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 El nuevo ciclo electoral en las ‘democracias fatigadas’ de América Latina  

Nacho Sánchez Amor

Diputado del Parlamento Europeo

 

Durante los años 2003-2014 América Latina vivó un cierto círculo virtuoso de crecimiento  económico y de estabilidad política. Durante ese “boom de las comodities”, como se le suele  llamar, las economías emergentes demandaban un consumo de materias primas que benefició  considerablemente a América Latina. Este fenómeno fue uno de los elementos que inyectó  una bonanza y un desarrollo de la clase media en la zona. Sin embargo, el período virtuoso,  con el fantasma de la desigualdad acechando, pronto se convirtió en una nueva “década  perdida”. El trienio electoral 2017-2019 destapó retos políticos, sociales y económicos que  todavía afectan a la América Latina de hoy: una política frustrada, una desigualdad arraigada,  y un modelo de desarrollo regresivo y malogrado.

 

La polarización y la fragmentación, la volatilidad, la desafección hacia la clase política en las  instituciones, la profunda desigualdad y la corrupción se están convirtiendo en un marco  estructural en América Latina. Una consecuencia de ello está siendo un rosario de protestas  masivas y continuas, hasta el punto de volverse un epifenómeno de las, parafraseando a  Manuel Alcántara, “democracias fatigadas” de la región. Una consecuencia previsible será  ver ciclos políticos cortos, gobiernos volátiles sin mayoría que buscan un consenso  inalcanzable y, como consecuencia, un voto de castigo que pondrá sobre el escenario a  candidatos personalistas, populistas y anti-establishment.

 

Y, además, para colmo, la difícil gestión de la pandemia del COVID-19, que ha abierto  espacio a algunos usos perversos de las medidas excepcionales; ha erosionado derechos y  libertades; ha afectado a los usos y costumbre políticas; y ha llevado a prácticas clientelares  para fidelizar el voto, pero a costa de arrastrar polarización y desprestigio para la política.

 

En esta tesitura de incertidumbres cruzadas, América Latina ha comenzado un intenso ciclo  de 17 elecciones presidenciales que no finalizará hasta el 2024. Durante este mismo año  tendrán lugar 5 elecciones generales (presidenciales y legislativas) en Ecuador, Perú, Chile,  Nicaragua y Honduras. Asimismo, se llevarán a cabo elecciones legislativas en El Salvador,  México y Argentina, subnacionales en Bolivia y 6 elecciones municipales/regionales, así  como la Convención Constituyente en Chile el próximo 11 de abril.

 

Por un lado, Ecuador celebró elecciones presidenciales el pasado 7 de febrero, mostrando una  alta fragmentación y polarización reflejada en la dicotomía correísmo vs. anticorreísmo. Por  otro, las dos elecciones más inmediatas serán las generales en Perú y en Chile, ambas el 11 de  abril, en las que se eligen los constituyentes encargados de elaborar las nuevas  Constituciones.

 

En Perú se consolida una constante que se aprecia en diferentes sistemas políticos y  electorales de América Latina: una marcada fragmentación (una sobreoferta de 22 candidatos  presidenciales), alta volatilidad, una pronunciada desafección política y una enorme falta de  confianza en las instituciones, en parte por la más reciente crisis institucional (3 presidentes  en 8 días) que se suma a las que llevan sucediéndose desde el año 2000.

 

Por su parte, Chile elegirá a los 155 miembros de una Convención Constituyente que estará  encargada de redactar la nueva constitución. Este es el resultado de la demanda de un nuevo  pacto social chileno a raíz de las protestas multitudinarias vinculadas al nivel de desigualdad  y corrupción en el país, y que estallaron tras un incremento en la tarifa del metro de Santiago.

 

Con el fin de ayudar a las democracias latinoamericanas en este período complejo, la UE  debe analizar esta situación e intensificar el diálogo político birregional, especialmente  promoviendo la creación de un Observatorio Transatlántico para la Democracia y los  Procesos Electorales, en colaboración con la OEA. Una entidad de esta naturaleza podría  abordar los desafíos y problemas estructurales de la región, dedicando una atención especial a  sus procesos electorales y los nuevos riesgos que estos enfrentan, allí como en todo el mundo,  desde la desinformación a las interferencias foráneas. La UE deberá consecuentemente  aceptar toda invitación que reciba de nuestra región hermana para sumarse a la observación  electoral regional o doméstica y ayudar a prevenir las frecuentes tensiones de los momentos  inmediatamente postelectorales. Porque ayudar a salir de las crisis es la mejor forma de  prevenir las futuras.

 

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Luis Ayllon

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