Angel Manuel Ballesteros
Hace muchos años, sin el menor éxito pero con permanente convicción, que vengo proponiendo la creación de una oficina para los contenciosos diplomáticos españoles que permita su ineludible tratamiento conjunto y coordinado. Cualquier otra sistemática no resulta acertada dadas las características de los diferendos. Sólo con Moratinos, profundo conocedor del Magreb, a quien le había planteado el tema antes de dirigir Santa Cruz y me respondía «lo haremos cuando yo sea ministro», pareció que la idea iba a concretarse. Pero tampoco.
El introito viene a cuento porque el próximo mes de julio tendrá lugar un nuevo aniversario del incidente de Perejil, del 11 al 17, con su ocupación por media docena de gendarmes marroquíes y consiguiente desalojo por una bien nutrida fuerza española. Tras una serie de incidentes, iniciados con la llamada a consultas del embajador alauita en Madrid, nucleados por la posición española en la ONU contraria a Marruecos en el conflicto del Sáhara y culminados con el despliegue de cinco fragatas de la Armada en la bahía de Alhucemas, una semana antes, se produjeron los hechos considerados por diversos tratadistas como próximos al casus belli, que terminaron desembocando en statu quo, la utilización conjunta del islote, que resuelve temporalmente la situación pero deja en suspenso la cuestión de la soberanía.
De haber tenido una oficina para los contenciosos, Perejil, ignoto para tantos de nuestros gobernantes, posiblemente hubiera recibido un tratamiento más reposado, más acertado, menos extralimitado.
Yo conocía bien el islote y meditado si como sostenía Bérard y citaba Unamuno, podía ser la isla Ogigia, donde Calipso retuvo a Homero varios años antes de su regreso a Itaca, pero estaba convencido de que no lo era porque la descripción que hace Homero de sus árboles, de sus aves, de sus playas, no coincidían con Perejil. Tampoco la gruta, morada de la diosa, se me antojaba apropiada para tan augusta ocupante. Es a la isla de Gozo, cerca de Malta, a la que la leyenda atribuye mejores títulos.
En la línea de los viajeros clásicos europeos que para conocer el país se hacían pasar por árabes, soy uno de los contados que acompañado por amigos marroquíes, que me habían transformado en un distinguido sidi, más la mudez como salvoconducto complementario, introduje la cabeza, como hacían los peregrinos, bajo el catafalco de Idriss I, fundador de Fez, origen de Marruecos. Igualmente sostengo, tras recorrer el Lixus con sus ruinas romanas, que el jardín de las Hespérides no se sitúa en la añorada Larache, la ciudad más hispánica de la zona en la que se ha llegado a decir que el propietario del hotel España se negó a cambiar el nombre del establecimiento en plena Marcha Verde. En lo que no tengo duda es en la ubicación a todos los efectos del Sáhara, donde fui el único diplomático que desempeñó quizá una de las mayores operaciones de protección de compatriotas del siglo XX.
Pero lo que fundamentalmente me interesa trasmitir ahora en torno a Perejil son dos puntos de técnica diplomática, de importancia y alcance desigual aunque ambos claves mayores, sobre los que he escrito y conferenciado bastante. Primero, que en mi opinión existe un mejor, no un único, pero sí un mejor derecho de España sobre el islote, que por lo demás forma parte de Ceuta, como ha documentado el profesor Vilar en sus investigaciones en la torre lisboeta do Tombo.
Y segundo, el papel singular y tradicional y amplio, incluido Don Juan con Hassan II con quien la cordialidad se acentuaba por el humo cómplice de dos fumadores empedernidos, de la diplomacia directa que no secreta, en las singulares relaciones hispano-marroquíes, al que quizá se debió de acudir en primera instancia antes que a mediaciones ajenas. Y que aunque los contactos entre los tronos ya no son tan fluidos y omnímodamente útiles como eran (yo mismo hiperbolicé el pasado año «el crepúsculo de la diplomacia regia» visto el inocultable retraso para la primera visita de Estado de la corona española a Rabat) parecen, son de pertinente invocación ante cualquier supuesto cuya entidad lo requiera, comenzando naturalmente por los contenciosos.
© Todos los derechos reservados