The Diplomat in Spain

Sergi Rodríguez López-Ros

Vicerrector de la Universitat Abat Oliba CEU de Barcelona

El cambio de año en el calendario ortodoxo, el 14 de enero, ha traído al tablero geoestratégico una crisis militar como Europa no recuerda desde 1962, con la crisis de los misiles de Cuba. Es típico de la celebración de esas fechas iniciar el año con nuevos proyectos, que para Rusia ha sido sin duda intentar pasar del liderazgo regional al mundial, reverdeciendo así los laureles que se marchitaron en 1989. Tal es la raíz de la crisis que se inició el 3 de marzo pasado.

Si algo comparten rusos y ucranianos es la fe ortodoxa y los recursos naturales. Y ambos han sido, en mi opinión, el motivo por el que Rusia haya elegido a Ucrania, no a Armenia ni Georgia, para envidar a la grande en la partida que sostiene con Occidente para evidenciar su decadencia y contraponer, frente a ella, la vía rusa de volver al orgullo cultural. Pero vayamos por pasos.

Por su pasado en la antigua URSS, Putin tiene desde el principio de sus diversos mandatos el concepto de Gran Rusia, es decir, que los antiguos territorios de la Unión Soviética vuelvan a configurar un único Estado. No pudiendo hacerlo con las repúblicas bálticas ni caucásicas, y habiéndolo conseguido casi con Bielorrusia, Ucrania ha aparecido en sus planes como objetivo prioritario y, casi diríamos, crítico.

El principal motivo es el económico. Ucrania tiene las segundas reservas de gas más importantes de Europa, tras Rusia. Su adscripción a la órbita de la Unión Europea resta a Rusia su capacidad de influencia basad en dejar sin gas al resto de Europa. A ello se une que su capacidad eléctrica, ya que dispone de 15 reactores de energía nuclear, lo que la convierte en una de las más importantes potencias atómicas del mundo, algo esencial en una Europa en que la mayoría de países ha cerrado sus centrales nucleares. También tiene enormes reservas de petróleo y carbón. Finalmente, representa uno de los mayores exportadores de armas del mundo, con clientes como India, Arabia Saudí y Turquía. No olvidemos que, en la antigua URSS, Ucrania fue la segunda república que más aportaba al PIB soviético gracias a su potencia agrícola, ganadera, metalúrgica y minera.

Rusia y la Alemania, conscientes de ello, están utilizando a Ucrania como moneda de cambio. Si vuelve a caer en la órbita soviética, como lo estuvo entre 1921 y 1991, la Unión Europea dependerá de Putin para abastecimiento energético. Si no es así, verá expandirse su influencia hasta la mayor frontera rusa, ya que Ucrania, el país más grande de Europa después de Rusia y Turquía, tiene 1.576 km de frontera con Rusia, lo que actúa como muro de contención frente al proyecto de la Gran Rusia, incluido su acceso al Mar Negro. De ahí la anexión de Crimea a Rusia, tras invadirla, en 2015, lo que causó la peor crisis en las relaciones entre Rusia y Estados Unidos desde el final de la Guerra Fría. La Unión Europea no puede permitir una nueva expansión rusa a costa de suelo ucraniano. De ahí que la OTAN haya puesta toda la carta en el asador y el propio presidente norteamericano, Joe Biden, haya, sin romper la doctrina que estableció el año pasado al abandonar Afganistán, amenazado con las mayores sanciones de la historia.

Sin embargo, no todo concluye en lo económico. Ucrania tiene una gran importancia en el imaginario ruso. No sólo fue la segunda república en extensión, población y economía de la URSS, sino que ambas repúblicas, a diferencia de Armenia y Georgia, compartían el mismo patriarca ortodoxo, es decir, el de Moscú. La Iglesia georgiana apostólica ortodoxa y la Iglesia gregoriana apostólica armenia nunca han dependido del patriara de Moscú. De ahí que la decisión del Patriarcado Ecuménico de Constantinopla de otorgar la autocefalía a la Iglesia ortodoxa de Ucrania, en 2018, independizándola de la Iglesia ortodoxa rusa. No olvidemos que aquella decisión llevó a la Iglesia ortodoxa rusa a romper la comunión con el Patriarcado Ecuménico aquel mismo año, iniciando un cisma en la Iglesia Ortodoxa.

Las cifras eran elocuentes: aquella escisión quitó 20 millones de fieles al patriarca de Moscú. De hecho, la parte de la Iglesia ortodoxa ucraniana que aun depende del Patriarca de Moscú tiene sus zonas de influencia en las zonas de Ucrania más pro rusas. Y el porcentaje de población ucrania pro Ucrania y pro Rusia corresponde casi exactamente con la suma de los fieles, por una parte, de la Iglesia ortodoxa autocéfala de Ucrania y la  Iglesia greco-católica ucraniana y, por otra parte, a la Iglesia ortodoxa ucraniana dependiente del Patriarcado de Moscú. La firma de la autocefalia, en 5 de enero de 2019, supuso un duro golpe en el orgullo nacional de la Gran Rusia que ahora, tras la parálisis que ha supuesto la pandemia, aflora nuevamente, tal como pasó con las tensiones nacionalistas que el comunismo paralizó durante su hegemonía en la zona.

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