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Solidaridad europea en la policrisis

Diego López Garrido

Vicepresidente ejecutivo de la Fundación Alternativas

 

La entrada en un período de crisis en el siglo XXI -entre ellas la originada por la pandemia del Covid 19- nos obliga a profundizar en la capacidad de la Unión Europea para enfrentarse a tal tipo de disrupciones. Una de las más importantes perspectivas a considerar es la de la solidaridad. En el interior de la Unión y hacia el exterior. La solidaridad como principio y guía moral y política para un tiempo de “policrisis”. El artículo 2 del Tratado de la Unión Europea (TUE), en su redacción del Tratado de Lisboa de 2009, señala los valores sobre los que está fundada: la democracia, el Estado de Derecho y los derechos y libertades fundamentales. Y añade que estos valores son comunes a los Estados Miembros, en una sociedad en la cual prevalecen el pluralismo, la no discriminación, la tolerancia, la justicia, la igualdad entre mujeres y hombres, y la solidaridad. 

 

Sin embargo, la solidaridad no hizo acto de presencia, sino todo lo contrario, en la reacción de la Unión Europea a la Gran Recesión que se desencadenó en 2008 en EEUU y que golpeó mucho más a Europa. La experiencia ha permitido a la Unión hacer exactamente lo contrario que en 2008 ante la pavorosa y devastadora pandemia de la Covid-19. Muestra de ello es la coordinación centralizada por la Comisión Europea de la compra y distribución de las vacunas. También, el salto cualitativo hacia una gran emisión conjunta de deuda pública dirigida por la Comisión, como modo de financiar la ayuda de la Unión a los Estados Miembros por importe de 750.000 millones €, a través del programa Next Generation.

 

Existen cinco fenómenos críticos que reclaman una respuesta solidaria por parte de la Unión. El primero y más evidente –y urgente– es la crisis pandémica, con las implicaciones humanitarias y económicas que ha desencadenado. Aquí la solidaridad tiene muy visiblemente una doble faz: interna y externa. En la parte interna, la Unión ha trabajado bien. Los niveles de vacunación son altos en la población europea y entre ellos destacan, por cierto, los de España. Sin embargo, la solidaridad externa ha dejado mucho que desear. La Unión no ha sido suficientemente solidaria con los países más pobres. En África, sólo el 2% de la población ha sido vacunada con la pauta completa. Y una parte de la culpa la tiene el “proteccionismo de vacunación”. Es una política suicida. Ningún país puede estar seguro del virus si no lo están todos los países.

 

El segundo desafío para la solidaridad europea es el cambio climático. Puede hablarse así de una “solidaridad climática”. La magnitud de este desafío la ha puesto de relieve el reciente informe de Naciones Unidas, presentando un horizonte verdaderamente catastrófico para el planeta: inundaciones inesperadas, fuegos fuera de control y grandes tormentas, que desconocíamos por su impactante intensidad.

 

La toma del poder de los talibanes en Afganistán nos ha recordado que hay otras crisis, además de la pandemia y la climática. Se trata de la crisis migratoria y de los refugiados que tratan de escapar de la persecución ideológica, de la discriminación de la mujer y de los niños y niñas, de la intolerancia con orientaciones sexuales no ortodoxas, etc. Europa ha de aplicar la solidaridad entre Estados miembros para repartir equitativamente las cargas de las migraciones que predominan en el área mediterránea por obvios condicionamientos geográficos. Aún no hay una política europea de migración y asilo.

 

El anterior desafío está conectado con otra asignatura pendiente: la Europa social. Göteborg (2019) no fue suficiente. Oporto (2021) tampoco. La Unión ha de plantearse objetivos en lo sociolaboral tan concretos como en las reglas fiscales. Me refiero al ámbito del salario mínimo, de las pensiones, del acceso a la vivienda, del abandono escolar, de los servicios sociales o de la violencia de género.

 

Hay una última solidaridad para hacer posible las anteriores: la fiscal. La Unión sólo se comporta como tal en la política monetaria, no en la económica. Destaca a ese respecto la escandalosa ausencia de armonización tributaria, que hace que los Estados que integran la Unión Europea luchen entre sí por bajar impuestos directos con tal de atraer capitales, haciendo con ello competencia desleal al vecino. No sólo no hay solidaridad aquí; hay antisolidaridad, que llega a ser extrema en lo relativo a lo que es una vergüenza para la humanidad: la existencia de paraísos fiscales. Algunos de ellos en la propia Unión Europea. Paraísos que permiten la evasión y elusión fiscal a gran escala.

 

Se ha dicho con acierto que la historia humana es un relato sobre la cooperación. Y, añadimos, un relato sobre desastres (dos guerras mundiales) cuando no ha sido así. Hay que desarrollar un consenso europeo sobre cooperación y solidaridad. En suma, la solidaridad y la cooperación no solamente son referentes principales de la cultura europea, sino la orientación incuestionablemente necesaria para resolver el archipiélago de crisis que nos inunda en este primer cuarto de siglo sorprendente y retador.

 

*Extracto de su intervención en el Economic Forum celebrado en Karpacz, Polonia (7-9 de septiembre de 2021)

 

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Alberto Rubio

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