Nicolás Pascual de la Parte
Embajador de España
La Alianza Atlántica, la organización de defensa colectiva de mayor éxito de la Historia, se enfrenta actualmente a tres desafíos prioritarios: la impugnación de la Rusia de Putin del orden internacional liberal y de la arquitectura política y de seguridad en Europa acordada en el Acta de Helsinki de 1975; la consolidación de China como una gran potencia crecientemente asertiva y expansiva, y la emergencia de las tecnologías disruptivas. La OTAN pues ha de dar respuesta a las amenazas geopolíticas de dos potencias autoritarias e iliberales y al reto tecnológico.
Rusia ha demostrado con reiteración que no tiene interés en normalizar las relaciones con la Union Europea y los EE.UU., y ha decidido cuestionar el orden global establecido tras la II Guerra Mundial. No ha dudado en modificar por la fuerza las fronteras internacionales (anexión de Crimea, fomento del conflicto armado en el Donbas), ejecutar ciberataques sobre estructuras críticas de países occidentales, lanzar campañas de desinformación e injerencia en procesos electorales, o desestabilizar sistemas democráticos mediante amenazas híbridas.
Por su parte, la China de Xi-Jinping ha manifestado su voluntad de convertirse en una gran potencia tecnológica, económica, política y militar en las próximas décadas, substituyendo a los EE.UU. como país hegemónico. Para ello se ha fijado una hoja de ruta y un calendario precisos, con el objetivo final de determinar las normas y configurar las instituciones del nuevo orden mundial.
Las tecnologías digitales emergentes disruptivas (el dato en la nube, la robótica, la telefonía móvil 5G, el internet de las cosas, la computación cuántica, la inteligencia artificial) suponen una atomización del poder y su difusión a actores no-estatales y un empoderamiento de extremistas, grupos terroristas y organizaciones de delincuencia internacional.
Modernización y adaptación de la OTAN
A la vista de las nuevas amenazas geopolíticas y tecnológicas, la Alianza ha de proceder a su modernización y adaptación, lo que implica: un nuevo concepto estratégico (el vigente, muy superado, es el acordado en Lisboa en 2010), actualizar el vinculo transatlántico, reforzar la resiliencia de las estructuras críticas de los aliados, flexibilizar los procesos internos de toma de decisiones, mantener la ventaja comparativa de sus capacidades tecnológicas y militares, profundizar sus mecanismos de consulta política entre aliados, adoptar un enfoque más global (que incluya el reto de China), fortalecer sus relaciones con otras democracias así como el diálogo político y la cooperación con terceros países.
Ademas, la Alianza ha de liderar el tránsito desde una defensa colectiva propia de la era industrial, basada en las grandes plataformas de combate (portaviones, fragatas, bombarderos, carros de combate, artillería pesada) hasta una defensa propia de la era de la información del siglo XXI, basada en sistemas ofensivos digitales y tecnológicos (drones, satélites espaciales, rayos láser de concentración, misiles hipersónicos, sistemas autónomos de combate, inteligencia artificial). Ello exigirá a su vez mantener una combinación adecuada y flexible de capacidades tradicionales y no tradicionales, una adecuación de las estructuras de mando y control, así como una estrecha cooperación entre el sector público y el privado y una cultura de la defensa que incorpore a la sociedad civil.
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