Antonio Alonso
Profesor de la Universidad San Pablo CEU
El trabajo forzado sistémico y el trabajo infantil ha llegado a su fin en Uzbekistán. Con este titular la Organización Internacional del Trabajo (OIT) despejó en un Informe de febrero de este año 2021 cualquier duda que pudiera existir en este campo. Después de muchos años de esfuerzo diplomático, de presión internacional y de trabajo por parte de las autoridades uzbekas, ha llegado el momento de dar esa buena noticia.
Una rémora del pasado
Existe la equivocada creencia de que el cultivo del algodón comenzó en Uzbekistán con los soviéticos. La realidad es que fueron los chinos, hace más de dos mil años, quienes comenzaron a sembrar y trabajar estas tierras para que produjeran el llamado “oro blanco”. De hecho, cuando más tarde estas tierras fueron ocupadas por el Imperio Zarista, el genial fotógrafo Serguéi Prokudin-Gorski inmortalizó en color campos enteros dedicados a esta planta. Es cierto que los años posteriores a la Revolución Bolchevique trajeron la intensivización de dicho cultivo, haciendo de Uzbekistán un país líder en producción de algodón.
Así, cada año se encuentra entre los diez primeros productores mundiales, posición que varía debido a muchos factores. Por ejemplo, en 2013 se encontraba en la octava posición, en 2017 en la quinta y en 2020 en la sexta, produciendo 762.000 toneladas métricas, por detrás de (en miles de toneladas métricas) las 6.423 de la India, las 5.933 de China, las 4.336 de EE.UU., las 2.918 de Brasil y las 1.350 de Pakistán. Es, por lo tanto, un mercado muy competitivo que nutre a la siempre pujante industria textil.
Aparte de los números, el cultivo del algodón también ha tenido su impacto en las tradiciones, en la cultura, en la mentalidad de los pueblos que dependen de esa planta. En las sociedades agrarias, y España lo era hasta hace apenas 60 años, se comienza a trabajar a edades muy tempranas y cada hijo de las (habitualmente) extensas familias colaboran en las múltiples tareas, especialmente en el tiempo de la cosecha.
Tiempos nuevos
Pero en la actualidad, ya no parece aceptable que los niños dejen las escuelas para acudir a la recogida del algodón, o que maestros y médicos dejen sus puestos de trabajo para ir al campo. Así se le hizo ver a los líderes políticos de Uzbekistán durante años a través de informes periódicos y reuniones diplomáticas. Y ya en 2014 Islam Karimov decidió impulsar la mecanización de la cosecha del algodón, de manera que progresivamente Uzbekistán ha podido cumplir con lo que se le pedía desde instancias internacionales, entre las la Organización Internacional del Trabajo (OIT), EE.UU. o incluso la UE.
Ha sido bajo mandato del presidente Mirziyoyev que Uzbekistán ha visto cómo la OIT emitía un informe favorable con respecto a la erradicación del trabajo forzado y el trabajo infantil en el país centroasiático, reconocido ampliamente por distintas ONGs de Derechos Humanos, lo que le ha permitido, además, acceder al Sistema de Preferencias Generalizadas Plus (Generalised Scheme of Preferences Plus, GSP+) que, a cambio de cumplir con 27 convenios internacionales relacionados con los derechos humanos, derechos laborales, protección del medio ambiente y buen gobierno, Uzbekistán disfruta de una eliminación total de los derechos de aduana en dos tercios de las líneas arancelarias, favoreciendo así el comercio entre Uzbekistán y la UE. Estas ventajas comenzaron a aplicarse el pasado 10 de abril.
De manera muy inteligente, Savkat Mirziyoyev ha sabido combinar las demandas de distintos Gobiernos y organizaciones internacionales con el desarrollo sostenible del país en un sector económico tan sensible para la riqueza del país. Comienzan a verse los frutos de su estrategia plurianual “Estrategia de Desarrollo de Uzbekistán en Cinco Áreas (2017-2021)”, dedicada este año a la educación y la formación de la juventud.
Esta nueva mentalidad está calando, poco a poco, en los líderes políticos uzbekos, como Tanzila Narbaeva, Presidenta del Senado de Uzbekistán y de la Comisión Nacional sobre Trabajo Forzoso y Trata de Personas: “El trabajo forzoso no solo es social y moralmente malo, sino que es una grave violación de los derechos humanos y un delito en Uzbekistán […] Para cambiar el comportamiento, es necesario cambiar la forma de pensar de la gente. Lo hacemos posible trabajando juntos como legisladores, funcionarios gubernamentales, empleadores, sindicatos y activistas de la sociedad civil”.
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