HACE CIEN AÑOS EL VALLE DE ORDESA FUE DECLARADO PARQUE NACIONAL. UNA ALFOMBRA DE VERDES VALLES ABRE EL PASO HACIA LAS IMPONENTES CUMBRES. PENETRAMOS EN LOS DOMINIOS DEL GRAN FARAÓN DEL CIELO: EL QUEBRANTAHUESOS.
La vehemencia con que la naturaleza ha protegido el valle de Ordesa es, sin duda, el motivo por el que su virginidad permanece imperturbable.
La defensa ha sido tenaz. Siglos de viento, frío y temperaturas implacables han perfilado unos peñascos que desgarran el cielo con sus cumbres dentelladas.
La antesala es sin embargo un vergel de verdes valles horadados por vivaces arroyuelos. Una alfombra de hierba fresca y flores silvestres abre la senda de este paraíso fortificado entre montañas. En 1918 el valle de Ordesa fue declarado Parque Nacional. Se cumplen cien años para este territorio impenetrable.
Desde que se arrancó a la naturaleza el dominio de la exclusividad, miles de montañeros, naturalistas, científicos y turistas recorren los parajes en busca de los teso-ros recluidos. El Parque es magnífico en su extensión y feroz a la hora de defender sus posesiones.
Domina su orografía el macizo de Monte Perdido, con las cimas de las Tres Sorores, desde donde se vierten los valles de Ordesa, Pineta, Añisclo y Escuaín. El paisaje es formidable. Propio de una fábula del romanticismo.
La extrema aridez de las cumbres ha resquebrajado la roca provocando que el agua se filtre por grietas que vomitan cristalinas cascadas.
Los cañones de la roca caliza conforman unos barrancos donde la vista no se entorpece con ninguna presencia humana. Solo el agua, la hierba, las especies, el vértigo. Ordesa es un tesoro confinado en el tiempo.
PROFUNDA FRAGILIDAD
Cientos de caminos recorren las rutas señalizadas. Alrededor bulle una heterogénea fauna compuesta por pequeños mamíferos como las marmotas, fáciles de sorprender entre los arroyuelos, y animales de alto linaje como el bucardo, subespecie de cabra montés que ha encontrado en las umbrías rocas una guarida inexpugnable. En las frías aguas de los ríos de montaña habitan las truchas o el endémico tritón de los Pirineos.
Excepcional es sin duda el gran faraón del Parque: el quebrantahuesos, amenazada rapaz osteófaga que infunde pavor solo con nombrarla, pero que esconde bajo su aspecto demoniaco una profunda fragilidad, a la par que una delicada forma de entender la vida salvaje en el término más despojado de su acepción. Su figura sobrevuela el horizonte ofreciendo una visión terrorífica. Resulta impactante cuando arroja los huesos desde el aire para que, una vez triturados, le sirvan de alimento.
ESCULTURAS ANGOSTAS
La obligación de amparar la integridad de la fauna y flora, en definitiva, el conjunto de ecosistemas de estas moles calcáreas, conllevó la ampliación del primigenio Parque Nacional hasta la extensión actual. Los abismos del Monte Perdido perturban solo con su nombre espectral. Son desiertos de altura donde la roca desnuda reina en toda su extensión. Tan solo la presencia de los restos glaciares previene sobre el tumultuoso pasado de estas esculturas angostas.
La preservación de estos parajes está regulada por el Diploma Europeo, la Reserva de la Biosfera, Zona de Especial Protección para las Aves y, por encima de cualquier otra, el título de Patrimonio de la Humanidad proclamado por la Unesco en 1997. Tal es su incalculable valor.
PARADOR DE BIELSA
Situado en el corazón del Pirineo oscense, al pie del Monte Perdido, el Parador de Bielsa resurge enmarcado por un lienzo de arboledas, lagos de montaña y praderas. El edificio mantiene un ambiente confortable en el que la madera es un elemento omnipresente.
La sensación de tranquilidad, con vistas a la montaña y al río, se percibe en cualquier época del año. En verano, el paisaje está lleno de vida y esplendor.
El parador se erige como el enclave ideal para emprender excursiones de montaña y actividades al aire libre.
Su restaurante es un referente gastronómico en la zona por su cuidada carta y por la elaboración de platos típicos con productos de gran calidad, como el Ternasco de Aragón, el jamón D.O. de Teruel, el Tomate Rosa de Barbastro, o el Pan de horno de Labuerda.
Del exquisito trato de los productos de la zona, resultan sencillos pero sabrosos platos, como las migas aragonesas, la trucha del Cinca a lo fino, el ternasco asado, guisos de jabalí o las teresicas de Aragón.