Jorge Dezcallar
Embajador de España
La toma de posesión de Gabriel Boric como presidente de Chile en presencia del rey Felipe VI es el último ejemplo del giro a la izquierda que vive el subcontinente americano. Es época de vacas flacas, como en el resto del mundo. Lejos queda la primera década de este siglo cuando Iberoamérica crecía a una tasa media del 5%. Millones de personas salieron entonces de la pobreza engordando una clase media que trabajaba, abría cuentas de ahorro y se endeudaba para comprar piso y dejar la chabola.
Luego la crisis de 2008 se cebó en la región que poco o nada había tenido que ver con su origen en los Estados Unidos. Y después llegó la COVID-19 y con la pandemia la caída de la actividad económica y del comercio internacional, la bajada de los precios de las materias primas y el descenso de las importaciones chinas. Las clases medias se desmoronaron, aumentaron el desempleo y la pobreza, y creció el desencanto con la democracia por una corrupción que no cesa, por una estratificación social y racial difícil de superar y por la falta de dinero para educación o sanidad, llevando a la pérdida de confianza en los líderes políticos y en las instituciones que predicaban la igualdad mientras la economía liberal sin contrapesos favorecía el aumento de las desigualdades. Y entonces, al igual que en otras latitudes, llegaron los populismos con sus promesas tan atractivas como irreales en países como México (López Obrador), Argentina (Alberto Fernández) y Brasil (Jair Bolsonaro). Luego la frustración ha seguido aumentando y hoy asistimos a una marea izquierdista que apenas deja en manos de la derecha a Uruguay, Ecuador y El Salvador.
Dejando al lado los casos de las dictaduras de Cuba y de Nicaragua, donde importa poco lo que la gente piense o deje de pensar, y el caso de Venezuela donde el “socialismo bolivariano” ha logrado empobrecer a un país que nada en petróleo y del que ya han huido ocho millones de personas, el resto de Iberoamérica está optando por líderes de izquierda: primero fueron Luis Arce (seguidor de Evo Morales) en Bolivia, Laurentino Cortizo en Panamá, y Pedro Castillo en Perú, un maestro rural con mentores próximos a Sendero Luminoso. Recientemente Honduras eligió a Xiomara Castro, que promete un salario básico universal, y Gabriel Boric ha alcanzado la presidencia de Chile derrotando sin miramientos a un rival próximo de Pinochet y poniendo así de relieve otra característica continental que es una creciente polarización política que difumina el centro en beneficio de los extremos. Este año habrá elecciones en dos grandes países: Colombia y Brasil. En el primero el favorito es el senador Gustavo Petro, exalcalde de Bogotá que en su día tuvo vínculos con la guerrilla del M-19, mientras en Brasil Luis Inácio Lula da Silva supera en las encuestas por más de treinta puntos al populista Jair Bolsonaro que ha hecho una gestión nefasta de la pandemia para la que recetaba remedios caseros al estilo de Donald Trump con el que le gusta compararse. Parece que rige la ley del péndulo y que los ciudadanos votan por cambiar lo que hay para ver si con otros les va mejor y hay que desearles que así sea.
Pero estos líderes de izquierda que prometen cosas tan sensatas como una mejor distribución de la riqueza, luchar contra las sangrantes desigualdades, mejores servicios públicos y educación o sanidad universal etc., no lo tienen nada fácil porque las malas perspectivas económicas que la guerra de Ucrania agrava no les van a ayudar a hacer lo que necesitan para revertir la injusta situación actual. Hasta 200 millones de latinoamericanos han caído últimamente en la pobreza, cuya tasa es la más alta de los últimos años, también el desempleo es muy elevado, sobre todo entre los jóvenes, y además un 50% de los que trabajan lo hacen en el sector informal y no tienen ningún tipo de cobertura social, mientras la corrupción y la evasión fiscal son endémicas y aseguran presupuestos insuficientes para mejorar los servicios sociales básicos, desde la educación a la sanidad o los transportes. Añada usted drogas, maras y criminalidad. Todo eso augura más frustración y más populismo y son cada vez más numerosos los que tratan de cruzar el Río Grande en busca de mejores perspectivas de vida.
Mientras tanto, Putin mata en Ucrania y eso siembra el desconcierto en la izquierda victoriosa latinoamericana, aunque que no sea la única izquierda a la que eso le ocurre. Habría que ver las manifestaciones que habría en las calles si los invasores fueran norteamericanos. Esas izquierdas deberían aprender del chileno Boric que desde el primer momento condenó sin complejos la invasión rusa. Ojalá le salgan bien las cosas en Chile y que otros dentro y fuera del continente americano aprendan de él, abandonen dogmatismos y dejen atrás viejos clichés que todavía hoy les atosigan.
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