Eduardo González
En octubre de 1883, el Ayuntamiento de Líjar, en Almería, declaró la guerra a Francia para desagraviar al rey Alfonso XII, quien había sido tratado con desdén durante una visita de Estado en París. Como en tantos episodios similares (Huéscar, en Granada, y Móstoles, en Madrid, mantuvieron hostilidades con Francia desde la Guerra de la Independencia hasta finales del siglo XX), la cosa no fue a más y todo se quedó en un pintoresco bando de guerra.
Esta historia comenzó en septiembre de 1883, cuando Alfonso XII llegó a Francia procedente, entre otros países, de Alemania, cuya reciente unificación a costa, precisamente, de Napoleón III se había convertido en una afrenta para el orgullo francés.
En Alemania, el tatarabuelo del actual rey había cometido la torpeza diplomática de presidir desfiles y maniobras del Ejército prusiano y de aceptar el grado de coronel de los Ulanos, cuya guarnición se encontraba nada menos que en Estrasburgo, la bella ciudad alsaciana arrebatada a Francia por los alemanes.
Como era de esperar, Alfonso XII no sólo fue recibido en Francia con profunda frialdad por parte del presidente de la República, Jules Grévy, sino con evidente hostilidad por parte de un inmenso gentío que le abucheó entre gritos de Muera el Ulano y Viva la República.
Una vez en España, el rey fue objeto de dos desagravios, el uno en Madrid, donde fue aclamado y acompañado por una multitud hasta el Palacio Real, y el otro en Líjar, un pueblo de la Sierra de los Filabres cuyo Ayuntamiento, encabezado por el alcalde Miguel García Sáez, aprobó el 14 de octubre de 1883 un bando en el que recordaba que, durante la Guerra de la Independencia, “una mujer vieja y achacosa, pero hija de España”, había degollado “por sí sola a treinta franceses que se albergaron en su casa”.
Con este precedente, el Ayuntamiento advirtió a “los habitantes del Territorio Francés” de que el pueblo de Líjar contaba con “seiscientos hombres útiles” capaces, cada uno de ellos, de vencer a 10.000 soldados franceses. Hechos los cálculos (según los cuales, un hombre joven en la guerra equivale a 333,33 «viejas achacosas»), Francia necesitaría seis millones de soldados si quería ganar a los de Líjar.
El bando incluía menciones a Sagunto, Bailén, Lepanto y Pavía, a personajes como Carlos V (que “supo él solo atravesar la Francia aterrorizando con su figura el Mundo”) y Gonzalo de Córdoba y a la “vergüenza y valor” de los de Líjar “para hacer desaparecer del mapa de los continentes a la Cobarde Nación Francesa”.
Por todo ello, “el Ayuntamiento tomando en consideración lo expuesto por el alcalde, acuerda unánimemente declararle guerra a la Nación Francesa, dirigiendo comunicado en forma debida directamente al presidente de la República Francesa, anunciando previamente al Gobierno de España esta Resolución”.
La sangre no llegó al río (al río Líjar, se entiende), y justo cien años más tarde, el 30 de octubre 1983, se firmó la paz, en presencia de las autoridades políticas y militares de los dos bandos enfrentados.