Santiago Mondéjar
Consultor estratégico empresarial
En junio de 1999, el teniente general británico Jackson le espetó al norteamericano general Wisley Clark, a la sazón comandante en jefe de la misión de la OTAN en Kosovo, que no esperase de él provocar la Tercera Guerra Mundial.
El plante de Jackson se produjo cuando tropas rusas ocuparon el aeropuerto de Pristina como respuesta a no haber obtenido de la ONU un sector independiente para mantener la paz en Kosovo. Esto llevó a Clark a ningunear al secretario general de la OTAN, Javier Solana, ordenando a Jackson un acorralamiento hostil del contingente ruso, a lo que Jackson se negó, desactivando así el riesgo de una escaramuza de consecuencias imprevisibles.
20 años después, Rusia sigue tan interesada como entonces en hacer patente su influencia en la región, que manifiesta no solo a través de los tradicionales vínculos culturales y religiosos, sino también por medio de inversiones en energía y una estrecha cooperación militar, que incluye la existencia de una instalación encubierta en la ciudad serbia de Niš, con personal del GRU bajo inmunidad diplomática, que el Kremlin quiere replicar ahora en Sarajevo, aprovechando que la situación para los intereses rusos en esta región se ha hecho más favorable tras la reciente victoria en Bosnia del nacionalista serbio pro-ruso Milorad Dodik. Precisamente en un momento en el que los Balcanes vuelven a ser un factor clave en el tablero europeo, que otorga una desmedida relevancia geopolítica a la República Srpska en Bosnia y Herzegovina, cuya disfuncionalidad política permite a Moscú desempeñar un rol cardinal.
En contraste con el esclerótico poder blando de la UE, ausente a efectos prácticos de la la región, Rusia ha sabido leer la importancia psicológica que el estatus de Kosovo tiene para los serbios, y obra en consecuencia, reafirmándose en los Balcanes frente a lo que desde Moscú se percibe como imperialismo occidental, y cuya enésima prueba serían las maniobras para incardinar Macedonia en la esfera de influencia de la OTAN después del acuerdo entre el presidente del Gobierno griego Alexis Tsipras y su homólogo macedonio Zoran Zaev, que se suma a la fricción causada por los acuerdos bilaterales entre Kosovo y Albania para la eliminación del régimen fronterizo entre ambos países, que sugiere el apuntalamiento del proyecto de construcción de la Gran Albania.
Es en este contexto de inestabilidad fronteriza en el que se ha producido la visita de Estado del presidente ruso Putin a su homologo serbio Aleksandar Vučić, llevada a cabo con extraordinaria fanfarria y en loor de multitudes, reflejo de que Serbia es el último enclave de Rusia en una región cercada por la membresía de Croacia, Albania y Montenegro en la OTAN. En consecuencia, Putin hizo una vez más gala de su astucia política desoyendo los cantos de sirena que en forma actos de partido multitudinarios que el líder del Partido Progresista Serbio, el primer ministro Aleksandar Vučić, había organizado en su honor. De este modo, Putin se mantuvo más allá de la melé partidista interna, con lo que obtuvo legitimidad para apelar al conjunto del pueblo serbio invocando el mito de la Gran Serbia como baluarte de los valores eslavos frente al expansionismo atlantista.
El apoyo popular a Putin en Serbia es causa de no poca perplejidad entre las élites europeístas, por cuanto que denota una desconexión entre los esfuerzos materiales llevados a cabo por el UE en el último quincenio mediante ayuda financiera a fondo perdido por valor de 5.000 millones de euros, y el sentimiento de adhesión al ámbito cultural ruso. Paradójicamente, el 55% de los serbios ven compatible pertenecer a la Unión Europea y estar en manos de Gazprom vendiéndole el conglomerado energético estatal Naftna Industrija Srbijea precio de saldo, gracias a lo cual las empresas rusas controlan toda la producción nacional de petróleo y gas de Serbia y dominan íntegramente el mercado energético. Esto se traduce en que Serbia importe de Rusia el 65% del gas natural y el 70% del petróleo que consume.
Esta dependencia estratégica se profundizará tras los veintiún acuerdos firmados durante la visita de Putin a Belgrado del 17 de enero de 2019, que conllevan una inversión de cientos de millones de euros, que incluye préstamos, el transcurso del gaseoducto TurkStream por Serbia, y proyectos para el suministro eléctrico urbano a lo largo y ancho del país.
Las intenciones del Departamento de Estado norteamericano de tener el papel protagonista junto con el Foreing Office británico en las negociaciones sobre Kosovo, en detrimento de la UE, pero sobre todo de Moscú, son un incentivo para que Putin siga proyectando la alargada sobra de Rusia sobre la región báltica, a costa del proyecto de integración europeo.