Texto y foto: Antonio Colmenar.
A 8 kilómetros de la localidad de Sangüesa, en lo que se llama la Navarra media, se alza imponente la fortaleza medieval de Javier, cuna de san Francisco Javier, cofundador de la orden de los jesuitas, patrón de Navarra, de la vida misionera y del turismo en España por su formidable aventura en el siglo XVI por tierras exóticas y peligrosas del Lejano Oriente, desde la India hasta Japón entre piratas malayos y samurais nipones.
La silueta dibujada por las torres almenadas del castillo de Javier corta el horizonte. Erigida sobre roca viva, este lugar congrega cada año a principios de marzo a miles de navarros en la popular peregrinación conocida como la ‘Javierada’.
Un puente levadizo introduce a los turistas en un mundo de torres, mazmorras, matacanes, troneras y saeteras, y le permitirá conocer el lugar donde nació san Francisco Javier en 1506. Este castillo nació como torre de señales y vigilancia entre los siglos X y XI. En torno a esta Torre del Homenaje o San Miguel se fueron añadiendo estancias debido a la existencia del agua fresca de su aljibe.
El polígono delantero alojaba estancias señoriales y el trasero se habilitó para bodegas, graneros y otros servicios. En 1516, el cardenal Cisneros ordenó arrasar los muros exteriores que rodeaban la fortaleza tras la anexión del Reino de Navarra a las posesiones de Castilla y Aragón, así como desmochar las torres, cegar los fosos con las piedras de las almenas, inutilizar los matacanes y saeteras y destruir los puentes levadizos.
El enclave quedó inutilizado hasta que en 1892 y 1952 se realizaron obras de restauración que le devolvieron su aspecto actual. La visita a la capilla permite admirar la bella imagen de nogal del Santo Cristo, del siglo XIV, que según la tradición sudó sangre en los momentos difíciles de la vida de San Francisco Javier, la última vez, el día de su muerte.