Miguel Ángel Medina
Subdirector de la Cátedra de Estudios Mundiales Antoni de Montserrat de la Universitat Abat Oliba CEU
Turquía es uno de aquellos países cuya mirada hacia el resto del mundo se estudia en la geopolítica como ejemplo paradigmático de política exterior multidimensional, poliédrica y geográficamente diversa. Surgida de las cenizas del antiguo Imperio Otomano, la moderna República de Turquía fundada bajo el auspicio del kemalismo ha basado sus relaciones exteriores en el famoso lema ‘Peace at home, peace in the world’, a la luz de diferentes principios vertebradores: el secularismo, el humanitarismo, el atlantismo, el europeísmo… A lo largo de esos casi cien años Ankara se ha consolidado como una potencia media de alcance transcontinental, debido a su ubicación geográfica, tan estratégica como volátil. Así, el país euroasiático (si bien esta definición es polémica hasta cierto punto) es la quinta potencia diplomática y consular del mundo, es miembro de los grandes foros e instituciones internacionales, participa como mediador en diversas iniciativas multilaterales de resolución de conflictos, se encuentra entre los mayores donantes de asistencia humanitaria a nivel global… Y sin olvidar que Turquía es uno de los pocos países con los que tanto Israel como los países árabes ha mantenido estrechas relaciones diplomáticas, algo nada desdeñable. Muchos analistas habíamos calificado a las relaciones exteriores turcas como el más claro ejemplo de ‘enterprising diplomacy’.
Ahora bien, en los últimos años parece que la política exterior turca discurre por otros senderos, y esto se debe en gran medida al personalismo del actual presidente de la República, Recep Tayyip Erdogan. Tras ganar las elecciones y convertirse en presidente del Gobierno a inicios del siglo XXI, Erdogan condujo a Turquía a un proceso modernizador en vistas a la integración en la Unión Europea, con un programa de reformas extensísimo y bajo el prisma del islamismo moderado. Este pragmatismo también fue patente en política exterior, donde la conflictividad y agresividad de la política exterior turca en los años 90 dejó pasó a una diplomacia más consensual con su vecindario y con visos económicos, humanitarios y socioculturales. ¿Por qué afirmamos que Turquía ha dado un volantazo en su política exterior y que ahora el neootomanismo impregna la diplomacia de Ankara? ¿por qué hablamos del retorno del Sultán? Señalemos tres aspectos en este sentido.
En primer lugar, Erdogan ha hecho de la personalización de la política exterior un arte, una manera de gobernar, un estilo de gestión, que mezcla grandes dosis de populismo con un aprovechamiento táctico y estratégico del contexto en el que nos encontramos. Erdogan ha fortalecido los lazos personales con sus homólogos chino y ruso, que no es baladí, y el aparato del Ministerio turco de Exteriores cede el paso al equipo personal del presidente a la hora de esbozar el qué y el cómo de la diplomacia turca.
En segundo lugar, Turquía ha ampliado su abanico de relaciones diplomáticas y lo ha hecho mirando hacia el sur y hacia el este, intentado ampliar su influencia en el África subsahariana y el Mashrek, así como fortalecer los vínculos culturales con las repúblicas túrquicas del Cáucaso, el Caspio y de Asia central. Turquía quiere reverdecer viejos laureles, y aquí se utiliza el argumento histórico y el argumento cultural y lingüístico a partes iguales.
En tercer lugar, Turquía pretende mirar de igual a igual a Washington y Bruselas, y hasta cierto punto pretende ir más allá de esa característica geopolítica que Turquía siempre ha tenido desde el final de la segunda guerra mundial, el de ser el flanco sur de la OTAN. Ankara quiere demostrar que tiene más poder del que realmente tiene conforme a un manual de geografía política y de historia, y esto a la larga le puede pasar factura.
Solo el tiempo nos dirá qué Turquía y qué política exterior nos vamos a encontrar en los próximos años, pero seguramente siempre tendremos que empezar por considerar lo siguiente: la moderna Turquía siempre ha sido, y siempre se ha sentido, un actor muy fuerte en un contexto regional muy débil, y es esta palanca desde la que enarbola su diplomacia. Seguiremos atentos.
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