Helena Curulla
Año 1219. El obispo Don Mauricio parte desde el corazón de Castilla hacia el Sacro Imperio Romano Germánico. En nombre de su rey, Fernando III, va a recoger a la futura reina, Beatriz de Suabia. Un largo viaje lleno de dificultades a través de campiña y ciudades, en el que descubre algo nunca antes visto en la península ibérica. A su regreso, Don Mauricio trae la mano de una princesa y la inspiración que daría forma a uno de los monumentos más hermosos de nuestra geografía: la Catedral de Burgos.
En el año de Nuestro Señor de 2021 se cumplen ocho siglos desde que se pusiera la primera piedra de este monumento a la Virgen María. Una obra titánica considerada como el primer referente del gótico en nuestro país. A diferencia de su antecesor, más compacto e inamovible, este estilo importado de Francia parece desprenderse de las inoportunas leyes de la gravedad para alzarse grácil y elegante hacia la bóveda celeste.
Atrás quedan los muros chatos, las pequeñas ventanas y los pesados arcos de medio punto románicos. En su lugar, los maestros esculpen árboles pétreos que extienden sus ramas hacia el cielo, uniéndose entre ellos en livianos arcos ojivales. Una delicadeza imposible que, pese a ello, se mantiene aún hoy como testamento de su genio.
Las obras de la seo burgalesa comenzaron por la cabecera y el presbiterio, y en poco más de una década (hacia 1238) se estaban concluyendo la primera de ellas, así como buena parte del crucero y las naves. Tras la muerte del primer arquitecto galo, tomó las riendas del proyecto su compatriota el Maestro Enrique, quien se inspiró en la Catedral de Reims para completar la fachada hastial.
Durante la segunda mitad del siglo XIII, y bajo la dirección del hispano Johan Pérez, se completaron las capillas de las naves laterales y se erigió el nuevo claustro. La catedral, tal y como la conocemos hoy, no estaría completa hasta que, en el siglo XV. La familia de los Colonia incorporó las agujas de las torres de la fachada principal, los cimborrios sobre el crucero y la hermosa Capilla de los Condestables.
Luz para representar al Todopoderoso
Si bien la maestría escultórica es evidente en estatuas y columnas, los maestros consiguieron una proeza aún más destacable, pues, no contentos con dar forma a la piedra, decidieron tallar también la luz.
Una de las características más importantes del movimiento gótico es su capacidad para inundar sus construcciones con luz a través de enormes ventanales. Sirviéndose únicamente de talento y color, recrearon escenas bíblicas, dibujaron el semblante de los santos y llenaron de vida sus bosques de piedra.
Durante la construcción de la catedral, Burgos se convirtió en un importante centro vidriero y referente de este arte. De sus talleres salieron piezas como las del Monasterio de las Huelgas Reales de Burgos, la catedral de León, Astorga, Oviedo y, por supuesto, las de Burgos. En esta última se encuentra la pieza más importante del conjunto artístico de la península ibérica: el rosetón de la Puerta Sarmental. La única vidriera que ha permanecido casi intacta desde su instalación es un mosaico fechado hacia 1260, un alarde de geometría imbuido del famoso vidrio rojo de Burgos. En su construcción trabajaron mano a mano maestros escultores y vidrieros para imbuir de vida la visión del Cabildo y el rey Fernando III.
Después de ocho siglos, las cristaleras perduran. Algunas han sufrido daños irreparables, en 1812 la voladura del castillo burgalés sacudió todo el templo y destruyó una parte importante de ellas, obligando a la reconstrucción de los vitrales de la nave central y algunas de las capillas. No obstante, el estado de conservación actual es muy bueno, gracias al trabajo y dedicación de los maestros de la ciudad como el taller de Vidrieras Barrio que recientemente restauró las vidrieras de la Capilla del Condestable, de la cual entre el 30 y 40 % de los ventanales son auténticos.
Parador de Lerma
Situado a apenas media hora de Burgos, se encuentra el majestuoso Palacio Ducal de Lerma. Asentado en la parte alta de la villa, fue construido en la época de los Austrias entorno a un patio central rodeado de galerías con columnas. El palacio convertido en Parador preside la señorial Plaza Mayor de una villa llena de encanto, en la que destaca su zona medieval con encantadoras casas, el arco y el puente de la cárcel, así como el convento de San Blas o el Pasadizo del Duque.
Su restaurante es un excelente espacio gastronómico que ofrece sabrosos platos a base de los productos regionales que da esta tierra: lechazo asado, queso de Burgos o morcilla todo ello acompañado de un pan tradicional como es la Torta de Aranda y regado, como no, con los mejores caldos de la D.O. Arlanza.