Javier Fernández Arribas
Director de Atalayar
Los islamistas en Túnez han sentido la réplica del terremoto electoral de la primera vuelta de los comicios presidenciales del domingo 15 de septiembre que ha provocado un cambio político como el que causó el inicio de la denominada Primavera Árabe en 2010 que acabó con la dictadura de Ben Alí y contagió a muchos países de la región con resultados contrapuestos y trágicos, por ejemplo, en Siria, Libia o Egipto.
Ese 17 de diciembre de 2010, en la localidad de Sidi Bouzid, miles de personas se manifestaban en protesta por el trato recibido por un vendedor ambulante, Mohamed Bouaziz, despojado de su pescado decidió inmolarse. Desde entonces, esa chispa de protestas reclamando libertad y democracia prendió en muchos países, pero solo en Túnez, las fuerzas políticas han sido capaces de lograr los consensos necesarios para aprobar una Constitución que permite demostrar que el islam puede ser compatible con un sistema democrático.
Lo que no han sido capaces de conseguir los políticos tunecinos es el desarrollo económico y social que propiciara una vida más digna y menos precaria y pobre de miles de ciudadanos que en estas elecciones libres han optado por votar a un profesor universitario de Derecho, Kais Saied, partidario de la pena de muerte, entre otras ideas cuestionables, y a un magnate de la televisión, el populista Nabil Karoui, en la cárcel por presunta corrupción. Es una demostración contundente del desencanto de la mayoría de los tunecinos con su clase política tradicional que han tenido ocho años para realizar una transición política que es un ejemplo para todos pero que no ha logrado los niveles de bienestar, de mejora de la vida diaria, de sacar de la pobreza a millones de ciudadanos que les han castigado con sus votos.
Con menos votos de los esperados porque una elevada abstención, que ronda el 55%, es otro síntoma preocupante del desafecto de la buena parte de la sociedad tunecina con sus representantes políticos. Se abren muchas incógnitas en un país cuya estabilidad es clave para el Magreb, para esa región del norte de África que tiene muy cerca la franja del Sahel con grupos terroristas deseando desestabilizar el país para actuar más libremente en Libia, en el país vecino donde todavía reina el caos y las milicias islamistas con dos gobiernos enfrentados y una ofensiva del mariscal Haftar para tomar la capital, Trípoli, que se enfrenta a la ayuda militar y armamentística de Turquía al gobierno del primer ministro Fayez al Serraj. Los terroristas han castigado duramente a Túnez con atentados en sus museos y en sus playas para evitar que se convirtiera en el ejemplo que desmonta su farsa islamista y dañar las fuentes de ingresos económicos básicos como el turismo.
Muchas alarmas se han encendido en todas las capitales occidentales y de la región porque el candidato más votado no tiene un partido político que le respalde, si gana en la segunda vuelta al otro candidato que está acusado de blanqueo de dinero y evasión de impuestos y que representa una opción más que discutible para mantener la estabilidad y la convivencia en el país. En este sentido, cobre especial interés la reacción en el seno del partido islamista Ennahda que se ha quedado muy cerca de lograr el pase a la segunda vuelta pero que se ha convertido en el gran derrotado al ser el gran favorito en la campaña electoral. Su líder intenta reagrupar a sus diversos sectores dentro del partido que durante los últimos años se han mantenido disciplinadamente unidos en torno a las cuotas de poder alcanzadas, pero ahora sus luchas internas emergen con virulencia y con el riesgo de dividir a un partido que ha sabido aceptar durante estos años el reto de pactar con el resto de fuerzas políticas una Constitución de consenso, clave para la convivencia de todos los tunecinos.
Ennahda se presentaba como el partido indispensable para apuntalar la estabilidad del Gobierno ante las crisis políticas empeoradas por la crisis económica y las amenazas del terrorismo. Los islamistas tenían ciertas ventajas para afrontar una creciente adversidad en los hogares y su aislamiento en el entorno de Túnez por ser considerado una amenaza hace cinco años. Dirigentes políticos europeos y norteamericanos denunciaron algunas relaciones de líderes de Ennahda con los Hermanos Musulmanes proscritos y perseguidos en Egipto y en otros países árabes. Pero se acabó, los votos han colocado a los líderes islamistas ante una cruda realidad, han pagado sus divisiones internas, sus planteamientos confiados y soberbios y ahora se abre un desafío complicado para su supervivencia que preocupa en el propio país, pero también en ámbitos occidentales conscientes de la enorme necesidad de preservar la estabilidad en Túnez. Los expertos esperan que los votantes tradicionales de Ennahda voten en la segunda vuelta por el profesor Saied frente al magnate Karoui contaminado por sospechas de corrupción.
Este artículo ha sido publicado originalmente en Atalayar