Pedro González
Periodista
Importadores de más del 50% del trigo que consumen de Rusia y Ucrania, los países de Oriente Medio intentan paliar como pueden la hambruna que ya se cierne sobre todos ellos, especialmente Líbano, Sudán, Egipto, Somalia, Siria y los territorios palestinos de Gaza y Cisjordania, además de Yemen, asolado por la larga y cruenta guerra que devasta el país desde hace ocho años. Es una de las consecuencias más dramáticas de la invasión y destrucción de Ucrania, desencadenadas por el presidente ruso, Vladimir Putin.
Varios de los países citados padecían ya de escasez alimentaria a causa de las sequías, en especial Somalia, que sufre la peor de los últimos cuarenta años, al tiempo que la inestabilidad política y la fragilidad de su Gobierno han facilitado un resurgimiento yihadista que también amenaza en toda la franja del Sahel.
Líbano, que ofrece desgraciadamente todos los perfiles de un Estado fallido, no puede alimentar ya a dos millones de sus propios ciudadanos y tampoco al más de un millón de refugiados palestinos y sirios, cuya masiva afluencia huyendo de la guerra en Siria ha roto las costuras del país de los cedros. Líbano importaba de Ucrania el 66% del trigo y el 12% de Rusia. La falta de abastecimiento desde que estos suministros comenzaran a escasear ha provocado un fuerte aumento del precio del pan y la imposición del racionamiento. Por si fuera poco, aunque pudieran paliar la escasez desde otras fuentes de abastecimiento, su capacidad de almacenamiento es hoy menos de la mitad de la que disponía antes de 2020, cuando la gigantesca explosión en el puerto de Beirut destruyó su reserva de cereales además de reducir a cenizas una cuarta parte de la capital.
No menos afectada está ya la castigada Siria, cuya guerra civil aún no finiquitada por completo ha entrado en pausa. Sin embargo, la interrupción de los suministros de trigo procedentes de Ucrania ha hecho que se disparen los precios. Las familias sirias, que ya cargan a sus espaldas once años de guerra, han tenido que reducir su consumo de alimentos aún más. El fantasma de la desnutrición se ha convertido en una desgraciada realidad, sobre todo para los niños, cuyos índices de mortalidad han retrotraído al país a una situación que recuerda los tiempos más negros de su historia.
La responsabilidad de los efectos colaterales
Los refugiados de Palestina en la Franja de Gaza han visto agravarse aún más su dramática situación. La crisis económica ha reducido aún más la capacidad de las Agencias de Naciones Unidas y de las ONGs para distribuir alimentos en esta zona. En Gaza, cuya alimentación general depende en un 70% de las importaciones, sus necesidades de trigo y harina llegaban a través de Egipto, sacudido éste a su vez por la escasez derivada de la guerra en Ucrania, y que negocia denodadamente para satisfacer las necesidades de sus casi cien millones de habitantes. La primera consecuencia tanto en el país de las pirámides como en Gaza ha sido una explosión de los precios. En el bloqueado enclave costero de Gaza se ha agravado aún más la situación tras los efectos devastadores de las sucesivas operaciones de Israel en represalia por el lanzamiento de misiles, y de la pandemia de la COVID-19.
Al igual que el resto del planeta, gravemente afectado de un modo u otro por esta guerra, los países árabes buscan soluciones urgentes que sustituyan sus importaciones cerealeras de Ucrania y Rusia, estratégicos graneros del mundo. Y, al igual que los demás, también cuentan con que Estados Unidos, Canadá, India y Francia puedan paliar las carencias. En la región de Oriente Medio saben que, en todo caso, tales importaciones serán más caras e insuficientes. Ya es comprobable que la volatilidad del precio del trigo y su escasez están conduciendo a un incremento del hambre entre los más desfavorecidos. Y no es aventurado prever que la inseguridad alimentaria disparará la presión social, traducida en el más reciente pasado en inestabilidad, disturbios e incluso cambios de régimen.
Las hambrunas han sido siempre causas inmediatas de fuertes conflictos y guerras civiles y entre dos o más países, además de dar origen a su vez al debilitamiento de las poblaciones y a la propagación de numerosas enfermedades. Para Vladimir Putin todo esto no es más que un mero efecto colateral a su “operación militar especial” en Ucrania. Pero la humanidad no debería perdonárselo.
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