La sublevación de Riego y el fracaso de la “reconquista” de América

Eduardo González

 

El 1 de enero de 1820, hace hoy justamente doscientos años, el teniente coronel Rafael del Riego lideró un pronunciamiento en Andalucía contra el régimen absolutista de Fernando VII que concluyó con el triunfo de la revolución y la instauración del Trienio Liberal.

 

La sublevación de Riego, al margen de las circunstancias internas de España, guarda una relación muy estrecha con el movimiento de emancipación de los países iberoamericanos, que comenzó entre 1808 y 1810, en plena guerra contra la ocupación napoleónica, y que concluyó en 1824 con la total independencia de las nuevas repúblicas.

 

Cuando en diciembre de 1813 se anunció la inminente vuelta de Fernando VII al Trono tras la derrota de la ocupación francesa, “nada ni nadie” era igual que antes de la llamada Guerra de la Independencia, como recoge el historiador Manuel Chust.

 

Las Cortes de Cádiz, las mismas que en 1812 aprobaron la primera Constitución liberal de la historia de España, no sólo se enfrentaron al Gobierno bonapartista de Madrid, sino que aprovecharon para introducir importantes reformas, casi revoluciones, en el funcionamiento del país, incluidas las Fuerzas Armadas.

 

Una de esas reformas fue la abolición de la prueba de nobleza para acceder a la oficialidad del Ejército, un cambio indudablemente vinculado a la resistencia contra Napoleón, que no sólo contribuyó a crear una nueva clase de oficiales ascendidos por auténticos méritos de guerra, sino que convirtió a las Fuerzas Armadas en uno de los principales baluartes del régimen liberal.

 

Fernando VII dejó muy pronto bien claras cuáles eran sus verdaderas intenciones, cuando, mediante un autogolpe de Estado, anunció en Valencia su intención de reinstaurar el absolutismo y de abolir la Constitución de Cádiz, lo cual derivó, en España, en una encarnizada persecución de liberales, y, en América, en una radicalización de la clase criolla que había protagonizado las primeras revueltas y que, tras la decisión del Rey y la creación de la Santa Alianza absolutista en Europa, llegó a la conclusión de que no había otra salida para sus intereses políticos que independizarse de la Monarquía Hispánica.

 

En estas circunstancias, Fernando VII decidió ordenar la “reconquista” de América con un doble objetivo: recuperar las colonias (y sus contribuciones a una Hacienda absolutamente arruinada) y, de paso, enviar al otro lado del mar a decenas de miles de soldados y oficiales que habían participado en la guerra contra Napoleón y que eran particularmente proclives a pronunciarse en favor del régimen liberal de 1812.

 

El proceso, según el historiador Juan Marchena, comenzó en 1815 con la Expedición Pacificadora de Costa Firme al mando del general Pablo Morillo y continuó en sucesivas expediciones hasta 1820.  El resultado fue el envío a Ultramar de alrededor de 40.000 soldados y oficiales, la mayoría de los cuales no regresaron nunca y que, en algunos casos, incluso se unieron a las fuerzas rebeldes.

 

Fue en estas circunstancias cuando, el 1 de enero de 1820, un contingente de tropas que se preparaba para partir hacia América al mando de Riego se sublevó contra el régimen absolutista en la localidad sevillana de Cabezas de San Juan, mientras sus tropas entonaban una marcha que, andando el tiempo, se habría de convertir en el himno oficial de España durante la II República. En su proclama, Riego se manifestó abiertamente en contra de la guerra de “reconquista” y aseguró que “la Constitución por sí sola basta para apaciguar a nuestros hermanos de América”.

 

La aventura liberal, que obligó a Fernando VII a jurar la Constitución (el Trágala), sólo duró tres años. En abril de 1823, los Cien Mil Hijos de San Luis enviados por la Francia borbónica derrocaron el Trienio Liberal y restauraron el absolutismo. Riego (elegido presidente de las Cortes en 1822 y ascendido a capitán general) fue ahorcado en noviembre en la Plaza de la Cebada de Madrid. América nunca fue reconquistada: en diciembre de 1824, la Batalla de Ayacucho selló la definitiva derrota de las aspiraciones españolas en sus últimos reductos de América del Sur.

 

 

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