<h6><strong>Ángel Collado</strong></h6> <h4><strong>La guerra civil abierta en el PP no solo suspende temporalmente al partido como referente del centro derecha y alternativa de Gobierno, también amenaza a la estabilidad institucional de la nación.</strong></h4> Un Ejecutivo socialista débil, sin mayoría parlamentaria estable, hipotecado en cada proyecto o votación con sus socios de extrema izquierda o separatistas, tiene enfrente ahora <strong>una oposición sumida en sus peleas internas</strong>. Un presidente cuestionado dentro y fuera de su organización, <strong>Pablo Casado, se bate desde la dirección para acabar con la carrera política de la dirigente de su propio partido con más poder (la Comunidad de Madrid) y proyección: Isabel Díaz Ayuso.</strong> El <strong>suicidio en directo del PP</strong> es un espectáculo<strong> inédito en la democracia española</strong> que aleja a Pedro Sánchez de cualquier inquietud por una amenaza de relevo en el Ejecutivo pese a su desgaste. Le refuerza incluso en sus planes de permanencia al frente del Gobierno, al fomentar la crisis de los populares el ascenso de la extrema derecha, Vox, el pilar del argumentario sanchista para presentarse en todo tipo de elecciones como freno ante esa misma extrema derecha. La formación que encabeza Santiago Abascal, que se quedó en las elecciones generales de 2019 con el 15 por ciento de los votos, ha subido en las autonómicas de Castilla y León al 17 por ciento. Si sigue su ascenso a costa de la crisis de los populares,<strong> Vox puede partir en dos a la derecha y garantizar así al PSOE su continuidad como primera fuerza política en los próximos comicios.</strong> <strong>La deriva autodestructiva del Partido Popular</strong>, por luchas de poder y de egos, que no de proyectos ni de tendencias ideológicas, <strong>amenaza con traer a España los modelos ya ensayados en Francia e Italia con la desaparición de los grandes partidos que agruparon durante décadas al centro derecha</strong> de origen liberal o democristiano. De momento, el PP se ha metido en una <strong>crisis de supervivencia a cinco meses de su congreso nacional</strong> previsto para julio que ya se presentaba complicado para la actual dirección. Sólo llegar a esa cita con la perspectiva de estar en condiciones de ganar las próximas elecciones daba a Pablo Casado la seguridad de una reelección cómoda. Para eso necesitaba este mes de febrero una victoria clara del partido en los comicios autonómicos de Castilla y León, que pensaba apuntarse como éxito personal, y repetir una operación parecida antes del verano en Andalucía. En el primer envite los populares ganaron por los pelos y ahora quedan en manos de Vox. Además, visto el panorama, el presidente de la Junta de Andalucía, Juan Manuel Moreno, ha decidido dejar la cita con las urnas en la Comunidad que preside para finales de año. A Casado ya no le quedaban más bazas para la gran asamblea nacional de julio que lidiar con la exigencia de Ayuso de celebrar ya el congreso propio de Madrid con el fin de hacerse con la presidencia regional de la organización. En ese punto se desencadenó la guerra interna y en público que puede frenar la carrera de la ‘lideresa’ y deja en el aire el futuro de Casado y su equipo. Los llamados barones, los de peso como<strong> Alberto Núñez Feijóo y Juan Manuel Moreno</strong>, asisten espantados a la campaña de la dirección contra su compañera Díaz Ayuso. El presidente de la Xunta de Galicia pide en representación propia y en línea con la opinión de toda la vieja guardia del partido (lo que queda de la etapa marianista) la <strong>dimisión o destitución inmediata del secretario general y mano derecha de Casado, Teodoro García Egea,</strong> por su pésima gestión de la crisis. Es, además, el primer requisito para cuestionar al responsable máximo y plantear un adelanto inmediato del congreso nacional que dé paso a una nueva dirección. Si Casado sigue sin encauzar la crisis e insiste en mantener a Egea, <strong>Feijóo es de nuevo el señalado para el relevo en la Presidencia en el próximo congreso</strong>. Aunque no quiso participar en el de la sucesión de Rajoy en 2018, esta vez no podrá argüir que no le dejan tiempo para organizarse. El presidencialismo y la disciplina que han caracterizado al PP desde su refundación en 1990 habían impedido hasta ahora que los dirigentes y cuadros del partido cuestionaran en público la autoridad de su presidente. Las críticas se paraban en las maneras y procedimientos del secretario general, como si fueran ajenas a las órdenes de su jefe. <strong>La pelea contra Ayuso deja evidencia de que es Casado el responsable máximo</strong> de la operación interna para acabar con la carrera de la presidenta de la Comunidad de Madrid y García Egea, su torpe ejecutor. El 4 de mayo pasado Ayuso logró en la región que gobierna el objetivo que el Partido Popular tiene pendiente en el conjunto de España: reunificar el voto del centro derecha hasta dejar en la marginalidad institucional a Vox y poder barrer a socialistas y comunistas. El equipo de Casado ha tomado el camino contrario, Abascal sueña ahora con sustituir al PP y Sánchez con aprovecharse y agitar el espantajo de que viene la extrema derecha con el fin de perpetuarse en el poder.