Enrique Miguel Sánchez Motos
Administrador Civil del Estado
El gran Francis Bacon ya demostró que el ser humano, si quiere utilizar la razón para avanzar, debe abandonar cuatro tipos de ídolos, uno de los cuales es el del teatro. El teatro se caracteriza por el uso de palabras grandilocuentes que, enfatizadas con el tono adecuado, pretenden motivar, provocar emociones.
Lamentablemente, la motivación, la emoción puede lograrse desde posiciones muy lejanas de la verdad, basadas en apelar al mero fanatismo. ¿Estuvieron acaso el nazismo y el comunismo próximos a la verdad o, por el contrario, se basaron en meras falsedades?
Recuerdo a la ínclita Pilar Salarrullana, concejal y diputada, que se dedicó a la política, y vivió de ello, durante casi 20 años. Se hizo famosa por su campaña contra las sectas en España, con frecuente presencia en los medios. Atacó a todo lo diferente, a mormones, adventistas, hare-krishnas, etc. ¿Qué beneficio aportó con ello a la sociedad? Nada, salvo perjudicar a personas inocentes cuyo delito fue ejercer su derecho a pensar libremente.
Su mayor derrota la tuvo con la “secta Moon”. El Tribunal Constitucional, en su sentencia de enero de 2001, fue rotundo. Ordenó al Ministerio de Justicia su inscripción en el Registro de Entidades Religiosas con su nombre correcto, Iglesia de Unificación, descartando con ello los infundios que Salarrullana y otros habían vertido.
La palabra secta, ídolo del teatro de Salarrullana y de personajes frívolos, fue jurídicamente derribada. Pero en la actualidad ha tomado vigencia política otro ídolo del teatro, la palabra populismo, atribuyéndole, sin más, un enfoque peyorativo, lo que demuestra una profunda frivolidad. Cuando se busca la definición de populismo nos encontramos varias opciones. Primera: Tendencia política que dice defender los intereses y aspiraciones del pueblo. Según esta, todos los partidos son populistas. Segunda: Tendencia política que pretende atraerse a las clases populares. Ocurre igual que con la anterior. Todos los partidos lo pretenden. La democracia reconoce la igualdad de voto a todos los ciudadanos, sean clase popular, aristocrática o miembros del estamento político. Por tanto, ¿qué de malo hay, a priori, en intentar captar el voto, también, de las clases populares? Tercera: Concepto político que hace referencia a los movimientos que rechazan a los partidos políticos tradicionales. ¿Cuál es el problema? Todo partido cuando nace lo hace porque no considera que los partidos tradicionales estén dando respuesta a los problemas de la sociedad. Igualmente, todo partido cuando se renueva, está manifestando que quiere renunciar a cómo era hasta ese momento.
Por tanto, no hay ninguna definición de populismo que tipifique a un partido como antidemocrático, perverso o perjudicial para el orden público y, en suma, ilegalizable. De hecho, la Real Academia Española ni siquiera ha definido e incluido en su diccionario ese término. Entonces ¿de qué estamos hablando?
Por ello resulta penoso que Luis Garicano, catedrático de Economía y Estrategia del Instituto Empresa, y probable cabeza de lista de Ciudadanos a las europeas, haya entrado al trapo en su entrevista en El Mundo del pasado 29 de enero. Ha descalificado a Vox como partido “populista”, sin precisar en concreto en qué discrepa de Vox. ¿Quiere Garicano mantener la Ley de Memoria Histórica o la Ley de Género tal y como están? ¿Quiere renunciar a abordar el tema de la inmigración? Está en su perfecto derecho. Por el contrario, Vox ha dicho que esos temas hay que abordarlos con firmeza y con serenidad. ¿Es por esto que Garicano tilda a Vox de populista?
Toda persona seria, y mucho más aún si es catedrático, debe ser preciso con los conceptos, que si no están bien definidos llevan a conflictos. Los graves problemas de la España actual, independentismo, resurgir del guerracivilismo, inmigración descontrolada, falta de armonización autonómica, son temas claves. No nos distraigamos y menos aún por intereses electoralistas. Dedicarse a criticar un nebuloso e indefinido populismo, no es bueno para España. No nos equivoquemos, señor Garicano, ni usted ni ningún constitucionalista. ¡Viva España!
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