Miguel Ángel Medina
Subdirector de la Cátedra de Estudios Mundiales Antoni de Montserrat de la Universitat Abat Oliba CEU
Como dice la canción, veinte años no es nada, pero sí lo son los casi 2.500 soldados estadounidenses muertos en Afganistán en estas dos décadas. Cuando a principios de octubre de 2001 George W. Bush ordenaba el despliegue de las tropas norteamericanas en el país centroasiático para hacer frente a Bin Laden y a los grupúsculos talibanes, ni analistas, ni académicos ni responsables políticos seguramente podíamos imaginar que, veinte años después, el teatro afgano seguiría siendo el escenario del conflicto más virulento a nivel internacional (superando, con creces, conflictos como el sirio, el yemení, el libio o el congoleño). El anuncio de la retirada de las tropas de Estados Unidos, idea concebida por la Administración Obama en 2011 pero prevista para el próximo 11 de septiembre de 2021, nos pone sobre la mesa diversas consideraciones acerca de este conflicto, que desgranaremos a continuación.
La primera es la fuerte carga simbólica de la retirada. Aunque Biden decidió extender la presencia militar más allá del 1 de mayo -fecha límite que su predecesor en el Despacho Oval de la Casa Blanca había acordado con los talibanes, pese a las amenazas de ataques- la decisión final está tomada. El 11 de septiembre no solo marca el vigésimo aniversario de los atentados contra las Torres Gemelas y al Pentágono, sino que manifiesta que EEUU no puede ser eternamente el policía del mundo. Afganistán ha sido una guerra que Washington no ha podido ganar y no ha sabido como terminar, y la retirada lleva implícita consigo un mensaje al mundo; dos décadas después, EEUU ha dicho basta.
La segunda derivada nos lleva a vislumbrar una política exterior de la Administración Biden que se antoja más pragmática, más austera, más utilitarista incluso. El anuncio de la retirada no es una sorpresa absoluta, pero sí lo es la forma en la que se hará efectiva. Blinken quiere pasar página cuanto antes y cerrar ese sangriento libro de la historia reciente. Afganistán ha sido una de las piedras en el zapato de EEUU desde el fin de la Guerra fría, y la nueva política exterior del país pasa por la apuesta en firme de retirar definitivamente los cerca de 3.000 soldados que tiene desplegados en Afganistán, una vez se haya asegurado una salida segura, ordenada y decidida. Sin grandilocuencia, pero con pulso firme. Estrategia muy parecida a la seguida en Libia, por cierto.
El tercer elemento a destacar es qué puede suponer la decisión en cuanto a relaciones transatlánticas se refiere. Se ha repetido a ambas orillas del Atlántico que en Afganistán ‘entramos juntos, aprendimos juntos, luchamos juntos, nos vamos juntos’. El anuncio de la retirada de Washington del país centroasiático vino acompañada, unas horas más tarde, por el anuncio de la retirada de la Alianza Atlántica. Pone así la OTAN punto y final a su operación internacional de mantenimiento de la paz más longeva (18 años) y más robusta (ISAF llegó a contar con 130.000 efectivos sobre el terreno y medio centenar de países participantes). Es casi imposible imaginar una misión internacional en el país asiático que no esté liderada por Washington, y habrá que analizar qué incidencia tiene el nuevo escenario en las áreas geográficas y temáticas de interés común para todos los aliados: relaciones con Rusia y con China, lucha contra el terrorismo a escala internacional, estados fallidos, armas de destrucción masiva… Y recordemos que en el conflicto afgano ha sido la única vez que los aliados invocaron el artículo 5 del Tratado del Atlántico Norte, y no para aumentar el paraguas de seguridad norteamericano en Europa, sino para que los países europeos ayudaran a Washington.
Y no nos olvidemos, por último, de cómo va a reaccionar la comunidad internacional a esta retirada estadounidense. Con o sin presencia militar de Washington y del resto de miembros de la OTAN, la consecución de un acuerdo de paz viable parece lejana, y el vacío de poder que supone la retirada de las tropas norteamericanas no hace sino acrecentar los interrogantes acerca de la posible solución al conflicto afgano. Señalemos que se trata de uno de los conflictos más poliédricos y multidimensionales del panorama internacional actual, y en el que se superponen varias capas en el mismo teatro: los talibanes, la presencia residual de Daesh, los señores de la guerra y los señores del opio, y el Gobierno central. Sería un gran error estratégico abandonar el país centroasiático completamente, por lo que mantener presencia diplomática, ayuda humanitaria y soporte logístico al Gobierno afgano probablemente sea una buena idea. Y sin olvidar la necesaria implicación de los países vecinos, directamente afectados por la inseguridad que emana de Kabul. Pakistán, Irán y, sobre todo, China, tendrán los ojos muy abiertos. Deberemos estar atentos a las conversaciones entre los talibanes y el Gobierno afgano que tendrán lugar en próximas fechas en Turquía, y ver cuál es el mensaje que la comunidad internacional lanza al país centroasiático a partir de septiembre.
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