Anna Burgstaller
Allí donde los montes anuncian el final de un mundo y bosques escondidos ocultan el olvido de unas gentes que pasean con orgullo los secretos de su propio abandono. Allí conducen nuestros pasos para disfrutar de los sonidos del silencio.
El sonido del murmullo de los arroyos que bajan al Oza, sin miedo de que las horas pasen demasiado deprisa. El sonido del viento perdiéndose al arañar las hojas de los árboles. El valle encierra la magia del bosque, de sus pueblos y de una cultura que permanece en la memoria, impregnada por la quietud del silencio.
Al Valle del Silencio se llega desde Ponferrada, por la carretera LE-158, buscando el puente sobre el río Boeza, que descubre la carretera que lleva a San Esteban de Valdueza y termina en Peñalba de Santiago. El paraje de la Tebaida Berciana es un lugar de ermitaños. Fructuoso y Genadio son sus primeras señas de identidad y quienes fundaron monasterios en Compludo, San Pedro de Montes o Santiago de Peñalba, lugares repoblados espiritualmente durante siglos.
La estrecha carretera continua hasta llegar a Peñalba de Santiago. El pueblo, erguido sobre la peña a la que debe su nombre, fue declarado Monumento Histórico Artístico Nacional e hipnotiza por el encanto medieval de sus callejuelas estrechas y empedradas. El vehículo hay que olvidarlo en el parking de la entrada. No hace falta avanzar ni un metro para apreciar porqué merece distinción entre los pueblos más bonitos de España.
A pesar de su antigüedad, siglo X, presenta un admirable estado de conservación y es de visita obligada. Fray Prudencio de Sandoval la calificó como “la cosa más curiosa y digna de ser vista entre las antigüedades que tiene España”. ¡Con buen criterio, sin duda!
Desde allí, la escapada debe continuar hasta la cueva de San Genadio, donde el santo se retiraba a meditar. El camino hasta la gruta no entraña dificultad y permite disfrutar de inmejorables vistas al pueblo y al valle. Dentro, la imagen del santo y un libro de firmas atestiguan las numerosas visitas que dan fe de tanta belleza. Se dice que, en la cueva, las gotas no hacen ruido al caer, seguramente para no perturbar la quietud del silencio.
Parador en tierra de peregrinos
A la entrada de Villafranca del Bierzo, preciosa villa de iglesias, conventos y edificios nobles que se rodea de sierras plagadas de cerezos e higueras, montes de castaños, álamos y huertos, se encuentra el Parador de Villafranca. Los ventanales de sus habitaciones regalan vistas del noroeste de la comarca y el sur de la Sierra de Ancares.
El recorrido por la ruta jacobea o un simple paseo por los alrededores del parador bastan para mostrar nobles casas señoriales con escudos y blasones, corredores de madera y tejados de pizarra. A cada paso, el aroma de la cocina más auténtica de la zona. No es necesario buscar. El restaurante del parador condensa la esencia de la rica gastronomía berciana: truchas, embutidos, empanada, pimientos, castañas y, por supuesto, botillo. Todo regado con los afamados vinos del Bierzo.
Y si la experiencia exige reposo y más silencio, el parador ofrece en su interior de diversos espacios con encanto para disfrutar de la tranquilidad. La piscina climatizada, como complemento a otra magnífica en el exterior, y un sugestivo salón de lectura con preciosas vistas al valle del Vilela, acabarán por rendir al viajero más exigente.