Pedro González
Periodista
En tiempos de guerra, y sobre todo cuando ésta toma visos de involucrar a todo el mundo, resulta difícil desmarcarse. Israel está en una situación embarazosa. Se reclama y proclama absolutamente fiel a Estados Unidos, que en lo que toca a la guerra en Ucrania cuenta también con el respaldo absoluto de la Unión Europea. Pero, sus intereses han convergido notablemente en los últimos tiempos con Rusia, potencia que ha ido ocupando gran parte del vacío dejado por los norteamericanos en Oriente Medio.
En las maratonianas reuniones realizadas por un grupo de periodistas de la Asociación de la Prensa Europa-Israel (EIPA), con sede en Bruselas, y en la que también se encuentra Atalayar, el denominador común ha sido la firme proclamación de que “Israel estará en el lado correcto de la historia”, frase con la que el ministro de Asuntos Exteriores israelí, Yair Lapid, anunciaba el voto favorable en la Asamblea de las Naciones Unidas a la condena de Rusia por su agresión a Ucrania.
Sin embargo, los líderes del conglomerado de ocho partidos que conforman la abigarrada coalición de Gobierno israelí, con diversos matices, señalan las importantes consecuencias que para Israel puede tener este alineamiento. Rusia forma parte de las aún no interrumpidas negociaciones de Viena para la reactivación del acuerdo nuclear con Irán, interrumpido unilateralmente por el presidente Donald Trump, y cuya hipotética conclusión se contempla como una verdadera amenaza existencial para Israel. Sea cual sea la composición del Gobierno, “las presiones para evitar que Irán consiga lo que desea se van a intensificar, porque si se le permitiera, todo Oriente Medio estará bajo una amenaza que no solo es existencial para Israel”, según afirman sucesivamente los portavoces del primer ministro y del jefe de la Diplomacia israelí, Keren Hajioff y Lior Haiat, respectivamente.
La mediación propuesta para que Neftalí Bennett conciliara las diametralmente opuestas posiciones de los presidentes de Ucrania y de Rusia de momento no parecen contar con la complacencia de Moscú. Tanto es así que, en clave interna israelí, se echa incluso de menos la intimidad que llegó a conseguir con Putin el ahora líder de la oposición Benjamin Netanyahu, sintonía que no ha conseguido su actual sucesor.
Además de contribuir a acelerar la salida y acogida de ucranianos judíos del país, Israel dice estar facilitando la salida de ciudadanos egipcios, etíopes y emiratíes, al tiempo que ha dispuesto planes de acogida e instalación para que los nuevos emigrantes forzosos puedan rehacer sus vidas en Israel.
El gran temor que planea en la Knesset es que la atención mundial volcada en el enfrentamiento directo entre Rusia y Ucrania permita despachar la renovación del acuerdo nuclear con Irán. A este respecto, la diplomacia israelí se ha movilizado con un objetivo fundamental: llevar a los países del Golfo la convicción de que lo que precisa la geopolítica de Oriente Medio no es “un gendarme a la vieja usanza”, papel por el que han peleado y aún pugnan Irán y Arabia Saudí, sino un entramado multilateral de relaciones de cooperación y de avance conjunto en todos los campos de la nueva sociedad tecnológica, que muestren a todas las sociedades la enorme diferencia entre un modelo de imagen medieval como el iraní y el que está alumbrando el rapidísimo desarrollo complementario de los Acuerdos de Abraham.
“Moverse es una bendición”, reza un proverbio árabe que nos cita Issawi Frej, del partido izquierdista Meretz, ministro de Cooperación Regional, que abomina del inmovilismo cuando situaciones como la guerra de Ucrania, o aún más cercano, el irresuelto problema palestino, pueden multiplicar su peligro si no se negocia hasta la extenuación para encontrar una salida.
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