Barah Mikail
Director de Stractegia Consulting y Profesor Asociado de la Universidad de Saint Louis – Campus de Madrid
Las reivindicaciones nacionalistas no son nada nuevo; mientras el siglo diecinueve es conocido como “la era de los nacionalismos en Europa”, el siglo veinte tuvo muchas reivindicaciones populares que trasladar a realidades nacionales y estatales. Casi todas las colonias, protectorados y mandatos acabaron siendo estados nación a mediados del siglo veinte; ciertamente, los poderes coloniales no estaban contentos teniendo que reconocer el derecho de la gente a la autodeterminación, puesto que entonces tenían que deshacerse de “posesiones” que supuestamente eran parte de sus propios territorios; pero estos mismos poderes -empezando por Francia y Gran Bretaña- difícilmente podían resistir las quejas de la gente y las presiones ejercidas tanto por los Estados Unidos como por la URSS para acabar con el colonialismo.
Actualmente, las reivindicaciones nacionalistas siguen siendo un hecho y nos recuerdan la fragilidad de las fronteras de un país y cuán fácilmente éstas pueden ser desafiadas; las reivindicaciones populares -y a veces populistas- en Cataluña, Kurdistán y Biafra (Nigeria) son sólo unos cuantos ejemplos de las diferentes reivindicaciones de autonomía y/o independencia que prevalecen en todo el mundo, ya sea dentro de la Unión Europea (Escocia, Flandes, el País Vasco…), en Europa (Kosovo, Cáucaso…), en Asia (Tíbet, Filipinas, Paquistán…), en África (Níger, Mali, Somalia…), en el continente americano (Canadá, Estados Unidos) o en la región de MENA (Sahara Occidental, Cabilia, Irán, Iraq, sin olvidar a Palestina).
Es demasiado pronto para determinar si hemos entrado en una “era post-Westfaliana”; las naciones estado siguen siendo uno de los principales actores del sistema internacional, la soberanía interna y su resultado externo son aún principios que no pueden negociarse, y las Naciones Unidas deben garantizar la integridad legal de estos países. Los estados pueden ser fallidos, colapsados, débiles o fuertes, pueden enfrentarse a movimientos culturales, religiosos, étnicos o políticos separatistas o autónomos, pero su existencia como nación reina por ahora.
Aún tenemos que ser conscientes del doble rasero del enfoque que erróneamente adoptamos cuando tratamos de posicionarnos hacia las reivindicaciones nacionalistas contemporáneas. De hecho, visto desde un punto de vista Europeo, las reivindicaciones populares por un cambio de régimen, así como las conectadas al derecho de las comunidades a la autodeterminación, son generalmente bienvenidas con simpatía, siempre y cuando no contradigan, al menos, los intereses nacionales; así es cómo la independencia del Sur de Sudán fue aclamada por “Occidente” en 2011, mientras que el referéndum de independencia de Escocia en 2014 fue recibido con menos entusiasmo.
Mientras los gobiernos europeos nunca criticaron con vehemencia el derecho de los kurdos a dirigirse hacia su independencia, la organización por los kurdos iraquíes de un referéndum el 25 de septiembre de 2017 -y el hecho de que más de un 92% de los votantes respaldaran la independencia entonces- no llegó realmente a ocupar titulares en la Unión Europea. Tener a la Cataluña española organizando su referéndum la misma semana explica en parte esta postura; también el hecho de que hubiera sido contradictorio para los europeos mostrar satisfacción cuando los kurdos iraquíes están celebrando su referéndum de independencia, mostrando al mismo tiempo una actitud opuesta hacia un proceso similar que está sucediendo en la Cataluña Europea.
Las naciones estado dominan, y esto sigue siendo hasta ahora un principio para las relaciones internacionales; pero esto no significa que podamos negar la existencia de reivindicaciones nacionalistas y populares que no harán más que crecer, tanto dentro como fuera de las fronteras de la UE. El asunto catalán expresa bien nuestras contradicciones como europeos; nos muestra hasta qué punto seguimos creyendo que mientras “nuestras” fronteras nacionales sean sagradas, aquellas que pertenezcan a otros países -y, generalmente, no occidentales- están abiertas a modificaciones.
Como resultado de nuestra mente inconsciente, esta postura nuestra termina aportando más argumentos a los que acusan a los “occidentales” de ver el mundo a través de lentes neocoloniales. Después de todo, “nosotros” como europeos y como occidentales terminamos perdiendo credibilidad y lucidez, y esto contribuye a tener el peligro en casa.
04/10/2017. © Todos los derechos reservados