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Matthew Levin / Embajador de Canadá
Alberto Rubio. 04/09/2018
“Con España hay una conexión natural, pero no nos conocemos lo suficiente”, afirma Matthew Levin. El embajador de Canadá no oculta que está ‘enganchado’ a España, donde ya puso un pie en 1975 como estudiante de literatura.
¿Qué pensó al llegar?
En 1975 España era realmente otro país. Si piensa en aquella y ve la de hoy, es impresionante el cambio. No creo que muchos jóvenes logren entender la transformación profunda de esta sociedad en todos los aspectos.
Desde el primer momento me encantó España y ciertos elementos de su carácter que, a pesar del tiempo, no han cambiado: gentileza, cordialidad, interés por el extranjero. Madrid sigue teniendo esa calidad humana.
Es cierto que cuando viajabas por pueblos se notaba un menor desarrollo. Mulas, burros, caballos. Eso impresionaba, viniendo de Canadá. Y el viaje de Madrid a Barcelona en tren duraba 11 horas. ¡Se dice pronto!
Ahora trato de viajar mucho. España es un país muy diverso y mi intención es visitar todas las comunidades autónomas para crear vínculos más sólidos.
A veces esa diversidad nos ha llevado a crisis políticas territoriales en ambos países. Sin embargo, parece que Canadá lo ha solventado mejor.
Canadá tiene su propia experiencia y nunca nos consideramos un modelo para nadie. Parte del trabajo de la Embajada ha sido crear espacios para intercambiar experiencias y reflexiones sobre realidades territoriales. Ambos países tenemos, por nuestra historia, territorios con aspiraciones independentistas. Pero la realidad de cada uno es diferente y no podemos tomar la experiencia de un país y aplicarla en otro.
Actualmente en Canadá el debate no está activo, en Quebec se está pensando en otras cosas. Al contrarió que en Cataluña. En todo caso, es un debate complejo. No hay recetas fáciles. Pero nuestra experiencia ha demostrado que hay que lidiar con estas situaciones que quizá nunca desaparezcan.
Lo que no tenemos que compartir es el problema de la inmigración.
En la Unión Europea la inmigración es un tema importante. En Canadá es diferente porque somos un país creado por migraciones de todo el mundo y casi todos los canadienses asumen que vienen de alguna parte. Al contrario, en las sociedades europeas hay una identidad nacional dominante y la idea de que son otros los que vienen de fuera. España, en el contexto europeo, sigue siendo un ejemplo de sociedad acogedora y solidaria: aquí no hay xenofobia.
En Canadá creemos que las migraciones son una cuestión global en la que todos los países tenemos que hacer nuestra parte. Ahora estamos negociando el Pacto Global sobre Migración de Naciones Unidas, que trate de establecer valores a nivel global.
En los últimos años también hemos cooperado con Europa en un mecanismo desarrollado en Canadá para facilitar la integración de refugiados en la sociedad. Lo llamamos Patrocinio Comunitario. Por él, una familia acoge a un refugiado que viene patrocinado por un grupo, una comunidad, etc. España se ha asociado en julio a esa iniciativa y va a comenzar un proyecto piloto en el País Vasco.
Hace años, la llamada ‘guerra del fletán’ fue la única crisis seria entre nuestros países.
Afortunadamente, ese capitulo pertenece al pasado. Y lo curioso es que aquello reforzó nuestra relación porque, de hecho, comenzamos a cooperar en investigación científica marina ya que todo el problema tenía que ver con la sostenibilidad. Ahora nos entendemos muchísimo mejor.
¿Los intercambios educativos también son importantes para las relaciones bilaterales?
Absolutamente. La diplomacia antes era fundamentalmente la comunicación entre gobiernos. Pero ahora, con lo que llamamos diplomacia pública, tratamos de llegar a amplios sectores de la sociedad. Y entre las áreas de creciente cooperación está la educación. Cada vez más jóvenes españoles van a Canadá a estudiar, no solo idiomas, sino también el ciclo de secundaria. Y eso contribuye a que nos conozcamos mejor porque cada uno de estos chicos se convierte en un embajador de Canadá aquí.
¿Tenemos campo para incrementar las relaciones económicas?
Tenemos muchísimo. España y Canadá estamos entre las 15 economías más importantes del mundo. Pero si miramos el volumen de intercambio de mercancías no refleja el tamaño de nuestras economías. Dicho eso, el crecimiento ha sido muy positivo en los últimos años, en torno al 10%, hasta superar los 3.000 millones de euros. Lo importante es que es un comercio muy equilibrado y tiene la ventaja añadida del acuerdo UE-Canadá, el CETA, que representa una gran ventaja arancelaria.
El capítulo de inversiones es cada vez más importante. Está siendo muy positivo en ambas direcciones, por lo que implica además de transferencia de tecnologías. Actualmente, muchos grandes proyectos de infraestructura publica en Canadá los gestionan empresas españolas.
Ya que habla de aranceles, esta palabra se utiliza como un misil últimamente. ¿Cómo se ven estas guerras comerciales desde Canadá?
Entre lo mucho que tenemos en común, Canadá y España, es que la apertura de nuestras economías ha sido fundamental para nuestro desarrollo económico. Creo que finalmente la lógica de los beneficios de la integración económica prevalecerá.
¿El ‘populismo’ político se alimenta del miedo al mundo global?
Seguramente sí. Da miedo a algunos sectores de nuestras sociedades. El mismo acuerdo UE-Canadá fue criticado. Y hemos visto como se generó el ‘Brexit’ o lo que pasó en Estados Unidos. Nuestra conclusión es que las críticas viene de sectores que no participan de los beneficios que genera la integración. Tenemos que prestar más atención a estos sectores y asegurarnos de que los acuerdos que hagamos promuevan la inclusión de todos. Eso es muy importante para recrear el consenso a favor de economías más abiertas.