Alberto Rubio
Director adjunto de The Diplomat
Si algo se puede decir con absoluta certeza de la historia de Kazajistán en los últimos 30 años es que, prácticamente sin hacer ruido, se ha consolidado como la principal potencia económica de Asia Central y el país mejor adaptado a la economía de mercado de entre todas las repúblicas que salieron del colapso de la Unión Soviética.
Y todo ello navegando en las turbulentas aguas de la geopolítica internacional en las que otros han naufragado: se ha mantenido como un leal aliado de Rusia, ha abierto las puertas de su economía a Estados Unidos y ha sabido establecer sólidas relaciones con la emergente China. Si se le añade que también mantiene una cooperación muy fluida con Turquía e Irán, se puede decir que la política exterior de Kazajistán ha sido un éxito sobresaliente.
Desde aquel 16 de diciembre de 1991, cuando un todavía poco conocido Nursultán Nazarbáyev proclamó la independencia del país, Kazajistán ha mejorado exponencialmente el nivel de vida de sus 19 millones de habitantes y se ha situado como el líder económico de las repúblicas de Asia Central.
Por supuesto, el petróleo y el gas natural son los principales artífices de este despegue económico. Pero no es suficiente con tener los recursos. Hay que explotarlos adecuadamente. Otros países, en la zona y en otros continentes, también tienen reservas considerables y no han conseguido los resultados de Kazajistán. ¿Por qué?
Los expertos no dudan: el decidido impulso del gobierno de Nazarbáyev para implicar a las grandes multinacionales energéticas en la explotación de sus yacimientos, acompañado de reformas orientadas a una verdadera economía de mercado, ha obrado el milagro de que en un mismo país inviertan y operen sin mayores problemas compañías estadounidenses, chinas y rusas, además de británicas, canadienses o alemanas.
Como señaló la semana pasada el ex secretario general de la ONU Ban Ki-moon, durante la conferencia celebrada en Nur-Sultan para conmemorar el 30º aniversario de la independencia del país, Kazajistán ha pasado en estos años “de ser epicentro de la Guerra Fría a exponente del progreso”. Y el hecho es que el índice Doing Business 2019 lo clasifica en el puesto 25 entre los países con mayores facilidades para hacer negocios y en vigésimo segundo lugar entre los países donde es más fácil emprender un nuevo negocio. En ambos casos, para ponerlo en contexto, Kazajistán está por delante de Rusia, Japón, China o España, que se encuentra en el puesto 30. Pero hay más.
Si se compara con otros países de la zona centroasiática que también tienen acceso a las reservas petrolíferas del Mar Caspio, la ruta emprendida por Kazajistán arroja un balance macroeconómico mucho más positivo: bajo el gobierno de Nursultan Nazarbáyev, el aprovechamiento de los recursos energéticos ha sido extremadamente eficiente y ha dado un impulso espectacular al PIB del país, que supera los 540.000 millones de doláres, muy por encima de todos sus vecinos.
Por supuesto que no todo es perfecto. La OSCE ha criticado en reiteradas ocasiones las elecciones celebradas en Kazajistán desde su independencia de la URSS. Y según sus estándares, puede tener razones para la crítica. Pero una democracia no se consolida en la pobreza. Y el ex presidente Nazarbáyev comprendió perfectamente que sin desarrollo, y recién salido de la extinta URSS, era imposible implantar un sistema democrático como el demandado por la OSCE. La realidad es tozuda. Y para hacer pan, primero hay que cosechar el trigo.
El resultado, no obstante, es que el país ha progresado mucho más que el resto de la región, incluida Rusia; tiene niveles de corrupción considerablemente más moderados; el consumo aumenta a un ritmo razonable y los ciudadanos se muestran suficientemente contentos con la marcha del país, aunque nunca deja de haber críticas. Pero el lema de la conferencia celebrada esta semana -‘Liderazgo, estabilidad y progreso’- se ha cumplido, por lo menos hasta el momento.
Aquella frase que se hizo famosa durante la campaña de Bill Clinton en 1992 -“es la economía, estúpido”- cobra aquí todo el sentido. No se trata de que el nivel de vida en Kazajistán sea alto o bajo, sino que sea suficiente para sus habitantes. Si se compara con Europa Occidental, los salarios son ciertamente más bajos, pero también lo es el coste de la vida. Lo que deja un saneado equilibrio que se nota en las calles, en los centros comerciales, en la construcción y el consumo. Por ello, no es extraño que muchos kazajos rindan espontáneo tributo a la figura de Nazarbáyev en el museo que está dedicado a su vida y obra. Los resultados de estos 30 últimos años le dan la razón.
El presidente del Mazhilis, Nurlan Nigmatulin, subrayó en su intervención durante la conferencia del 30º aniversario, que “Nur-Sultan es el símbolo de nuestro éxito”. Un éxito cuyo próximo objetivo es convertir al país en un ‘hub’ financiero y bursátil para toda la región que podrá acoger a empresas de todo el mundo. El Kazajistán que comenzó su desarrollo económico explotando sus recursos energéticos con sentido común está dispuesto a aplicarlo también a la diversificación de su economía para evitar depender en exclusiva de su industria energética. Y eso es otra gran noticia para este joven país de sólo 30 años de edad que da muchas esperanzas para la consolidación de sus progresos.
© Todos los derechos reservados