Eduardo González
En julio de 1936, cuando se produjo el levantamiento militar contra la República, buena parte de las embajadas extranjeras acreditadas en Madrid estaban cerradas a causa de las vacaciones de verano y la mayoría de los diplomáticos se abstuvieron de regresar. Una de las pocas excepciones fue la de Chile, que se convirtió en la legación diplomática que más refugiados acogió durante la guerra, hasta una cifra estimada en 4.000.
Apenas tres años después de que ambos países formalizasen sus relaciones diplomáticas, Chile fue en 1931 uno de los primeros países del mundo en reconocer a la flamante República española. Cuando estalló la sublevación militar, al frente de la Embajada se encontraban el antiguo senador radical-socialista Núñez Morgado (1885-1951), embajador desde 1934, y Carlos Morla Lynch (1885-1969), amigo íntimo del poeta Federico García Lorca y encargado de negocios entre 1928 y 1938, cuando accedió al cargo de embajador después de que su predecesor se viera obligado a dimitir por presiones del Gobierno español.
Inmediatamente después del comienzo del conflicto, de acuerdo con los testimonios personales de Núñez Morgado recogidos por la investigadora chilena Elena Romero Pérez, la legación chilena recibió «las más apremiantes imploraciones de asilo y bien pronto la Embajada se vio invadida de un número, siempre creciente, de refugiados que hoy suman cerca de mil personas, repartidos entre la mansión principal de la representación (en la calle del Prado, 26), donde se hospedan alrededor de 600 asilados, y los edificios anexos a ella, el Consulado, Plaza Salamanca; el Refugio Chileno, calle Santa Engracia 13; y el Decanato, Castellana 29».
«Como veía la situación a cada instante más grave, como veía caer doscientas o trescientas personas asesinadas cada día, no sólo no me fue posible deshacerme de los que había recibido, sino que tampoco me era posible hacer oídos sordos a quienes en talas circunstancias llamaban a mi puerta», relataba Aurelio Núñez Morgado en 1936.
La mayoría de los refugiados eran de derechas, aunque también había muchas personas huidas de la propia guerra más que de cualquier tipo de persecución política. La concesión del asilo le causó al embajador importantes problemas con el Gobierno republicano. Con el tiempo, el Ejecutivo acabó aceptando «el hecho», que no el «derecho», de asilo para los refugiados. En 1938, cuando ya no se vislumbraba ningún final rápido de la guerra, se remitió el caso de los asilados españoles en la Embajada de Chile a la Sociedad de las Naciones, con el argumento de que se había acogido a huidos de los dos bandos, como de hecho habría de suceder tras la victoria de las fuerzas franquistas.
Según el poeta Pablo Neruda, se calcula que la Embajada de Chile llegó a dar asilo a cerca de 4.000 personas durante la guerra, entre ellas los escritores Joaquín Calvo Sotelo, Víctor de la Serna y Rafael Sánchez Mazas. La siguiente embajada en el número de asilados fue la de Argentina, con cerca de 1.500. En 1938, la Embajada había conseguido evacuar a más de 1.200 personas a Chile y para afrontar el problema llegó incluso a canjear a algunos de los refugiados por prisioneros del bando franquista, entre los que figuraron más de mil prisioneros vascos amparados ante la legación chilena por el Gobierno autónomo de Euskadi.
En sus testimonios por escrito, Núñez Morgado relata las tensiones que se vivieron por temor a una invasión de la Embajada por parte de las milicias izquierdistas (como de hecho ocurrió en la de Turquía en enero de 1938) y las durísimas condiciones de vida que se padecían en el edificio: «El termómetro, durante quince días, se mantiene a varios grados bajo cero. El agua se ha helado en las cañerías. Apenas se encuentra que comer. Los ancianos sucumben y numerosos niños mueren de frío».
Otro problema de convivencia destacado por el embajador es la persistencia de una especie de «lucha de clases» en el interior del edificio, a pesar de que casi todos los asilados eran de derechas. Núñez Morgado recuerda que numerosos refugiados contaban con título nobiliario, que utilizaban para intentar obtener ventajas sobre el resto: «Los pleitos, las batallas de mujeres histéricas, los retos entre duques y marqueses irascibles, las intrigas de todas clases, alcanzaron tal grado que hubo que implantar medidas de disciplina».
Tras el término de la guerra, la Embajada siguió ofreciendo asilo a los republicanos huidos de la represión franquista, entre ellos las hijas de Francisco Largo Caballero, e incluso llegó a gestionar el exilio al extranjero de los familiares de Manuel Azaña e Indalecio Prieto. Un caso emblemático fue el del poeta Miguel Hernández, quien se negó a aceptar refugio en la Embajada debido a que, según declaró el nuevo embajador Morla Lynch, no quería albergarse «en sitio alguno» porque lo consideraba «como una deserción de última hora».
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Aurelio Núñez Morgado
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Carlos Morla Lynch