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Castrismo, modelo agotado

Pedro González

Periodista

 

Victoria pírrica de la dictadura cubana al impedir la marcha por el cambio del pasado día 15 de noviembre. El colosal despliegue policial, las amenazas y coacciones frustraron la visión del evidente malestar de una población a la que la dictadura castrista ya hace tiempo que no puede convencer de las supuestas bondades de una revolución siempre pendiente. Sí, el aparato represivo del Estado policial cubano no dejó que se cumpliera su propia Constitución, según la cual se garantiza el ejercicio de la libertad de expresión. Papel mojado, como en todos los regímenes en los que el terror cotidiano sustituye a las proclamas e incluso desmiente a sus propias leyes aparentemente progresistas.

 

La fecha del 15 de noviembre marcará no obstante un antes y un después. A pesar de la miseria imperante en la isla no se han escatimado medios y movilización de todos los recursos para impedir siquiera que los líderes de la manifestación pudieran dejarse oír, siquiera fuese a través de las rendijas de las persianas de sus modestas viviendas, tapadas con profusión de banderas y todo tipo de obstáculos visuales. Confinamientos, encarcelamientos e interrogatorios puntuales, actos de repudio o escraches han sido todo lo que ha imaginado el régimen para contravenir el supuesto derecho a la libertad de expresión. Y, por supuesto, las consabidas contramanifestaciones de apoyo incondicional al régimen han gozado no solo de toda la protección oficial sino también de la fuerza coercitiva de los gerifaltes castristas. El propio presidente de Cuba, Miguel Díaz Canel, se unió a una de esas sentadas para tratar de escenificar el respaldo del pueblo.

 

Pero, visto y comprobado que todo lo que puede ofrecer el Partido Comunista Cubano (PCC) no es más que hambre y terror después de seis décadas, parece evidente que su modelo está agotado. Después del 15N no tiene más que dos alternativas: liberalización o más represión y terror. Si opta por lo primero, se acelerará la espiral para jubilar a la gerontocracia más inmovilista. Decidirse por lo segundo provocará un repliegue aún más dramático para los cubanos. El régimen intentará no obstante prolongarse todo lo que pueda para que los hijos y herederos de sus gerifaltes puedan acomodarse a un eventual cambio político de envergadura.

 

A enemigo que huye puente de plata, ¿o misión encubierta? 

De momento, el líder de la plataforma Archipiélago, el dramaturgo Yunior García, esta vez no fue encarcelado sino que se le permitió marcharse de Cuba, con el beneplácito de España, que le facilitó el correspondiente visado. Apenas ha pisado suelo español que ha declarado “no saber por qué le dejaron salir” de la isla. Y, aunque mantiene discreción respecto del lugar en que se ha cobijado, manifestaba su “idea de regresar una vez que cumpla con mi tarea de que Cuba es para todos los cubanos”.

 

Con tales datos en la mano, podría deducirse que el régimen castrista lo estaría utilizando para fraguar algún tipo de pacto con el exilio que entreabra sus herrumbrosos postigos. Y que esas supuestas negociaciones a varias bandas se celebraran discretamente en suelo y con mediación diplomática españoles.

 

Si así fuere cabría saludar el movimiento como un paso hacia un cambio que certifique la defunción definitiva del castrismo. Es deseable, por supuesto, una transición pacífica, pero el propio régimen castrista sabe ya de sobra que los hijos de los cubanos, desencantados con la revolución, pero resignados, no quieren vivir y languidecer como sus padres.

 

No será fácil, desde luego. El castrismo ha ofrecido ya reiteradas muestras de reapretar las clavijas tras prometer una cierta liberalización. Sospechan que  dejar entrar una brizna de aire fresco terminará trayendo vientos de libertad, a la que tienen un miedo cerval. Pero, no parece posible otra alternativa a la apertura real, porque de lo contrario el enfrentamiento será inevitable, eso sí, alentado como siempre por las superpotencias extranjeras que volverían a dirimir sus diferencias instando a los cubanos a que se mataran entre sí.

 

© Este artículo ha sido publicado originalmente en Atalayar / Todos los derechos reservados

 

 

Alberto Rubio

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