Pablo Martín de Santa Olalla Saludes
Profesor del Centro Universitario ESERP
Sabido es que el Gobierno Draghi nació en febrero del año pasado con un fin fundamental: además de agotar la legislatura (a la que aún quedaban dos años de vida según lo que establece la Constitución italiana, teniendo en cuenta que las últimas elecciones fueron en 2018 y que no debe haberlas hasta cinco años después), debía, ante todo, gestionar con el máximo de eficacia posible los 209.000 millones del “Recovery Fund” destinados a la economía transalpina.
El Presidente de la República, Sergio Mattarella, consideró que, ante la ausencia de una “maggioranza” formada por partidos al romperse la coalición de centroizquierda que había estado gobernando hasta el momento, era la ocasión de acudir a un gobierno de independientes o, si no completamente de independientes, sí liderado y con las carteras fundamentales (Economía y Finanzas, Justicia, Interior) con independientes al frente. De ahí que llamara a su mejor hombre, Mario Draghi, con un abultadísimo “curriculum” personal en el que destacaba con particular fuerza su labor como Presidente del Banco Central Europeo (BCE) entre 2011 y 2019, con el fin de hacerle el correspondiente “incarico” de formar gobierno.
Pero para Draghi y sus colaboradores todo cambió el pasado 24 de febrero, cuando la Federación Rusa decidió atacar a la vecina Ucrania. Fue entonces cuando debió salirse de su papel políticamente neutral a decidirse por tomar una posición concreta en este conflicto. El tema que se ponía encima de la mesa no resultaba nada fácil: por un lado, un país agredido (Ucrania) que es frontera con la Unión Europea, y un país agresor (la Federación Rusa) que es vecino, a su vez, de hasta cuatro miembros diferentes de la Unión, como es el caso de Estonia, Letonia, Lituania y Finlandia; por otro, un país (la citada Federación Rusa) que es clave para la tercera economía de la eurozona, ya que, sobre todo desde las dos regiones más ricas del país (Lombardía y Veneto), se exportan numerosos productos con destino el consumidor ruso. Porque, así como el país que más depende de la energía rusa es Alemania (que para eso hizo construir el gasoducto “Nordstream”, que comunica a través del Báltico la Federación Rusa con la República Federal de Alemania), es igualmente cierto que en temas de comercio exterior los rusos resultan de enorme importancia para el aparato productivo italiano.
Sabido es que la guerra, que ya camina inexorablemente hacia su tercer mes de vida, no está saliendo precisamente como debía esperar el presidente ruso, Vladimir Putin. Porque, por un lado, el gobierno ucraniano (a diferencia de muchos ciudadanos de Kiev que huyeron despavoridos hacia Polonia), decidió quedarse en Ucrania y aguantar el envite ruso; y, por otro, la Unión Europea, para sorpresa de no pocos, decidió ponerse inmediatamente del lado ucraniano, cuando Ucrania no sólo no es miembro de la Unión, sino que ni siquiera había solicitado formalmente su adhesión a la construcción europea.
A partir de aquí, la Unión ha mostrado públicamente mucha solidez en su posición de ayuda al gobierno ucraniano a través de sanciones económicas a la Federación Rusa, ayuda económica e incluso envío de armamento (aunque este último punto no termina de estar del todo claro). Pero todo ello oculta una evidente división entre las principales economías europeas: por un lado, Alemania, que gobernada por una coalición extraordinariamente heterogénea (socialdemócratas, “verdes” y liberales juntos es una alianza nunca vista en este país), está haciendo lo posible por paralizar a la Unión Europea y por no enfadar más de la cuenta al líder ruso (Putin). Por otro lado, Italia y Francia, que llevan tiempo haciendo “bloque” tras la firma hace unos meses del Tratado del Quirinal y decididos a buscar el colapso de la economía rusa. Y en medio de los tres, España, que bastante tiene con hacer frente a la subida del coste de la vida y a las debilidades inherentes a su economía, enormemente dependiente de la hostelería y del consumo interno.
Desde un punto de vista político y electoral, Draghi no se juega nada, ya que, al no ser líder de ningún partido ni pertenecer a ninguna formación política, cuando se celebren las siguientes elecciones generales (llamadas allí “políticas”), tan sólo pone en riesgo su prestigio personal y sus posibilidades de relevar a Mattarella al frente de la jefatura del Estado, todo ello sobre la base de que el jurista y político siciliano, que en julio de este año cumplirá 81 años de edad, decida renunciar a la presidencia de la República por motivos de edad (se repetiría lo mismo que sucedió a finales de 2014 con Napolitano, con la diferencia de que éste estaba a punto de cumplir 90 años cuando decidió abandonar el Quirinal).
A diferencia del canciller alemán y del presidente francés, Draghi se ha negado a reunirse personalmente con Putin: se ha limitado a una conversación telefónica de una hora, por cierto con la guerra ya iniciada, donde le pidió que ordenara un cese de las hostilidades y se sentara a negociar con el gobierno ucraniano, a lo que Putin se negó en redondo. Al mismo tiempo, Draghi no ha ocultado que las sanciones económicas contra la Federación Rusa deben ser aumentadas lo máximo posible para asegurarse de que la Federación Rusa desista de seguir en guerra con Ucrania.
Ya comentamos anteriormente que esta posición de Draghi está generando enorme división dentro de la clase política italiana, aunque lo cierto es que la “maggioranza” que sostiene su gobierno, integrada por todos los partidos importantes menos los Hermanos de Italia de la romana Meloni, se mantiene compacta a la hora de sostener al actual Ejecutivo. Pero el Movimiento Cinco Estrellas ya ha hecho saber a Draghi que quiere que se destinen menos fondos a aumentar el presupuesto militar y destinar, en cambio, ese dinero a ayudas a la población, mientras Matteo Salvini se mantiene callado a la espera de acontecimientos. Y es que Salvini y su partido (la Liga), hundidos desde hace meses en las encuestas de intención de voto, saben que una posible entrada de la economía transalpina en recesión les podría beneficiar, y mucho, a ellos, toda vez que, además, Salvini tenía particulares buenas relaciones con el Presidente Putin. Sin olvidar que el líder de la Liga ha sido en los últimos años el principal beneficiario del malestar existente en la sociedad italiana.
De momento, el Gobierno Draghi ha tenido que aprobar un primer Documento de Planificación Económica (DEF) donde las previsiones de crecimiento para este año no son buenas: un 3.1% frente al 6.6% logrado en 2021. Pero, si la guerra dura un mes más, este cuadro macroeconómico será “papel mojado”, y más aún en la medida en que dure la contienda, de ahí los riesgos que Draghi en persona está asumiendo al liderar la posición de dureza con la Federación Rusa.
La clave está precisamente en lo que no se sabe: en cuál es el estado de la economía rusa en este momento, y en la posibilidad de que la ciudadanía rusa se revuelva en contra de su hasta ahora intocable líder (Vladimir Putin). Se oye de hablar de “default”, y de que los rusos están al borde de no poder hacer frente a los vencimientos de su deuda, pero lo cierto es que de momento ahí sigue Putin con su núcleo de colaboradores, y que la guerra sigue su curso, concentrada, eso sí, en la región del Donbas, mucho más oriental que la capital (Kiev). Eso sí, el gobierno ucraniano se siente más fuerte que nunca desde el inicio de la contienda, y quiere derrotar a un Ejército ruso que está dando importantes síntomas de flaqueza: no se atrevió a entrar en Kiev y su asedio sobre una ciudad tan aparentemente débil como es Mariupol le está costando lo indecible.
Ciertamente, Draghi es una persona caracterizada por su prudencia, por su capacidad para analizar los riesgos y por sus muy buenas fuentes de información. Pero es igualmente cierto que se lo está jugando todo a una carta: la caída de Putin o, al menos, la retirada de los rusos de territorio ucraniano. Cuanto más dure la guerra, mayor será la recesión en una Unión Europea muy dependiente desde el punto de vista energético. El tiempo será el que se encargue de dar o quitar la razón a Mario Draghi: hasta ahora, el acierto ha sido la nota común en su manera de actuar; pero, claro está, él, como los demás, no es infalible. De ahí lo arriesgada de su posición en este conflicto: será el devenir de los acontecimientos el que dicte sentencia. Tiempo al tiempo.
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