Frédéric Mertens de Wilmars
Coordinador del Grado en Relaciones Internacionales de la Universidad Europea de Valencia
El pasado lunes, 20 de diciembre, los mercados sancionaron el triunfo de la izquierda en las elecciones presidenciales de Chile. De hecho, el parqué financiero de Santiago abrió con una caída significativa del 6,83% y remontó al 6,18% al cierre. Los motivos de la caída no faltan, como la incertidumbre generada por este cambio de rumbo ideológico, pero también por la fragmentación de la izquierda chilena.
Siendo uno de los presidentes elegidos más jóvenes del mundo (35 años), Gabriel Boric tiene el inconveniente de su edad para convencer al conjunto de sus compatriotas – cuyos 44% votaron a favor de la extrema derecha – y, sobre todo, a la economía chilena de su capacidad para “aportar certidumbres”. Además, basando su elección en la promesa de la instauración de un Estado de bienestar, el joven presidente se enfrenta a unas dificultades mayores al replantear el modelo socioeconómico de un país considerado como el laboratorio del liberalismo latinoamericano que se ha convertido en el sistema más desigualitario de la OCDE.
Numerosas cuestiones se presentan en un horizonte inmediato: la capacidad de entender el papel vital del sector privado en los programas sociales del nuevo poder; así como la factibilidad de su reforma fiscal con el fin de involucrar las mayores fortunas en su programa de mejor acceso a la salud, la educación y el sistema de pensión, hasta ahora completamente privatizado.
¿Hacia “otro Cuba” en Chile?
La pregunta se refiere a la época del gobierno de Allende (1970-1973), que fue derrocado por Pinochet que le comparaba con el régimen de Fidel Castro. Aunque Gabriel Boric, a la cabeza de una coalición entre moderados y extremistas (comunistas), oriente su programa político hacia una mayor intervención del Estado en la economía, un cambio radical parece poco probable. En efecto, ya en el ámbito político, Boric tendrá dificultades para imponer su programa social frente a un parlamente bicameral con equilibrios claros que puede actuar como contrapeso a las políticas izquierdistas más radicales.
Además, la situación económica de Chile se encuentra en una situación delicada. El PIB ha aumentado artificialmente de 11,5% en 2021 debido a subvenciones estatales y retiradas autorizadas en el ahorro privado. Se prevé que el crecimiento debería ser nulo en 2023. De hecho, la ratio de la deuda publica en relación con el PIB debería aumentar drásticamente con el nuevo gobierno mientras que la incertidumbre persistente relativa a la nueva Constitución en curso de redacción contribuye a la presión sobre los mercados financieros chilenos. Dicha constitución – una de las principales reivindicaciones del movimiento social de 2019 – sustituye la actual que data de la dictadura de Pinochet (1973-1990).
En otros términos, aunque, en su constitución, Chile se convierte en un Estado providencia o “social y democrático” al igual que el Estado español, los proyectos de Boric se enfrentan a la realidad económica impuesta por un sistema económico liberal bien anclado en el país.
Un continente a la izquierda…de Joe Biden
Cuba, Argentina, México, Nicaragua, Venezuela y Perú ya han manifestado su apoyo al nuevo presidente chileno. Es toda la izquierda en el poder latinoamericano que se expresa incluso con el antiguo presidente carismático de Brasil, Luiz Inacio Lula da Silva, a quien los sondeos le otorgan la victoria de la elección presidencial de 2022. Costa Rica y Colombia también se pronunciarán el año próximo sobre el voto presidencial hacia la izquierda. Con Chile y la casi seguridad de que Brasil pase a la izquierda, es (casi) todo un continente que ideológicamente, en diversos niveles, pasa a la izquierda… de Joe Biden. Con Justin Trudeau, presidente de gobierno canadiense y el cono latinoamericano, el jefe de la Casa Blanca está muy solo frente a esa ola izquierdista continental.
Con las elecciones chilenas, llama la atención el contraste que existe en este continente entre gobiernos de extrema izquierda (Venezuela de Maduro) y de extrema derecha con Brasil de Bolsonaro. Un segundo contraste distingue los Estados donde las condiciones del proceso electoral son muy antidemocráticas (como en Nicaragua, donde el sandinista Daniel Ortega fue reelegido como jefe de país el 7 de noviembre sin ninguna oposición) y otros donde la alternancia se está dando de manera pacífica, como en Honduras donde la nominación de la candidata de izquierda, Xiomara Castro, contra su oponente de derecha el 28 de noviembre se llevó a cabo con respeto a la ley.
Evidentemente, la sombra de Estados Unidos cubre todo el continente latinoamericano. Sabíamos que Trump estaba muy cerca de Bolsonaro, sospechamos que Biden tiene una visión muy diferente. ¿Cuál es el enfoque del actual presidente de Estados Unidos hacia sus vecinos del sur? Más allá del primer problema de su gestión con la región, que es la afluencia de inmigrantes ilegales, ¿al igual que sus homólogos latinoamericanos, el nuevo presidente chileno tiene un proyecto geopolítico de cara a los avances chinos en los países Latam?
© Todos los derechos reservados