Sergio Rodríguez López-Ros
Vicerrector de la Universitat Abat Oliba CEU de Barcelona
Entre las realidades que han debido afrontar los estados de la Unión Europea está la constatación de su debilidad tecnológica. Desde la compra de máscaras hasta la producción de las vacunas, prácticamente todo ha debido ser importado, pagando un sobreprecio y quedando expuestos a las esperas. Salvo Finlandia, que mantenía sus almacenes estratégicos desde 1945, y Alemania, que contaba con un Plan de Emergencia Nacional, han sido pocos los países preparados para una crisis global.
Constatar esa realidad es aún más triste, si cabe, por lo esperable de la cuestión. Desde la estandarización de los modelos de producción en 1840 hasta la formulación de la teoría del caos en 1963, que todos conocemos como el efecto mariposa, o la acuñación del término globalización por el FMI en el año 2000, prácticamente todo es previsible. Y por tanto la afirmación “nadie se lo esperaba” respecto a la crisis multisectorial actual es falsa: todo es cuestión de probabilidad.
En el mapa geopolítico que emerge tras la pandemia, pero que se gestaba desde bastante tiempo antes, hay tres constantes que marcarán el futuro geoeconómico a medio y largo plazo. El sector primario se basa en el control de los recursos estratégicos, es decir de los 20 materiales con los que se construyen los objetos más importantes de los que conforman nuestro día a día, desde el coltán al tungsteno. Es ahí donde China está mejor posicionada. En el sector secundario, en cambio, será clave dar servicio a los que dan servicios, valga la paradoja, sobre todo los servicios esenciales: comunicaciones, electricidad y agua. De ahí las carteras de inversiones de los bancos, las aseguradoras y los fondos, siempre internacionales. Y el terciario va a venir definido por unos contenidos a la carta, donde las plataformas digitales son sólo el comienzo. Hoy en día India, por ejemplo, produce más contenidos que Estados Unidos, seguida de Nigeria.
Nada nuevo bajo el sol. El Imperio Romano, más allá de la lengua y el derecho, basó su hegemonía en las tácticas militares y la red de comunicaciones. El Imperio Chino y el Sacro Romano hicieron otro tanto sobre la pólvora y las postas. El Imperio Español se cimentó sobre los Tercios, el Galeón de Manila y el Camino Español. El Imperio Británico hizo lo propio gracias a la superioridad naval, tanto militar como comercial. Y el Imperio Americano se ha basado en la iniciativa tecnológica en términos militares y de consumo, que ahora China le disputa con el 5G.
La soberanía ha pasado por diversas concepciones a lo largo de la historia. Ninguna de ellas tiene futuro sin la capacidad de cualquier estado de garantizar su independencia, sus libertades, su soberanía, a través de la tecnología.
En un mundo donde las fronteras son cada día más difusas por la existencia de satélites, de torres, de internet y organismos multilaterales, el futuro del liderazgo internacional va a estar cada vez más en la soberanía tecnológica. Cellnex, Amadeus, Telefónica, Grífols, Solaria, PharmaMar, Almirall e Indra son las piedras angulares con las que España puede desempeñar un papel geotecnológico, sobre todo en Europa, América y, a través de Filipinas, en Asia. Otro elemento importante en nuestra soberanía son las empresas sistémicas, como CaixaBank, Banco Santander, Mapfre, Endesa, Naturgy, Repsol, Inditex, El Corte Inglés Mercadona o Planeta.
Hace falta dedicar más dinero público a investigación, desarrollo e innovación, o incentivarlo fiscalmente. España le dedica sólo el 1,24% de su PIB, frente al 1,5% de Italia, el 1,97% de los Países Bajos, el 2,22% de Francia o el 2,87% de Alemania. Nuestro vecino europeo no comunitario, el Reino Unido, le dedica el 1,7%. La media de la Unión Europea es de algo más del 2% de su PIB, lejos del 2,7% de Estados Unidos pero cerca del 2,1% de China. De ahí que, con un mayor consenso en política exterior, podría tener un papel global menos irrelevante. El hecho de que la Unión Europea no haya sido capaz de desarrollar una vacuna, teniendo un PIB superior al de China y Rusia demuestra su debilidad geotecnológica.
Tenemos el ejemplo de los líderes geotecnológicos, cuya capacidad de influencia geopolítica puede ser mayor que su tamaño, población o PIB, que están todos sobre el 3%: Corea del Sur (4,3%), Israel (4,11%), Japón (3,6%), Finlandia (3,8%) o Taiwán(3%). Resulta lamentable que Rusia vaya a ser el mayor proveedor de vacunas de América Latina, cuando su PIB está apenas 1,8 puntos (en billones americanos) por encima de España, teniendo que abastecer a un territorio 35 veces mayor y el triple de población. Eso es aún menos comprensible cuando nuestra mayor fortaleza sistémica está en el sector farmacéutico (Grífols, PharmaMar y Almirall) y cuando el estado cuenta en el Instituto de Medicina Preventiva de la Defensa con un Servicio de Epidemiología e Inteligencia Sanitaria. Junto a esa mayor inversión en I+D+I, urge una sinergia entre el sector público y el sector privado si no queremos quedar fuera del tablero geotecnológico.
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