El paisaje pirenaico regala estampas sobrecogedoras. Mientras la montaña se erige como la verdadera reina de estos parajes, en los valles, el encanto de los pequeños pueblos arracimados en sus laderas colma de vida uno de los entornos más espectaculares de la península.
Los fértiles valles desgarrados por las cumbres plomizas se visten en invierno con un manto de nieve esponjosa. La naturaleza ha querido regalar al paisaje pirenaico unas montañas agrestes regadas por riachuelos que derrochan vivacidad a cada tramo. En contraposición, lo inhóspito de estos parajes esconde un temperamento acogedor, con pequeñas casas de piedra y chimeneas humeantes que salpican de colores los valles nevados.
En pleno Pirineo catalán, el Valle de Arán ofrece innumerables estampas idílicas propias de escenarios de cuento. Calles imposibles se enredan en los pintorescos pueblecitos del entorno y, a cada paso, el inconfundible aroma que desprende la afamada olla aranesa, sea la hora que sea.
Cultura ancestral
Son 33 los pueblos que dibujan esta bella postal. Vielha, la capital, alberga un destacado museo etnográfico y del pan, la iglesia de Sant Miquel y varias casas señoriales, muestra de que la naturaleza y el abolengo han regido la vida de sus habitantes. Muy cerca, Artíes ostenta su pasado señorial rociado por iglesias de factura gótica y románica. Para muchos, es la ciudad más bonita del valle de Arán por su interesante casco urbano y por ser una de las entradas al Parque Nacional d’Aigüestortes i Estany de Sant Maurici.
La vida del valle transcurre entre el devenir del río Garona y la presencia de la estación de Baqueira-Beret. Con más de medio siglo de vida, el deporte blanco se ha convertido en el principal recurso económico de la zona para abandonar las labores de antaño, que han perdido función, pero no esencia. Todo el valle es el reflejo de una cultura ancestral que aparece ligada a su arquitectura popular, de piedra y empinados tejados de pizarra, señal inequívoca de que la nieve está presente cada año.
Gélida belleza
El impactante paraje del Pirineo alberga los únicos glaciares que quedan en la península ibérica. En los últimos años su escuálida figura ofrece una apariencia dramática. De hecho, ya no es posible hablar de cómo salvar a los glaciares, sino de su extinción. De los cincuenta y dos glaciares que había en la cordillera pirenaica en 1850, han desaparecido treinta y tres, la mayoría después de 1980.
Monte Perdido
El glaciar de Monte Perdido aparece como una figura atávica entre la inmensidad de las montañas. Esta espectacular mole de hielo lleva aferrada a las cumbres desde hace millones de años, moviendo su lengua como una criatura llena de vida. La fascinación que despierta su estudio entre la comunidad científica es sencillamente reverencial.
El de Monte Perdido y el de Maladeta-Aneto son los últimos que quedan en el Pirineo aragonés. Aunque el de Aneto es más extenso, Monte Perdido es el que mejor refleja el retroceso del hielo en la cordillera pirenaica, al estar más controlado por campañas de medición con escáner.
Desde 2011, un equipo de científicos del Instituto Pirenaico de Ecología del CSIC (Consejo Superior de Investigaciones Científicas) mide las palpitaciones de este coloso. Los datos obtenidos en 2019 revelan lo que ya es un hecho: en aproximadamente veinte años se habrá extinguido.
En 2016, el glaciar tenía 38 hectáreas de largo. Cada año pierde un metro de espesor y avanza tres centímetros al día. El año pasado perdió 1,56 metros de espesor, un dato, que si se suma a la medición acumulada desde que se inició el programa de monitorización, arroja la dramática cifra de 7,2 metros de pérdida de masa, lo equivalente a un edificio de dos plantas.
En las últimas décadas se ha roto en dos trozos sin conexión. En 2011, emergió un farallón de roca caliza en el hielo del glaciar inferior. Las piedras, junto al polvo del Sáhara, que llega en grandes nubes arrastradas por el viento, actúan como un radiador que acelera la fusión del hielo.
Paradores en Pirineos
Al pie de Monte Perdido, en pleno Pirineo oscense, se encuentra el Parador de Bielsa, un hotel muy acogedor donde las vistas regalan lienzos de infinitos colores.
El sonido de los ríos y la vigorosa naturaleza se deja sentir también en los paradores de Vielha y Artíes, situados en el corazón del Valle de Arán, muy cercanos a la estación de Baqueira-Beret.