Melitón Cardona
Ex embajador de España en Dinamarca
La irrupción de VOX en el Parlamento autonómico andaluz ha desencadenado una oleada de descalificaciones y acusaciones de extremismo derechista que, lejos de debilitarlo, lo han consolidado hasta el punto de que el pasado 7 de este mes las encuestas ya pronosticaban su entrada en el de la Nación con nueve diputados; dos semanas más tarde, Metroscopia aumentaba la cifra hasta los 29 y las últimas encuestas ya la incrementan hasta más de 40. Teniendo en cuenta las disfunciones del sistema electoral español, cabe suponer que en las próximas elecciones al Parlamento Europeo de los 54 diputados que se elegirán en España por circunscripción única, VOX podría superar los resultados de más de uno de los tradicionales: el tiempo lo dirá.
Se ha especulado mucho sobre los motivos de que un partido hasta ahora irrelevante en el panorama político español haya irrumpido en su escenario con semejante empuje: muchos lo achacan al descontento de gran parte del electorado por la deficiente gestión de la crisis catalana; otros, al desencanto del tradicional votante del Partido Popular por lo que consideran traición de sus dirigentes al núcleo básico de su ideología.
Sin embargo, y sin descartar los motivos anteriores, si se analiza la procedencia de sus votantes, el fenómeno VOX adquiere otra dimensión, que algunos interpretan como movimiento transversal de protesta ante los desprestigiados partidos tradicionales, percibidos como maquinarias que persiguen los lucro personal a través de innumerables mecanismos de corrupción.
No parece una hipótesis descabellada, aunque creo que ese movimiento de protesta tiene más que ver con el desarme ideológico de una socialdemocracia que ha reemplazado sus principios tradicionales por una serie de tópicos de andar por casa (ultrafeminismo, protección animal, ideología de igualdad de género, reinterpretación de la historia etc.) que pueden resumirse básicamente lo que algunos consideran lo «políticamente correcto», un fenómeno que, en mayor o menor medida, se ha producido en países europeos como Francia, Alemania, Austria, Grecia, países escandinavos etc.
Creo que también tiene que ver con el fenómeno de la globalización: tecnología y trabajo siempre han estado estrechamente vinculados pero ahora han alcanzado un nivel de impacto digital que un antiguo editor del ‘Frankfurter Allgemeine Zeitung’ resumió diciendo que «hoy Internet es la máquina de vapor de la mente». Pero, además, el soporte sociológico tradicional de los partidos socialdemócratas, obreristas o de los trabajadores va desapareciendo paulatinamente a medida que desparecen los empleos pretecnológicos y el gato por liebre de las políticas de género y demás tópicos de lo políticamente correcto más bien provocan movimientos de rechazo en muchos de los ciudadanos de las sociedades postindustriales que no encuentran en ellos soluciones efectivas a sus problemas, hasta el punto que algunos partidos socialdemócratas de antaño gran arraigo en sus respectivos países hayan prácticamente desaparecido de la mano de dirigentes inanes en Francia, Italia, Grecia, Austria y, más pronto que tarde, en Alemania. De ahí que los partidos capaces de interiorizar esos cambios sociales, analizarlos correctamente y sintonizar con sus actores acabarán dominando el panorama político barriendo a los tradicionales.
26/12/2018. © Todos los derechos reservados