Augusto Manzanal Ciancaglini
Politólogo
Desde Libia una noticia recorre el mundo: cuatro misiles que Francia había comprado a Estados Unidos estaban en manos de las fuerzas del mariscal Jalifa Hafter, el hombre fuerte de Libia, quien asedia a las brigadas del Gobierno de Acuerdo Nacional.
Este hallazgo no tiene relevancia militar y ni siquiera originará un prolongado impacto mediático. Sin embargo, la paradoja se vuelve intensamente visible, pues Hafter está combatiendo contra el Gobierno de Trípoli reconocido internacionalmente y avalado por la ONU.
Emmanuel Macron le otorgó legitimidad política cuando promovió en dos ocasiones encuentros en París entre Hafter y el primer ministro, Fayed el Serraj. Además, el mariscal fue ingresado durante dos semanas en un centro médico de París.
De esta manera, se confirma que los apoyos directos e indirectos con los que cuenta Hafter son considerables: Egipto, Emiratos Árabes Unidos, Arabia Saudita, Rusia, Francia o Estados Unidos; nada más y nada menos que tres miembros permanentes del Consejo de Seguridad de su lado. Al mismo tiempo, Italia es el único país de la Unión Europea que mantiene su embajada en Trípoli.
Así pues, la Guerra de Libia se he convertido en un extraño revoltijo en el cual muchos actores posan cada pie en diferentes sectores del país. Esta oscilación se debe al peso de un militar que controla el 70% del territorio y ha conseguido gradualmente puntos fundamentales como el yacimiento petrolífero de Sharara, el más importante de Libia.
La ‘Blitzkrieg’ de Ḥaftar es el fruto del trabajo tanto de soldados autóctonos como de mercenarios extranjeros: el Grupo Wagner de Rusia o los contratistas militares privados estadounidenses conviven con las milicias locales.
El comercio y la lucha contra los yihadistas o las mafias que posibilitan las precarias migraciones hacia Europa, demandan una inminente estabilidad política que solo Haftar parece ofrecer. Asimismo, su triunfo final significaría la derrota de Turquía y también de Qatar, la oveja negra de las monarquías árabes del golfo Pérsico.
Por lo tanto, aunque los antecedentes militares y las previsiones políticas no dejan bien parado al mariscal desde una valoración democrática, una vez más, cierto realismo, midiendo la situación, empezaría a alzar al pragmatismo por entre el caos para encararse con una urgencia inapelable.
De todas formas, no será fácil terminar de desanudar esa maraña de incongruencias que se conoce como segunda guerra civil libia: la corta Primavera Árabe desembocó en un largo invierno y, en consecuencia, hoy Libia se podría conformar con volver al otoño.
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