Alberto Rubio
La embajada que Sah Abbas el Grande envió a Felipe III para formar una gran alianza contra el Imperio Otomano fracasó, pero dejó extraordinarias historias como las de Don Juan, Don Diego y Don Felipe de Persia. Tres nobles chiíes convertidos al cristianismo en la Corte del Rey Felipe III.
La embajada encabezada por Hosein Ali Beg, como publicó ayer The Diplomat, no dio los resultados deseados por el Rey de Persia, Abbas I. Pero no sólo porque no logró que el monarca español iniciase hostilidades contra el Imperio Otomano, sino porque seis integrantes de la legación diplomática acabaron abjurando del islam. Tres de ellos se quedaron en España.
Si al paso de la comitiva persa por Roma tres de sus miembros decidieron convertirse, en España las cosas fueron aún peor para el jefe de la legación. Su propio sobrino y segundo secretario, Ali Quli Beg; el tercer secretario, Buniyad Beg; y Uruch Beg, primer secretario, decidieron abrazar la fe católica y no viajaron con el resto de la embajada cuando ésta embarcó en Lisboa de vuelta al estrecho de Ormuz. Para colmo, el alfaquí que ejercía como canciller, de nombre Amyr, fue asesinado en una extraña reyerta en Mérida.
Así lo relata el propio Uruch Beg en sus “Relaciones”, el diario que escribió durante el viaje que llevó a esta extraordinaria embajada por Rusia, Praga, Roma y Valladolid, entre otras ciudades europeas, en busca de aliados contra la Sublime Puerta.
Ali Quli Beg tomó el nombre de Felipe de Persia, ya que fue apadrinado por el propio Rey de España; Uruch Beg fue rebautizado como Don Juan de Persia; y el tercer secretario, Bunyad Beg, acabó siendo Don Diego de Persia.
Sobre su propio caso, Don Juan explica que “tan pronto como llegué a Valladolid fui a ver a Ali Quli Beg (que ya se había convertido) en la Casa de los Jesuítas y apenas había empezado a hablar con él (…) se hizo evidente cómo Dios Todopoderoso deseaba que un milagro obrase sobre mí”. Posteriormente, ambos convencieron a Bunyad Beg.
Don Juan, que admite que adoptó su decisión pese a “no haber recibido suficiente instrucción” en la religión católica, tuvo que esquivar incluso un intento de asesinato. El embajador persa, viendo que no lograba hacerle desistir, contrató a un sicario turco para matarle. Era lógico, ya que el legado iba a tener que dar muchas explicaciones a Sah Abbas por regresar a Isfahán sin siete de sus dignatarios. Y eso sin contar con el fracaso del objetivo principal de la misión, la alianza anti turca.
Don Juan murió en Valladolid en 1604, meses después de que las “Relaciones” fueran publicadas. En ellas se destaca la magnificencia de la Corte española o la impresión que causan en los dignatarios persas ciudades como Segovia o Toledo. Constituyen, en todo caso, la excepcional crónica de un hombre del siglo XVII a caballo entre Oriente y Occidente.