Gonzalo Toca
Periodista especializado en economía internacional
La lucha empresarial por el dominio de las redes 5G entre China, Estados Unidos y Europa es el trasunto de un enfrentamiento geopolítico de consecuencias imprevisibles.
Las infraestructuras digitales de quinta generación de Internet o 5G son un codiciado objeto de deseo, porque están llamadas a convertirse en el esqueleto de un nuevo mundo. El de los coches sin conductor, el que lo conectará todo para controlarlo en remoto o absorber sus datos, el que abrirá el camino para la sensorización de nuestro cuerpo y el que hará posible una nueva medicina y quizás hasta una nueva sociedad. Técnicamente, la velocidad se aceleraría hasta el punto de que podremos descargar una película de dos horas en menos de cuatro segundos frente a los seis minutos a los que estamos acostumbrados con una red 4G a pleno rendimiento. Las posibilidades para reducir el consumo de energía de las conexiones y ampliar el abanico de dispositivos conectados podrían ser inmensas.
Es totalmente cierto que, si algo ha caracterizado a los visionarios tecnológicos en los últimos 20 años de imperio de Internet, ha sido su consistente exageración. Con las redes 5G, cuyas infraestructuras físicas solo acaban de empezar a desplegarse, probablemente sucederá lo mismo. En algunas de sus exageraciones más recientes, esos visionarios han confundido una y otra vez la tecnología disponible con aquella que los consumidores o los reguladores estaban dispuestos a aceptar.
Así, los oráculos del coche sin conductor no se sienten cómodos con la posibilidad de que cientos de millones de personas no lo utilicen porque, sencillamente, les gusta conducir. Tampoco entienden que hasta los milenial sigan comprando más en las tiendas físicas que a través del móvil, lo que ha llevado a los tres gigantes del comercio electrónico mundial (Amazon, Alibaba, JD.com) a abrir las suyas a pie de calle. Por último, suelen ser incapaces de contar, en sus previsiones, con la influencia de la regulación. Luego, de la noche a la mañana, descubren con espanto que la revolución de los datos masivos en Europa depende de las leyes comunitarias de privacidad, que Donald Trump puede acabar con la neutralidad de la Red o que China es perfectamente capaz de crearse un mundo digital boyante, vibrante y mortíferamente censurado utilizando la regulación y la tecnología para eliminar millones de contenidos y expulsar a usuarios que osen desafiar al régimen.
En el caso de las redes 5G, los líderes mundiales puede que no sepan con qué se van a encontrar pero, al mismo tiempo, no se pueden permitir un error de cálculo que los deje a merced de sus rivales. Esto lo tienen claro tanto Pekín como Washington, Bruselas y otras potencias menores como Japón o Corea del Sur. Por eso, se han lanzado a una carrera en la que pretenden que sus telcos de confianza, históricamente próximas al estado, acumulen todas las patentes que puedan condicionar el uso de las nuevas infraestructuras en el sentido que les interesa.
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