Antonio Alonso
Profesor Universidad San Pablo-CEU, CEU Universities
El 18 de marzo de 1992 se establecieron las relaciones diplomáticas entre España y Uzbekistán. Ya han pasado 30 años de aquel momento y parece la ocasión oportuna para revisar qué se ha hecho bien y qué se puede mejorar.
Los inicios
Corría el año 1992. España estaba en pleno desarrollo de sus relaciones internacionales. En su tercera legislatura, el presidente Felipe González se quiso centrar más en la agenda internacional, y el Rey Juan Carlos apoyó esa iniciativa. Los vientos de cambio que a finales d ellos años ’80 surcaban los aires de Europa, animaban, sembraban esperanzas de un continente en paz, próspero y democrático. Sólo la guerra de los Balcanes supuso un jarro de agua fría. Por lo demás, el comunismo se estaba extinguiendo y la URSS desaparecía dando lugar a nuevas repúblicas que ansiaban independencia y desarrollo.
Los logros
Desde el primer momento, el presidente Karimov y el rey Juan Carlos se entendieron bien y se trataron prácticamente como hermanos. La continuidad en el cargo de ambos favoreció que esas relaciones fueran cada vez a más y esa confianza mutua se tradujera en una cooperación estrecha entre ambos países.
La distancia que nos separa es física, geográfica, pero también cultural. Más bien, idiomática, pues en el carácter de las gentes y su forma de ser, uzbekos y españoles somos más parecidos de lo que se podría imaginar en un primer momento.
Algunas empresas valientes se establecieron allí, entre las que destacan Talgo (que unió en tren rápido Tashkent con Samarcanda, ruta que es frecuentada por prácticamente todos los turistas que llegan a aquel país) y Maxam (especializada en fertilizantes y otros productos químicos). A ellas, otras les siguieron.
En el campo de la educación y la cultura, estos 30 años han sido jalonados por profesores de español que han viajado allí y han sembrando toda una generación de uzbekos que pueden hablar el idioma de Cervantes y que pueden hacer de intérprete a los visitantes españoles (sea por turismo o por negocios). Además, cada año vienen a España a estudiar unas pocas decenas de estudiantes uzbekos y muchos más reciben clases por parte de profesores de la Universidad de Castilla-La Mancha que se desplazan hasta allí gracias a un convenio de colaboración entre universidades de ambos lados.
Parece baladí señalarlo, pero la ausencia de grandes problemas entre ambos países por culpa de ciudadanos díscolos también es una nota característica de esta relación que merece la pena ser resaltado. Hay que reconocer que no ha habido graves conflictos diplomáticos y que las dificultades se han podido solventar en todo momento, rápida y eficazmente.
Las mejoras
En el ámbito de las coas que se podrían mejorar, siempre se puede impulsar el turismo o la implantación de empresas españolas en Uzbekistán y viceversa, pero lo más obvio es el déficit de representación que existe por parte de España. Mientras Uzbekistán tiene embajada abierta en España desde junio de 2007 y Embajador residente (Jahongir Ganiev) desde 2018, España lleva los asuntos concernientes a Tashkent desde Moscú (que está a 4 horas en avión). Han pasado ya 15 años desde la promesa del Ministro Moratinos de abrir embajada en aquella capital y aún no se ha podido hacer (por cuestiones presupuestarias).
Es de esperar que en los próximos meses ese ansiado deseo pueda verse materializado, coincidiendo con el fin de la pandemia y la reapertura total del turismo. En ese sentido, tener un vuelo directo Madrid-Tashkent o Barcelona-Tasheknt también podría impulsar las relaciones entre ambos países.
También hay mucho margen de mejora en el ámbito político-parlamentario. Aún se pueden estrechar más las relaciones entre los parlamentos de ambas naciones, pues hay muchos usos y decisiones que pueden servir de lección mutuamente.
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