Nacho Sánchez Amor
Diputado del Parlamento Europeo
La agenda de política exterior de los parlamentos, como la de los gobiernos, esta inevitablemente condicionada por la sucesión de crisis a las que hay que dar una respuesta más o menos inmediata. Lo que deja poco margen para reflexionar sobre los aspectos horizontales o permanentes de tal política exterior, sobre sus instrumentos de cualquier naturaleza (políticos, jurídicos, financieros, diplomáticos, personales, securitarios, etc.) y la adecuación de estos a los fines proclamados. Desde este punto de vista, la acción exterior europea tampoco es muy diferente de la de los estados miembros; la presión de la actualidad obliga a saltar desde Siria a Nagorno, desde Libia a Bielorrusia o desde Afganistán a Ucrania, y nunca parece haber tiempo para un análisis sosegado sobre la conexión de los medios con los fines. Y esta falta de sincronía se hace más patente cuando se ha establecido (y aparentemente aceptado sin mayores resistencias) que la presente Comisión Europea sería una “Comisión Geopolítica”, sea lo que sea lo que esto quiera decir. Lo obvio es que, al ponerse tal etiqueta, esa distancia entre instrumentos y objetivos resulta ya demasiado patente como pare seguir ignorándola.
Para empezar, la UE nunca va a ser un actor global si no se dota de los medios para serlo. No basta con el consabido wishful thinking y unas genéricas alegaciones sobre un curso acelerado de “lenguaje del poder”. Hacen falta la gramática, la fonología y la semántica del poder. Y hace falta practicar, claro.
A la acostumbrada confusión (interesada) de papeles entre el Alto Representante, la Presidenta de la Comisión y el Presidente del Consejo (“demasiadas caras y demasiados egos en la política exterior europea”) hay que sumar la bisoñez de la utilería a disposición de todos. El único instrumento realmente probado y plenamente funcional es desde hace mucho la política comercial de la Unión, entre otras cosas porque no depende del juego de “mínimo común denominador” frecuente en el Consejo. No está de más subrayar que la palanca más poderosa de la UE para influir unilateralmente en el mundo ha sido y es una herramienta en manos del Parlamento, no de los ejecutivos. A partir de ahí, muchos balbuceos.
Nuestro tradicional soft power está dejando de ser funcional. Puesto que nuestro modelo de democracia madura ya no es un paradigma universal, y los sistemas autoritarios e iliberales dicen tener sus propios “modelos” de democracia, hablar al oído ya no basta. Antes nos pedían tiempo, alegando sus difíciles puntos de partida culturales, religiosos, étnicos o de tradición política. Ya no lo hacen, ya reafirman esas supuestas “democracias” adaptadas a sus sociedades y acordes con su sustrato cultural. Antes se dejaban aconsejar, ahora todo eso es neocolonialismo, injerencia, paternalismo o eurocentrismo. Somos nosotros, parece ser, los que debemos revisar nuestro modelo, demasiado abierto, anárquico y lento, comparado con las eficiencias autoritarias.
Nuestra diplomacia europea es una mezcla de préstamos estatales a término y técnicos de la Comisión neófitos en trabajos en embajadas. Grandes profesionales todos ellos, pero educados en 28 tradiciones exteriores, una por cada estado miembro, más la de la Comisión. Los embajadores UE saben que deben volver a los pasillos de sus ministerios de origen y, dependiendo de su compromiso personal, comienzan a mirar de reojo esa perspectiva y a alinear cuidadosamente sus actitudes y enfoques con los de su capital. Hay quien lo hace en la última parte de su periodo UE y hay quien lo hace desde el primer día. Además, aunque procure corregirse para bien, la experiencia diplomática especializada hace que, por ejemplo, muchos ibéricos vayan a América u muchos franceses a África. Y, por si fuera poco, ¿cuantos gobiernos pueden prescindir de veinte o treinta embajadores sin perjuicio para su propia agenda? Solo los grandes, con lo que la resultante es un cuerpo diplomático europeo de los grandes estados miembros en detrimento de los pequeños. La idea de una nueva diplomacia europea desde su origen, formada para representar a la UE y solo con esa perspectiva, parece haber llegado en buen momento, y de ahí la buena acogida del Pilot Project del Parlamento de crear una Escuela Diplomática Europea, en cuyo origen está la idea de que los diplomáticos europeos deben ser seleccionados y formados como tales desde el inicio, para acabar a medio plazo con la política de fichajes por temporadas.
Otra deficiencia obvia a la hora de ser un actor global es que en muchos escenarios exteriores vamos prácticamente a ciegas. Nos ha pasado dos veces en Ucrania y una en Afganistán, entre otros escenarios. Nuestros socios atlánticos no son más listos analizando, sencillamente tienen mejores fuentes de inteligencia que la UE. Se ha vuelto a demostrar con nuestra renuencia a creer lo que la inteligencia americana nos aseguraba, que la invasión iba a producirse. Yo no pido un pool de inteligencia, como a veces se pide con harta ingenuidad, lo que pido es que, en un escenario de crisis exterior, el Servicio Exterior de la UE sepa al menos tanto como el estado miembro que más sepa. La presión para que se cree un servicio europeo de inteligencia propio irá creciendo proporcionalmente a la cicatería de los estados miembros a compartir con Bruselas su inteligencia sobre un escenario exterior. Si compartieran generosamente con Bruselas, esa presión disminuiría en la misma medida. Y, atención, que digo “con Bruselas” no con los otros 26 servicios nacionales. Y para ello, claro, el Servicio Exterior debe ser extraordinariamente cuidadoso con sus protocolos de seguridad.
La ausencia de una diplomacia cultural europea común pero propia es otro déficit a corregir. La identidad exterior europea en lo cultural no puede ser la acumulación inarticulada de lo que hagan por el mundo las grandes instituciones culturales exteriores de las capitales (Cervantes, Goethe, Alliance Française, etc.). Debe ser propia y diferente, contando claro está con esos portaaviones institucionales, pero sabiendo emanar una imagen propia y distinguible de las imágenes nacionales. Dotar a la New European Bauhaus de una dimensión exterior podría ser el vehículo de esa identidad común y de ese “european way of life” que tantas justificadas reticencias generó al inicio de la legislatura.
Trump no era el asesino del multilateralismo, sino solo su forense. La fatiga de materiales era ya obvia y más vale que no nos empeñemos en sencillamente resucitar el multilateralismo de la posguerra mundial. O es de nuevo cuño, o no será. Y en ese nuevo modelo deben tener cabida los nuevos actores internacionales que no son ya estatales, como la UE. Si Naciones Unidas lo entiende, hará lo necesario para dar entrada a estos nuevos actores; si no lo entiende, seguirá su lento pero seguro camino hacia la irrelevancia. por muchos otros motivos, pero también por éste. La UE va a seguir persiguiendo ser el actor global que desea ser con absoluta indiferencia de la suerte de NU. Tener un asiento propio para la UE en el Consejo de Seguridad sería un activo para NU. Y, además, poner imaginación en cómo se puede llegar a ese resultado a partir de la silla francesa y en un tiempo prudencial pondría a prueba la sinceridad de tanta algarada parisina sobre la Unión, pondría letra a esa música acariciadora pero gratuita.
Hay algunas otras deficiencias en la política exterior europea, pero este sería ya un programa de reformas suficiente para avalar la sinceridad de esa prédica de la UE como actor global. Aunque también hay “oscares” para actores secundarios.
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