento de su celebración- esté en oposición con una norma imperativa de Derecho Internacional. Ambos supuestos se darían si Ucrania se viera forzada a celebrar negociaciones como consecuencia de la agresión armada rusa.
Macron debería reconsiderar su opinión de que no se puede humillar a Putin y que hay que facilitarle una salida honrosa de un conflicto por él provocado, aunque no esté dispuesto a salir si no le dan las concesiones que trata de imponer por la fuerza de las armas. ¿Se humilla a alguien por negociar una paz justa en que se vuelva al “statu quo ante” existente con anterioridad al inicio la agresión de Ucrania? Lo que debe hacer la OTAN en estos momentos es modificar su cicatera actitud de limitar el suministro de armas a Ucrania y ampliarlo adecuadamente, como viene reclamando con urgente insistencia Zelenski, que afirma con amargura que apenas se le ha facilitado el 10% de lo solicitado.
Parece existir un compromiso no escrito entre los miembros de la Alianza de no enviar armas pesadas a Ucrania para evitar un enfrentamiento directo con Rusia, pero semejante actitud resulta inadmisible cuando Rusia está masacrando a una nación indefensa. Está bien que la Alianza no envíe tropas, dado que Ucrania no es miembro de la OTAN, pero es de justicia que le suministre las armas requeridas para defenderse de la incesante agresión rusa. Stoltenberg ha dicho que, desde febrero, le estaban suministrando equipos más avanzados y sistemas de armamento pesado, pero no son suficientes. Hay que pasar de la palabra a los hechos y facilitarle el armamento que permita contrarrestar los bombardeos rusos desde ya, sin esperar a la celebración de la Cumbre de Madrid a finales de este mes.
La UE, por su parte, debería en su Consejo del día 23 conceder a Ucrania el estatuto de país candidato a la adhesión. Sería un importante respaldo político y una considerable ayuda moral al pueblo ucraniano, que no tendría consecuencias irreparables, pues el proceso de admisión será largo, ya que –como ha advertido la presidenta de la Comisión, Úrsula von der Leyen-, no puede haber atajos para que se produzca el ingreso de Ucrania. Es obvio que, si Ucrania tiene que hacer importantes reformas para cumplir los requisitos de admisión de Copenhague, en estos momentos de guerra resulta imposible que se realicen y habrá que dar tiempo al tiempo, pero se trataría de una importante declaración de principio que aumentaría la moral del pueblo ucraniano, que está siendo destruido por Rusia por querer ser europeo.
Para algunos bienpensantes, no se puede humillar a Putin y a Rusia, pero sí se puede humillar a Zelenski y al mártir pueblo ucraniano. Debería ser justo lo contrario, pues –como dice el Evangelio-, el Señor “dispersó a los que se engríen con los pensamientos de sus corazones, derribó a los poderosos de sus tronos, y ensalzó a los humildes” (Lucas, 1:51-52).
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