Así llamaron los romanos a las Islas Atlánticas mientras surcaban el Mare Tenebrosum, el Mar de las Tinieblas, término alegórico con el que apodaron el Océano Atlántico. No estaban desencaminados. Entre las brumas y la inmensidad plateada de un mar inhóspito, sintieron la magia que envolvía a estas islas hechizadas por la naturaleza. De su radiante estampa, embauca el azul turquesa de las aguas cristalinas y la serenidad de las playas de arena fina y dorada. Las Islas Atlánticas son el paraíso terrenal de la costa gallega.
La llegada del barco irrumpe en el puerto de Ons como un torrente. Comienza un nuevo día en las Islas Atlánticas, uno de los parajes más hermosos del litoral gallego. Lo primero que sorprende, a escasos metros de alcanzar tierra, es la apacible imagen de la isla. Los peñascos, ariscos por la furia oceánica, dibujan un perfil dócil, bañado por aguas azul esmeralda que acarician sutilmente la luminosa arena de la playa.
Sin temor a exagerar, el paisaje de estas islas puede ser lo más parecido al paraíso. La impetuosidad de su clima, de una mansedumbre conmovedora en verano, aumenta, si cabe, su carácter singular. No en vano, el enclave parece gozar del beneplácito de los dioses, como si las ínsulas fuesen la encarnación natural de las hijas de Venus, diosa romana de la belleza que surgió de la espuma del mar.
Los archipiélagos de Cíes, Ons, Sálvora, Cortegada y el fastuoso mundo marino que lo rodea, conforman el Parque Nacional Marítimo Terrestre de las Islas Atlánticas de Galicia. Un tesoro natural labrado con ternura por las aguas que han dotado a estos terruños de un ecosistema rico, pero delicado y vulnerable.
Su privilegiado emplazamiento, frente a las Rías Baixas, ha prodigado la formación de un paisaje de dunas y acantilados sembrados de matorrales de tojo y brezo que vencen empecinados las embestidas del sañudo océano.
El pirata Francis Drake
La irrupción escalonada del turismo y la fragilidad del mundo marino han hecho necesaria la protección que ahora ampara a las islas. No sólo están incluidas en el Parque Nacional las aguas que las rodean. También los fondos oceánicos, que en algunos puntos alcanzan profundidades cercanas a los 70 metros.
Las Islas Atlánticas han sido refugio de órdenes monacales y marinos que aprovecharon la proximidad a la costa para fijar su asentamiento. A finales de la Edad Media, época de los conflictos de la corona española en ultramar, tuvieron un papel crucial al convertirse en caladero y refugio de barcos extranjeros. Flotas turcas, tunecinas e inglesas arribaron a estas tierras no siempre en calidad de amigos, pero respetando a los isleños que poblaban los adustos parajes. Dicen, sin embargo, que el pirata Francis Drake rompió esa convivencia “pacífica”, se ensañó con la ría de Vigo y asoló las Cíes. De ese periodo de corsarios y piratas proceden múltiples leyendas que aún se cuentan sobre galeones hundidos y tesoros generosos.
Entre riscos y acantilados
Persiste en Ons una población autóctona, con casas que impregnan la isla de un encanto rural, huertas cultivadas y artes de pesca tradicional, la única que está permitida en el Parque.
Impresionante es el revuelo de las vivarachas aves marinas que se agolpan entre riscos y acantilados. Precisamente, la escasa presencia humana, la disponibilidad de buenos sitios de cría y la extraordinaria abundancia de recursos marinos, hacen de las Islas Atlánticas un hogar idóneo. Los archipiélagos de Cíes y Ons están catalogados como zonas ZEPA (Zonas de Especial Protección para las Aves).
Atardeceres mágicos
El ocaso se vuelve espectáculo en las Islas Atlánticas. Al sur de las Rías Baixas, protegido por una hermosa bahía, se encuentra el Parador de Baiona, un mirador de excelencia para disfrutar el atardecer sobre las Cíes, que regala las panorámicas más hermosas de la costa gallega.
La elegancia y los robustos muros de esta fortaleza medieval son un enclave perfecto para deleitarse con el descanso y la excelente gastronomía gallega, tan prolífica en virtudes.
La ría más turística del norte
Pontevedra es también un extraordinario punto de partida para conocer las Cíes. A pocos kilómetros salen barcos de Sanxenxo o Portonovo.
El Parador de Pontevedra es un espectacular palacio renacentista del siglo XVI.
Su interior conserva una escalinata de piedra labrada que conduce a acogedoras habitaciones, en las que la decoración clásica y señorial convive con el buen gusto y la comodidad. Los excelentes vinos y la gastronomía costera son señas de su identidad gallega.
Submarinismo en el paraíso
La transparencia de las aguas y la riqueza de los fondos convierten el entorno en un paraíso para el buceo, tanto en la modalidad de escafandra como apnea con plomos. Es necesaria autorización, que puede obtenerse en la web del parque, en las oficinas que se encuentran en las islas y en el centro de visitantes de Vigo.
Navegar por las islas
La información sobre las navieras autorizadas cada año puede consultarse en la página web del Parque Nacional (www.parquenacionalillasatlanticas.com), en las oficinas o en el Centro de Visitantes del Parque Nacional en Vigo.
El edén en los platos
Si hay algún calificativo para la cocina gallega es su exuberancia. Mariscos, pescados, productos de la huerta o la espectacular suavidad de los quesos, conforman un bodegón de infinitos detalles.
Tanto en el Parador de Baiona, que cuenta con el restaurante Torre del Príncipe y el Enxebre A Pinta, como en el Parador de Pontevedra, con el Enxebre “Casa do Barón”, se puede disfrutar de la sobresaliente gastronomía tradicional.
El pulpo á Feira, la empanada del obrador, las zamburiñas á grella, las excelentes carnes o las vieiras al horno son una muestra de la fertilidad de unas mesas que no conviene perderse.