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Diplomacia modernista

 

Melitón Cardona

Ex embajador de España en Dinamarca

 

En un reciente artículo de opinión publicado en el periódico «El País» se ha planteado el supuesto de la «supresión de las embajadas en la era de las redes sociales». Lo que podía haber sido un ensayo solvente y pertinente ha naufragado, en mi opinión, en un mar de tópicos y lugares comunes impropios del periodismo de calidad.

 

Empieza aludiendo a una «vieja estirpe de diplomáticos» como «un selecto club masculino endogámico e intocable que manejaba idiomas cuando nadie lo hacía, procedía de la aristocracia del blasón y de las finanzas y jugaba al golf». Teniendo en cuenta que yo, que «manejo» mal que bien media docena de idiomas en una época en la que no tiene nada de extraordinario conocer lenguas foráneos, pero ni procedo de la aristocracia del blasón ni de la de las finanzas y siempre me he guardado muy mucho de jugar al golf, no puedo reconocerme en el cliché periodístico que el autor completa con la consabida alusión a palacetes y canapés como «herramientas para construir redes y obtener información». Sólo este frívolo lugar común ha impedido a más de un compañero seguir padeciendo la lectura del articulito pero yo, que soy inasequible al desaliento, he procurado digerirlo con la ayuda de cierto brebaje escocés.

 

A esa casta “decadente y pasada de moda” antepone un modelo emergente de «negociadores flexibles hiperconectados y de distintos orígenes sociales, económicos y étnicos». No hay quién dé más. Si por «flexible» entiende el articulista el diplomático proclive a la cesión, por «hiperconectado» el que está excesivamente conectado y por «distintos orígenes culturales, económicos y étnicos» a los que ignoran la historia de su país pero alegan como mérito su ascendencia foránea y su origen modesto, podemos ir preparándonos; sólo le ha faltado al articulista aludir a la condición sexual de esa brillante generación de reemplazo.

 

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«La institucionalización de una especie de cuarto turno acabaría por devenir en totum revolutum»

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Se afirma que la formación del diplomático español es un «elogio al generalismo». Dejando aparte la inanidad de la frase, me pregunto si la alternativa es la especialización y, de ser así, me gustaría saber quién debe orientar al especialista, siempre superado por otro más especializado. Últimamente me ha interesado leer que las modernas empresas de informática, paradigma de la redes sociales que tanto atraen al autor, reclutan cada vez más a licenciados en lenguas clásicas, filosofía y humanidades. Programar ordenadores no implica ser capaz de diseñar programas: un generalista es capaz de proponer un diagrama de flujo basado en una concepción genérica, algo que muchos programadores son incapaces de hacer. Reprochar generalismo a una carrera como la diplomática es desconocer su esencia y propósito.

 

Para colmo, el articulista reprocha que un de los temas que se exigen para el ingreso en la Carrera diplomática sean jurídicos, olvidando que incluyen tanto derecho interno privado como administrativo, además del internacional público y privado, por lo que no parece que la proporción sea exagerada, sobre todo teniendo en cuenta que una parte sustancial de la actividad profesional del diplomático está dedicada a ejercer la función consular, cuya trascendencia para la protección de los intereses de los ciudadanos no hace falta explicar aquí. También olvida que alguna de las habilidades que echa de menos (técnicas de negociación, de comunicación etc.) se imparten en la Escuela diplomática tras el ingreso en el Carrera.

 

Lo único en lo que concuerdo con el autor del artículo es la ausencia del principio de unidad de acción exterior en nuestro país, algo que me ha llevado a afirmar en varias ocasiones que España tiene servicios en el exterior pero carece de un auténtico Servicio exterior, lo que se debe a la actitud pro domo sua de muchos ministerios que quieren ejercer sus funciones sectoriales en el exterior autónomamente… hasta que no les queda más remedio que acudir al embajador de turno para que les saque las castañas del fuego.

 

El sistema de oposiciones tiene, sin duda, defectos, pero es el único que permite el ascenso social en virtud de principios de mérito y capacidad y garantiza la neutralidad política de los servidores del Estado. Tal vez se pretenda destruir lo que queda de espíritu de servicio, excelencia, disciplina y formación de élite, a través de la institucionalización de una especie de cuarto turno que acabará por devenir en totum revolutum, muy aplaudido por los sectores que lo promueven, y mucho más mediocre, acomodaticio, politizado y manipulable que el hoy existente.

 

08/12/2017. © Todos los derechos reservados

 

 

Luis Ayllon

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