Pedro González
Periodista
Concentración de más de 20.000 soldados rusos en la frontera con Ucrania y anuncio de maniobras terrestres inminentes; incursión de dos navíos de guerra norteamericanos en el Bósforo, precedidos por misiones de reconocimiento en el mar Negro por bombarderos B-1; alerta del Ejército ucraniano ante el temor a una ofensiva que desborde los territorios autónomos de Donetsk y Lugansk. Son todos ellos los últimos movimientos tácticos en los que la Rusia de Vladimir Putin quiere tantear y poner a prueba a la nueva administración estadounidense del presidente Joe Biden.
No es probable, sin embargo, que la evidente escalada de la tensión se adentre más allá de las líneas rojas que tanto Moscú como Washington quieren fijar para que uno y otro sepan claramente la postura del adversario respecto de las líneas de demarcación en el este de Europa.
Veamos primero qué puede esconderse detrás de las maniobras de Rusia. En primer lugar, lanzar una advertencia muy seria a Ucrania de que sus presuntos anhelos de adherirse a la UE, y sobre todo a la OTAN, no serán tolerados por Moscú, que naturalmente podría revitalizar a su conveniencia el frente de batalla oriental graduando la intensidad de sus bombardeos sobre las tropas y posiciones ucranianas, e incluso invadiendo territorios cercanos a Donetsk y Lugansk. El mensaje final de Putin a Kiev es que se vaya olvidando de recuperar tanto esas regiones, como la anexionada península de Crimea. Esta última le garantiza a Rusia su presencia –y dominio naval- en el mar Negro, y eso es innegociable, aunque haya que arriesgarse a un enfrentamiento de gran envergadura.
Para que no les quepan dudas a ucranianos y norteamericanos, el presidente ruso pretende con los últimos movimientos de sus tropas fijar definitivamente los regimientos que situó de su lado de la frontera desde que alentó la sublevación de las regiones orientales ucranianas. Su justificación para ello sigue siendo la misma: proteger a la población de esos territorios de origen, idioma y cultura mayoritariamente rusos. Con ello, además, insufla nuevos ánimos a ambas repúblicas autónomas, sólo reconocidas y respaldadas por Rusia. Y les lanza un inequívoco mensaje de respaldo y de disposición a protegerlas con todo el peso de las armas si fuere preciso.
¿Y hasta dónde está dispuesto a llegar el presidente norteamericano en su respaldo a Ucrania? Es exactamente eso lo que Putin quiere testar, sobre todo tras las renovadas proclamas de Kiev de su voluntad de integrarse en la OTAN para defenderse de las amenazas rusas. Y, sobre todo, si Biden respaldaría una presunta contraofensiva de Kiev para recuperar los territorios perdidos.
¿Aceptar el statu quo o modificarlo?
Es, pues, una prueba de fuego para Joe Biden, que si bien ya se ha desmarcado de la línea de su predecesor en las cuestiones más urgentes –pandemia y cambio climático, esencialmente- tendrá que calibrar mucho el alcance de sus modificaciones de comportamiento en los numerosos puntos calientes del mundo globalizado.
Turquía ya ha notificado su aquiescencia al paso de los buques de guerra norteamericanos hacia el mar Negro, en el que permanecerán las próximas tres semanas. Se supone que tanto esa presencia naval como la intensificación de los vuelos de reconocimiento de sus bombarderos pretenden a su vez enseñar los dientes a Rusia y advertirle de que no se le tolerarían nuevas incursiones fuera de sus fronteras.
Lo cierto es que, a la hora actual, Ucrania está absolutamente maniatada, de manera que lo que cambiaría real y radicalmente su destino –su incorporación a la UE y a la OTAN- constituye la línea roja que Moscú no está dispuesto a tolerar. Tal es el meollo del problema.
¿Respaldarían los actuales Veintisiete de la UE un acercamiento de Kiev con el horizonte de su incorporación a medio plazo? La respuesta es más que obvia: no. Respuesta aderezada, eso sí, con todo tipo de excusas y equidistancias. Y es que la UE, al menos en lo que respecta a Rusia, carece de una política definida de conjunto, más allá de las consabidas sanciones, que por otra parte le sirven a Moscú para justificar la búsqueda de otros lazos y alianzas, por ejemplo con China, para contrapesar a sus adversarios.
© Este artículo ha sido publicado originalmente en Atalayar