Alana Moceri
Analista de Relaciones Internacionales
¿El fuego solo puede combatirse con fuego? ¿El odio con odio? ¿La ira con más ira? Esta es la pregunta del millón a la que se enfrentan los demócratas en esta campaña de primarias, que comenzó tras las elecciones legislativas de noviembre y se prolongará probablemente hasta mayo o junio del próximo año. ¿Estarán en mejor posición para derrotar a Donald Trump en 2020 con un populista de izquierdas o con alguien más moderado?
El número de candidatos está aumentando a toda velocidad y, cuando se celebre el primer debate, hacia el mes de junio, es posible que existan hasta 30 dispuestos a disputarse la posibilidad de intervenir. Es una lucha similar a la que ganó durante las elecciones de mitad de mandato la presidenta de la Cámara, Nancy Pelosi, contra quienes querían hacer una campaña más agresiva. El ex fiscal general Eric Holder ironizó con la frase “cuando ellos se rebajen, nosotros debemos patearlos”, y Michael Avenatti, famoso por ser el abogado de la estrella del porno Stormy Daniels, dijo que contra Trump conviene luchar con un tirachinas. Sin embargo, fue la prudencia de Pelosi la que venció y aseguró la Cámara de Representantes. Enseñó a su grupo a apagar el lanzallamas de Trump a base de no reaccionar (ya nuestras madres nos aconsejaban que ignorásemos al matón de la clase) y no dejar que marcase las prioridades. Funcionó: los demócratas empezaron a hablar de sanidad e impuestos y los republicanos se sintieron avergonzados al ver que Trump no quería hablar de lo bien que iba la economía (¡qué aburrido!) y, en su lugar, se inventaba una crisis imaginaria en la frontera con México.
A pesar de esa victoria, es muy difícil resistirse a la tentación de enredarse en una pelea a cuchillo con Trump. Tanto los demócratas como sus votantes están mucho más allá de la indignación, consideran que es una cruzada moral, por el bien del país y del mundo, impedir que esté otros cuatro años en la Casa Blanca. Por ese motivo, escoger a un candidato no es una mera cuestión de estilo o ideología, porque, como demuestran una encuesta tras otra, lo único que realmente importa a los votantes demócratas es que el candidato que sea pueda derrotar a Trump.
Esta situación contradice el viejo dicho sobre los dos partidos: los demócratas se enamoran, los republicanos obedecen. Hay algo de verdad en esta frase, esa necesidad que he observado desde hace mucho tiempo en los demócratas de votar por alguien que les guste. Pero las encuestas también contradicen otra realidad tradicional de las primarias: como tienden a ser elecciones con baja participación y a las que solo acuden los fieles, suelen dar voz a los sectores más extremistas de cada partido. Durante la campaña, los candidatos casi siempre tienen que conquistar a esos extremos, para después dar un giro hacia el centro en la campaña de las generales.
Cuando estaba escribiendo un artículo sobre los candidatos republicanos en 2015, utilicé un práctico concepto tomado de Fivethirtyeight.com que situaba a cada candidato en un círculo o en círculos superpuestos dentro de un “circo de cinco pistas” que representaba las tendencias ideológicas. También en esta ocasión, Fivethirtyeight.com ha creado una serie de gráficos que ayuda a explicar a los numerosos candidatos demócratas, pero, en vez de círculos, colocan a cada candidato en función de su atractivo para cinco grupos distintos de votantes: negros, milenial, izquierdistas, militantes e hispanos/asiáticos. Es una clasificación útil porque estos grupos se superponen y los gráficos de cada candidato reflejan en qué medida llega a los electores. También es una demostración de que en Estados Unidos, con su sistema presidencial y sus partidos de base amplia y diversa, las coaliciones se construyen, tanto en las elecciones primarias como en las generales, en las campañas previas, y no después, como sucede en España.
¿Quiénes son estos candidatos que se disputan las mentes y los corazones de los votantes demócratas? Empecemos con una brevísima lista de nombres y luego veremos los diversos criterios que pueden, o no, determinar su futuro triunfo.
Estos dos rostros son conocidos y no necesitan presentación, llevan décadas haciendo campaña y participando en el gobierno. Pero sus años de servicio y el hecho de ser hombres blancos mayores son las dos únicas cosas que tienen en común:
Joe Biden, ex vicepresidente, es famoso porque se siente a gusto con los votantes blancos de clase obrera, y también por ser ligeramente impulsivo y propenso a decir palabrotas de vez en cuando, lo que le da más credibilidad como luchador. Es la personificación del argumento de que los demócratas deben luchar desde una posición de centro y recuperar el voto blanco de clase trabajadora. Más importante aún, recientemente se le ha acusado de tocar demasiado a las mujeres durante la campaña electoral y en la era del #metoo, esta y sus posteriores no disculpas no le están para nada favoreciendo.
En el otro extremo, Bernie Sanders, senador por Vermont, encarna el argumento de que el populismo hay que combatirlo con más populismo. Sanders agita a la izquierda como nadie, con sus promesas de sanidad para todos y educación universitaria gratuita. Sin embargo, los miembros más fieles del partido lo detestan porque piensan que dañó las posibilidades de Hillary Clinton en 2016.
Los siguientes son candidatos más nuevos, sin la familiaridad ni la popularidad de Sanders y Biden, pero tienen en común un reconocido historial de trabajo público y cualquiera que siga la política nacional sabe quiénes son. Empecemos por las mujeres (¡hay cuatro, cosa insólita!) y luego veremos los tres hombres.
Elizabeth Warren es senadora por Massachusetts desde 2013 y es conocida por su papel en la creación de la Oficina de Protección Financiera al Consumidor de Barack Obama. Por su fama y su edad (y por el hecho de ser blanca), podría haberla incluido en el grupo de los rostros conocidos, pero hace mucho menos tiempo que está en el escaparate. Warren tiene gran atractivo entre los votantes de Sanders; de hecho, muchos que no quisieron votar “a esa mujer”, Hillary Clinton, en 2016, dijeron que sí votarían por Warren. A diferencia de Sanders, no despierta la ira de los más leales al partido porque hace tres años se mantuvo al margen de las primarias e hizo una intensa campaña por Clinton. Ha sido objeto de las burlas de Trump, que la llama “Pocahontas” por ser descendiente de indios americanos. Incluso llegó a hacerse una prueba de ADN y anunció los resultados justo antes de las elecciones de mitad de mandato, una decisión que no agradó demasiado a los demócratas, que preferían mantener la atención de los medios centrada en los temas de campaña.
Kamala Harris se convirtió en senadora por California en 2016, pero sus años de servicio público comenzaron mucho antes, como fiscal general de California. Aparte de su experiencia política, el hecho de ser mujer y sus orígenes, con mezcla de padre afroamericano y madre india, hacen que cumpla muchos requisitos buscados por los demócratas, por lo que puede atraer el voto de segmentos muy variados del electorado —negros, asiáticos, hispanos— y, al mismo tiempo, cuenta con el respaldo de los miembros del partido. En su campaña se ha ido aproximando poco a poco hacia la izquierda y adoptando propuestas como el seguro de salud de pagador único. También ha demostrado desde hace tiempo su oposición a la pena de muerte, algo que no siempre ha sido fácil, como cuando era fiscal de distrito en San Francisco y tomó la impopular decisión de rechazarla contra el asesino de un agente de policía de 29 años. Es una postura que resulta muy atractiva para la izquierda pero es mucho más delicada entre los moderados, que no suelen querer candidatos que parezcan blandos ante la criminalidad.
Kirstin Gillibrand representó a Nueva York en la Cámara de Representantes hasta 2009, cuando pasó a ocupar el escaño de Hillary Clinton en el Senado después de que esta se convirtiera en Secretaria de Estado. Desde entonces, ha sido elegida tres veces. Conocida durante sus años en la Cámara como una demócrata moderada, cuenta con simpatías entre todos los grupos demócratas e incluso defiende propuestas teóricamente de izquierdas como Medicare para todos. Es especialmente popular entre las mujeres y las feministas, porque una de sus causas más queridas es la lucha contra el acoso sexual en las fuerzas armadas. Se habló mucho de ella en la prensa durante el movimiento #metoo porque dijo, durante una entrevista, que Bill Clinton debería haber dimitido después del incidente con Monica Lewinsky, por lo que no extrañó a nadie que fuera la primera demócrata en pedir la dimisión del senador Al Franken cuando se le acusó de abusos sexuales.
Amy Klobuchar fue elegida senadora en 2006 por el estado de Minnesota, de ahí que tenga el apodo de “la simpática de Minnesota”. Hasta que se supo, poco después de que anunciara su candidatura a la presidencia, que no es precisamente simpática con su equipo. El argumento en favor de Klobuchar es similar al de Biden: puede capturar el voto blanco, del Medio Oeste y moderado. Dicho esto, da la impresión de que solo gusta verdaderamente a los miembros del partido, por lo que le será difícil construir la coalición de votantes que necesita para obtener la nominación.
Cory Booker, como Harris, gusta a los votantes negros, los milenial y miembros del partido, pero no tiene el atractivo general que tiene ella. Booker es senador por Nueva Jersey desde 2013 y antes de eso era alcalde de Newark, donde se hizo famoso por hazañas como salvar a una mujer de un edificio en llamas, rescatar a un perro helado o invitar a la gente a su casa durante un apagón. Aunque algunos lo consideran un superhéroe, el ala izquierda lo califica de cómplice de los grandes intereses empresariales. Es interesante el hecho de que esa acusación le sitúa entre los posibles moderados para luchar contra el populismo de Trump, y, hace poco, el columnista conservador del diario The New York Times David Brooks le elogió por su capacidad de conectar con el sentido de la decencia de la gente.
Beto O’Rourke es el rostro más nuevo, y adquirió notoriedad cuando disputó el escaño de senador a Ted Cruz en 2018. No ganó, pero perdió por muy poco, algo extraordinario si se tiene en cuenta que era Texas y que se trataba de un demócrata contra el vigente senador republicano, que además había sido el segundo en las primarias presidenciales de su partido en 2016. O’Rourke seduce a los milenial, a los militantes y a algunos hispanos, y se le ha comparado con Obama y los Kennedy. Recibió críticas por el vídeo en el que anunció su candidatura, en el que su esposa le miraba y admiraba en silencio, así como por decir que ella se ocupa de criar a sus tres hijos, “a veces con su ayuda”.
El quid de la cuestión, para cualquier candidato demócrata, es construir una coalición de votantes que le permita obtener la nominación y después añadir a los moderados e indecisos, que no se molestan en votar en las primarias pero serán fundamentales para vencer a Trump. Estos mapas ponen de relieve quién atrae a una base amplia (el mapa de Harris tiene muy poco espacio en blanco, igual que los de Gillibrand y Booker) y quién no tiene ganado más que a un sector (Sanders a la izquierda o Amy Klobuchar a los miembros del partido).
Pero estos mapas no son la única forma de medir a los candidatos; las encuestas siguen siendo la bola de cristal preferida de los periodistas y expertos, pese a las limitaciones del método y aunque muchas veces tienen un conocimiento limitado de las técnicas. En la actualidad, las encuestas no son un indicador muy fiable de quién puede ganar porque muchos votantes no han tenido la oportunidad de conocer todavía a la mayoría de los candidatos. Por eso Sanders y Biden ocupan sistemáticamente los primeros puestos. Biden, por ejemplo, tiene una ventaja de ocho puntos en el sondeo agregado de RealClearPolitics, seguido de Sanders, Harris y Warren.
Otro criterio importante, especialmente en las campañas estadounidenses, es la capacidad de recaudar fondos, y ahí es donde O’Rourke ha marcado la diferencia, cuando anunció que su campaña había recaudado 6,1 millones de dólares en donaciones por Internet en las primeras 24 horas posteriores a su anuncio, superando los 5,9 millones de dólares de Sanders. Harris recaudó 1,5 millones de dólares en las primeras 24 horas. Como ocurre con las encuestas, muchos de estos primeros datos son consecuencia de que los nombres sean más o menos conocidos, pero resultan significativos cuando demuestran la capacidad de recibir muchas donaciones pequeñas, porque esos donantes pueden volver a dar dinero una y otra vez, en contraste con los grandes donantes, que topan con los límites impuestos por la Comisión Electoral Federal (Federal Election Commission, FEC). Las campañas para las primarias son auténticos maratones que necesitan entradas de dinero constantes.
Igual que, cuando escribí sobre los republicanos en 2015, todavía queda un año hasta las primarias y, como es sabido, en política un año es una eternidad. Por ejemplo, así como en 2015 dejé fuera a Trump —como todo el mundo en aquel entonces—, porque parecía totalmente inconcebible que pudiéramos ver una campaña seria del hombre que había inventado el movimiento nativista contra Obama, ahora dudo de que pueda hacer una campaña creíble Howard Schultz, el antiguo consejero delegado de Starbucks, igual que dudo que Michelle Obama u Oprah Winfrey decidan entrar en la competición. Pero una candidatura de cualquiera de las dos cambiaría por completo las cosas.
Los analistas políticos, como los sondeos y los datos en los que nos basamos, sabemos explicar dónde estamos y quizá incluso cómo hemos llegado hasta aquí, pero no estamos siempre tan acertados con las predicciones. Los votantes demócratas quieren un ganador pero no se ponen de acuerdo sobre si lo que puede dar la victoria es el populismo airado de izquierdas o la moderación pragmática. Ahora bien, es un debate que merece la pena mientras se aproxima 2020.
*Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia
Este artículo ha sido publicado originalmente en esglobal