Miguel Peco Yeste
Doctor en Seguridad Internacional
Hace tan sólo unos días existía un debate acerca de la seguridad europea y el papel que Rusia debería desempeñar en ella. Se hablaba de las supuestas garantías que se habían dado al por entonces presidente Gorbachov de que la OTAN no se expandirá a los países de la antigua órbita soviética, de la amenaza que suponía la presencia cada vez más voluminosa de tropas de la Alianza en el Este de Europa, del escudo antimisiles que podría romper el equilibrio estratégico, del fracaso de las medidas de desarme y control de armamentos, etc., etc.
En realidad los argumentos no eran demasiado sólidos, puesto que los países son soberanos para decidir sus políticas de seguridad, la OTAN comenzó su despliegue en su flanco Este tras la ocupación ilegal de Crimea en 2014, y del resto habría mucho que decir. No era un debate muy visible, y hasta cierto punto se limitaba a círculos especializados. Pero ahí estaba. Incluso había cierta comprensión hacia la postura del gobierno ruso. Al fin y al cabo, Rusia había sido atacada e incluso invadida en varias ocasiones durante los últimos siglos.
En estas circunstancias, resulta que hace sólo unos días aparece un mensaje televisado en el que el presidente Putin anuncia una operación militar para desmilitarizar y «desnazificar» Ucrania. Dos cuerpos de ejército atraviesan la frontera Este del país y despliegan en las áreas controladas por los rebeldes pro rusos. Un desembarco naval tiene lugar al sur del país y otro frente se abre en Crimea. Desde el norte, columnas de vehículos blindados cruzan la frontera con Bielorrusia y se plantan en las puertas de la capital, Kiev. Y por si fuera poco, el gobierno ruso amenaza con represalias «nunca vistas en la historia» –nucleares, en definitiva- a quien intente ponerse en medio. El ritmo de los acontecimientos es endiablado, y cuando se publique este artículo cualquier cosa puede haber pasado. Pero independientemente del resultado, una cosa parece clara. Esto ya no es lo que era y algo ha cambiado para siempre.
En efecto; el debate de la semana pasada ya no tiene sentido. Putin ha llevado a cabo una acción inaceptable y condenable desde cualquier punto de vista legal, ético, moral y humano. Ha mentido miserablemente a toda la comunidad internacional cuando ha afirmado en repetidas ocasiones que no iba a invadir Ucrania. Ha despreciado y ridiculizado las buenas intenciones de los líderes europeos que han buscado soluciones a sus quejas en materia de seguridad. Y ha dejado claro que lo que parecía un problema de seguridad se trata en realidad de una pura, llana y simple ambición imperialista.
Las guerras son cosa de la política, y por tanto se ganan en el nivel político. De nada valen las victorias militares si no contribuyen a una finalidad política. Putin y su camarilla conseguirán probablemente anexionarse las regiones rebeldes de Ucrania y quizá algo más. A cambio de ello, Rusia se ha convertido en el gran enemigo de occidente, la pieza clave para fortalecer alianzas, unificar Europa, estrechar el vínculo transatlántico y probablemente ampliar la OTAN con lo que quede de Ucrania, Suecia y Finlandia. Nadie en las últimas décadas había conseguido algo semejante. Es más, cada discurso, cada mensaje emitido por los portavoces del gobierno ruso suena a sarcasmo cuando no a ridículo. Hasta cabe preguntarse si los líderes Chinos van a seguir aceptando el ansiado acercamiento –por no llamarlo de otro modo- que se viene observando durante los últimos años por parte del gobierno ruso. Esto no es sólo un error estratégico; es una auténtica chapuza.
Putin podrá ganar la batalla en Ucrania, pero ha perdido la guerra –su guerra- ante la comunidad internacional. La seguridad es una ambición legítima; el imperialismo enfermizo no. Rusia ha pasado de poder ser parte de la seguridad europea a convertirse en una auténtica amenaza para Europa. ¿De verdad que el pueblo ruso se merece estos gobernantes?
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