Melitón Cardona
Ex embajador de España en Dinamarca
Es formidable la proliferación de asociaciones que declaran no tener ánimo de lucro; su paradigma es la ‘organización no gubernamental’ (en siglas, ONG), cuyo rasgo más característico, contra lo que su denominación podría sugerir, es el ímpetu con el que acostumbra a acometer el asalto a cualquier presupuesto público supranacional, estatal, autonómico o municipal. En Occidente hay unas 300.000 compitiendo por fondos públicos y privados, generalmente mediante apelaciones sensibleras a la compasión.
No hay causa que no sea objetivo o pretexto de esas peñas benéficas, desde el bienestar de las viudas de guerra camboyanas a la protección del artrópodo congoleño. Los objetivos que persiguen suelen caracterizarse por su lejanía y exotismo: las miserias cercanas no parecen suscitar tanto interés: lo advirtió Enzensberger: «… en su fuero interno, todo el mundo sabe que tiene que ocuparse en primer lugar de sus hijos, de sus vecinos, de su ámbito más cercano. Hasta el cristianismo ha hablado siempre del prójimo, no del lejano».
Obsérvese que ese afán de benevolencia no es universal, ya que apenas se da en las sociedades occidentales desarrolladas, pero no en otras económicamente boyantes como las de los países del Golfo y es que la pretensión de creerse en condiciones de resolver los problemas de sociedades remotas regidas por esquemas mentales prácticamente incomprensibles fuera de su círculo cultural resultaría un tanto sorprendente si no se tuviera en cuenta el atractivo que lo primitivo ejerce en las sociedades occidentales (lo atestiguan ‘piercings’, tatuajes y tocados extravagantes, la llamada atávica de la selva) y la sensación de culpabilidad que en muchos suscita el bienestar apenas adquirido, por no hablar de la sensación de omnipotencia moral que hoy prevalece en Occidente.
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«No es oro todo lo que reluce en el vasto campo de la filantropía»
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Para colmo de desdichas, no es oro todo lo que reluce en el vasto campo de una filantropía que, con demasiada frecuencia, es un mero pretexto para hacerse con un puesto de trabajo o para desviar dinero ajeno al propio bolsillo, ideal tan antiguo como pertinaz. Este dato aclara muchas cosas: entre el cincuenta y el setenta por ciento de los fondos que manejan las oenegés se consume en gastos internos de personal y otros «generales». Inútil añadir que las hay y habrá honestas, solventes y objetivamente útiles, pero por fuerza son y serán minoría en ese mosaico de tres centenares de miles que componen uno de los fenómenos más curiosos de nuestro tiempo.
Tiene razón Henry Lamb, vicepresidente de la Environmental Conservation Organization cuando afirma que «está emergiendo un nuevo mecanismo de gobierno. La Universidad de Georgetown lo llama el ‘tercer sector’; las Naciones Unidas, ‘la sociedad civil’ y el Consejo Presidencial del Desarrollo Sostenible, ‘un nuevo proceso colaboracionista de decisiones’. Cualquiera que sea su denominación, se trata de un proceso de formulación de políticas públicas por parte de personas que no han sido elegidas por nadie ni responden a ningún mecanismo de control. Se trata de un sistema de gobierno emergente que no tiene que rendir cuentas a nadie».
Ahí radica tal vez su atracción fatal, ya que so pretexto de la eximia nobleza del propósito, se rechaza con indignación moral cualquier mecanismo objetivo de control. Así es benéfico cualquiera, incluso la rijosa Oxfam hoy tan de actualidad.
16/02/2018. © Todos los derechos reservados