<h6><strong>Eduardo González</strong></h6> <h4><strong>El 2 de agosto de 1990, hace justamente treinta años, las tropas iraquíes de Saddam Hussein invadieron Kuwait. El entonces embajador de España, Juan José Arbolí Desvalls, se encontraba en Barcelona recuperándose de una operación quirúrgica, lo cual no fue óbice para que el Ministerio de Asuntos Exteriores le ordenara desplazarse de inmediato al Emirato y para que él mismo tomara la misma decisión sin necesidad de recibir órdenes. </strong></h4> “En los primeros días de julio, cuando el calor en Kuwait sobrepasa los 50 grados centígrados a la sombra, me las prometía muy felices mientras hacía los preparativos para emprender un rápido viaje, prácticamente de ida y vuelta, a España, pues debía someterme a una intervención quirúrgica en Barcelona. Era el verano de 1990”. Así comienza Juan José Arbolí (nacido en 1929 en Barcelona) el relato de aquellos días, recogidos en su libro <em>La travesía del desierto. Experiencias de un embajador</em> (Punto Rojo Libros, 2015). En principio, el embajador tenía previsto regresar el 2 de agosto, pero la operación quirúrgica se retrasó al 19 de julio y se vio forzado a pedir días de permiso adicionales<strong>. “Cuando a principios de julio dejé Kuwait nada hacía sospechar el imprevisto estallido de unos acontecimientos que cogieron a todo el mundo por sorpresa, la invasión de Kuwait por Irak, precisamente, el 2 de agosto de 1990”</strong>, explica Arbolí. “La vida en el Emirato transcurría con normalidad y los miembros del cuerpo diplomático allí acreditados no habíamos percibido atisbo alguno de cuanto iba a suceder”, e incluso la creciente tensión entre Kuwait e Irak, de que hablaban los medios, “caía dentro de la normalidad cotidiana”, prosigue. “La situación era la misma que se produce cuando uno menosprecia un posible peligro a fuerza de convivir con él”, añade. De hecho, recuerda el embajador, había indicios serios para temer lo que iba a suceder, como “el deseo de Irak de tener un acceso más amplio a las aguas del Golfo Pérsico”, o la existencia en Irak de “un ejército de un millón de hombres, uno de los primeros del mundo y, con mucho, el más poderoso de la zona del Golfo”, que “tras años de guerra con Irán necesitaba una misión que mantuviera elevado el espíritu de sus soldados”. A ello se unían los motivos meramente económicos. El “afán de hegemonía en la zona” del dictador Saddam Hussein “convirtió a Irak en uno de los países del mundo con mayor deuda externa”. La guerra con Irán fue “una sangría humana y un despilfarro económico enorme”, mientras “los vecinos del sur, los kuwaitíes, vivían nadando en la abundancia”. “La tentación que representaba Kuwait para un dictador con ansias hegemónicas como Saddam Hussein era evidente”, tanto más cuanto que, conquistando Kuwait, Irak se convertiría en “el segundo país productor de petróleo del Golfo”. Ante las inquietantes noticias de los medios, Arbolí telefoneó varias veces desde Barcelona al Ministerio de Asuntos Exteriores (concretamente al director general para África y Oriente Medio, Jorge Dezcallar, y al subdirector general para Oriente Medio) y en todo momento le aseguraron que “no sucedía nada alarmante”. El embajador llegó a llamar incluso a punto de entrar en el quirófano y mostró <strong>su “disposición” para trasladarse a Kuwait “en cualquier momento” si “las circunstancias se agravaban y, por tanto, si así lo exigían”</strong>, a pesar de que el cirujano le había recomendado que no hiciera “el más mínimo esfuerzo” hasta finales de agosto. No obstante, y <strong>en un “reflejo del estado de desinformación absoluta que se vivía en el país respeto a lo que se estaba tramando”, los responsables del Ministerio le respondieron que “no lo consideraban necesario”.</strong> <h5><strong>“Así me enteré de la invasión de Kuwait”</strong></h5> Obviamente, todo cambió de golpe hace hoy justamente treinta años. “Todavía convaleciente de mi intervención quirúrgica, el 2 de agosto, a las nueve de la mañana, sonó el teléfono de mi casa. Contesté yo mismo. <strong>‘¡Juan José! ¡Oye, que ya no tienes país! ¡Tu país ha desaparecido!’</strong> Exclamó una voz femenina al otro lado del hilo”. La voz femenina era de Ángeles, una señora alemana amiga de la familia, que llamaba desde Zúrich porque acababa de oír la noticia en la radio. <strong>“Kuwait ha sido invadido por los iraquíes”, continuó Ángeles. “Así me enteré de la invasión de Kuwait”, resume el embajador.</strong> Tras conocer la noticia, llamó al Ministerio, pero Dezcallar estaba reunido con el ministro, Francisco Fernández Ordóñez, y el subdirector no estaba en su despacho. Entretanto, contactó con ”un sinfín de líneas aéreas” y se enteró de <strong>“que el aeropuerto de Kuwait había sido bombardeado y cerrado al tráfico”</strong>. Como también era embajador en Bahréin, intentó trasladarse a este país para ir a Kuwait por carretera, pero los vuelos estaban completos. Finalmente consiguió <strong>un billete en Lufthansa para el sábado 4 de agosto, para hacer el itinerario Barcelona-Fráncfort-Riad.</strong> Cuando volvió a llamar al Ministerio se enteró de que el director general le había estado buscando para hablar con él, y pudo, por fin, hablar con Dezcallar (a quien no se menciona por el nombre en ningún momento en el libro). <strong>“’¿Cuándo te vas?’ fue su saludo”</strong>, prosigue Arbolí. Cuando le respondió que se iría el 4 de agosto, la respuesta fue un <strong>“¿Y no podrías irte antes?”</strong>. Tras explicarle los esfuerzos que había tenido que hacer para conseguir billete, el director general le dijo que “conviene que los embajadores acreditados en esa zona estéis lo más cerca posible de vuestros puestos”. Según Arbolí, el tono “no podía disimular las órdenes que había recibido al respecto desde más arriba”. Se da la circunstancia de que, poco tiempo antes, se produjo <strong>un incidente en Embajada de España en La Habana </strong>mientras el embajador estaba de vacaciones, y “los medios lo destacaron<strong>”. “El Gobierno sabía que estaba convaleciente de la operación y debidamente autorizado”, pero “en los medios oficiales se encendió la luz roja” ante el “peligro de que los medios se echaran de nuevo contra el Gobierno socialista, como si el hecho de que un embajador se encontrara disfrutando de su permiso reglamentario o convaleciendo de una intervención quirúrgica supusiera un incumplimiento de sus obligaciones”</strong>, continúa Arbolí. “<strong>Independientemente del temor exagerado que inspiraban los medios de comunicación al ministro de Asuntos Exteriores o al Gobierno, era obvio que mi obligación era desplazarme a Kuwait cuanto antes” y “de ello era absolutamente consciente y no precisaba recibir instrucciones al respecto</strong>, aunque comprendía que la obligación del Ministerio o del Gobierno era impartirlas”, añade. <h5><strong>La odisea desde Riad y el “pago a mis esfuerzos”</strong></h5> <strong>Una vez en Riad, Arbolí recorrió mil kilómetros con 50 grados a la sombra</strong>. Se detuvo en dos ocasiones durante el trayecto para repostar gasolina, plátanos y galletas, y en Jubail sumó fuerzas con el embajador de Canadá, que se encontraba en la misma situación. Intentaron entrar en Kuwait hasta en tres ocasiones y, a pesar del calor sofocante y del fuerte despliegue militar, atravesaron los 500 metros de “tierra de nadie” que separaban el puesto fronterizo saudí del kuwaití, pero no hubo forma. El embajador de Dinamarca fue el último representante acreditado en Kuwait autorizado a cruzar la frontera, tan solo 24 horas antes. En estas circunstancias, el secretario de la Embajada “hubo de ponerse al frente de la Embajada”. “Tanto él como su familia pasaron momentos muy duros y difíciles y su salida de Kuwait fue muy complicada”, recuerda. Permanecieron varios días en Bagdad y llegaron a España en octubre de 1990, acompañados por personal de la Embajada y otros residentes españoles. En el libro, Arbolí recuerda con dolor el trato que recibió posteriormente por parte del Ministerio. Le quedaban sólo tres años de carrera y quería trasladase a otra Embajada, pero finalmente lo destinaron a Barcelona, dentro del Ministerio. Cuando pidió explicaciones, le respondieron que “no hay un motivo especial, se trata de un cambio de personal”. No obstante, el subsecretario le dio una explicación más significativa –siempre según el testimonio del autor del libro-: <strong>“Ten en cuenta que no tienes carnet del Partido Socialista”.</strong> <strong>“¿De manera que éste es el pago a mis esfuerzos, a mi trabajo en la Embajada, a mi lealtad a los intereses españoles? Dile al ministro de mi parte que no me parece justa esta manera de proceder”, cuando “fue precisamente él quien me dijo, al venir a Kuwait: ‘Estarás un par de años, y luego vas a otra Embajada’”</strong>, respondió Arbolí.