<h6><strong>Ángel Collado</strong></h6> <h4><strong>Instalado en la división interna de su gabinete y con sus aliados parlamentarios en queja permanente, a Pedro Sánchez se le ha abierto otro frente, el de las relaciones con Argelia, que deja al Gobierno en su peor momento desde que se estrenó en el poder hace ahora cuatro años.</strong></h4> Los<strong> bandazos sobre el Sáhara</strong> -de acoger al jefe del Polisario, Brahim Gali, en España a entregarse a los intereses de Mohamed VI en menos de un año-<strong> siguen sin explicación</strong> y alientan la teoría del chantaje por parte de los marroquíes. <strong>El actual jefe del Ejecutivo español</strong>, el primero asociado en el poder a la extrema izquierda y los independentistas, también <strong>ha roto los antiguos consensos en política exterior y ni siquiera informa al principal partido de la oposición de los motivos o beneficios del giro político en el Magreb</strong>. No lo hizo con Pablo Casado el pasado año ni se molesta ahora en hacerlo con Alberto Núñez Feijóo, a quien acusa incluso de estar de parte de los argelinos. Sánchez olvida los tradicionales y complicados equilibrios que han hecho todos los Gobiernos de la democracia, del PSOE y del PP, para llevarse bien con Marruecos y, al tiempo, con Argelia, principal suministrador de gas a España desde hace más de tres décadas. El Tratado de Amistad, Cooperación y Buena Vecindad suscrito con Argel ahora en suspenso, fundamental para el control de la inmigración, y en materia antiterrorista, databa de 2002 y fue impulsado y firmado por el entonces jefe del Ejecutivo español, José María Aznar. La apuesta por el suministro de gas del país norteafricano es muy anterior, de los gobiernos del socialista Felipe González en los años 80. <strong>En política exterior, cualquier precedente deja a Sánchez en evidencia frente sus antecesores en el cargo, tanto en las relaciones con el Magreb, como en la confianza con los Estados Unidos.</strong> El actual jefe del Ejecutivo sigue sin invitación para pisar la Casa Blanca a pesar de seguir al pie de la letra las instrucciones del Pentágono en relación a Marruecos y de ser el organizador de la próxima cumbre de la OTAN que acogerá Madrid los días 29 y 30 de este mes. Se tiene que conformar con algún aparte durante la reunión y las fotos conjuntas de los actos oficiales. La desconfianza de la administración demócrata hacia un gobierno español es tan inédita como la composición del gabinete de Sánchez, con cinco ministros comunistas. Además, están sus socios de extrema izquierda y separatistas que incluyen a los catalanes que coquetearon con emisarios de Putin en la intentona secesionista de 2017. Casi todos los aliados de Sánchez, los que le llevaron al poder en 2018, son declarados antiatlantistas con la excepción de los nacionalistas vascos del PNV. <strong>En el bandazo a favor del control del Sáhara por Marruecos, el presidente del Gobierno sigue sin tener apoyo parlamentario alguno más allá de los 120 diputados que tiene el PSOE</strong> en el Congreso compuesto por 350 miembros. Ninguna otra fuerza política, ni la oposición ni sus socios, le avala ni le comprende, como se confirmó en el pleno de la semana pasada. Sánchez tampoco explicó qué beneficios tiene para España su apuesta por los planes expansionistas de Mohamed VI más allá de la vuelta a la situación anterior que es la normalidad previa a la ruptura de relaciones provocada por él mismo al socorrer a Gali. En el Partido Popular, casi más molestos con el hecho de no ser informados desde el Gobierno que por el giro promarroquí en sí, que suponen obligado por Biden, siguen sin entender la ruptura del consenso en un asunto de Estado de tal importancia. Y esa falta de explicaciones, tanto en el Parlamento en público como en el ámbito privado en unas relaciones con la oposición inexistentes, es lo que lleva al equipo de Feijóo a dar pábulo a la teoría del chantaje marroquí. El propio Ejecutivo informó del espionaje del móvil de Sánchez a través del sistema Pegasus y en las mismas fechas de los asaltos de inmigrantes a la frontera con Marruecos permitidos u organizados por el régimen de Mohamed VI. Los datos cuadran y el presidente del Gobierno tampoco acaba de desmentir nada ante una nueva crisis que le descoloca a menos de una semana de las elecciones autonómicas andaluza y cuando está a punto de ejercer de anfitrión de la OTAN, una cita en la que aspiraba precisamente a mejorar su imagen internacional.