Shaun Riordan
Consultor principal de Aurora Partners
El reciente atentado en Londres generó la oleada habitual de indignación moral de todas las corrientes políticas. Se elogió a la policía y las fuerzas de seguridad, como correspondía. Los medios dedicaron a hacer desesperadas especulaciones sobre quién, cómo, qué y por qué, además, de cuáles serían las consecuencias. Ha habido llamamientos a reforzar los poderes de vigilancia de la policía y los servicios de inteligencia. Sin menospreciar la pena y el sufrimiento de las familias de los fallecidos y los heridos, necesitamos tener cierta perspectiva en medio de todas estas emociones.
El terrorismo no es la mayor amenaza contra la seguridad y el bienestar de los europeos en la segunda década del siglo XXI (quizá lo sea para los turcos, los iraquíes o los sirios, pero esa es otra historia). Hay menos atentados terroristas y menos muertes debidas al terrorismo que en los 70 y 80, en pleno apogeo del IRA provisional, ETA, las Brigadas Rojas y Baader-Meinhof.
El terrorismo islámico ha matado en el Reino Unido a la mitad de personas que los atentados del IRA solo en la isla de Gran Bretaña (sin contar, ni siquiera, con Irlanda del Norte), y la mayoría de esas víctimas lo fueron en un solo gran atentado. En parte, esto se debe a los esfuerzos de los servicios de seguridad y la existencia de medios de vigilancia más avanzados, que ha hecho que cada vez sea menor la sofisticación de los atentados. Pero también se debe a que la amenaza es menor. En Gran Bretaña, hoy, existen muchas más maneras de morir de muerte no natural que por el terrorismo islámico.
Hay que subrayar esa menor sofisticación de los atentados terroristas islamistas en Europa desde hace un año, aproximadamente. Una vez más, esto se debe, en parte, a los servicios europeos de inteligencia y seguridad, no solo a que el autoproclamado Estado Islámico (también llamado Daesh) haya cambiado de táctica. A esta organización le encantaría que las células que controla directamente siguieran llevando a cabo complejos atentados con armas y bombas.
Esas acciones son la mejor propaganda, refuerzan más la moral de los combatientes del Estado Islámico en Irak y Siria y crean más terror en las sociedades occidentales. Pero da la impresión de que, en estos momentos, no tiene la capacidad de hacerlo. Por eso ahora vemos más atentados rudimentarios cometidos por individuos que tienen poco o ningún contacto directo con Daesh, y que, si bien se lo ponen muy difícil a los servicios de seguridad, no causan unas matanzas tan terribles ni con tantas víctimas (el horror de Niza es una excepción).
[hr style=»single»]
«El terrorismo no es la mayor amenaza contra la seguridad de los europeos»
[hr style=»single»]
No cabe duda de que a la policía y los servicios de seguridad les interesa resaltar el peligro del terrorismo islámico, porque les da justificación para aumentar sus presupuestos y sus plantillas (es curioso que el terrorismo no fuera una preocupación de los servicios de seguridad mientras pudieron justificar su existencia por la Guerra Fría). Les permite tratar de obtener autorización para vigilarnos cada vez más, tanto si de verdad es necesario como si no.
Hace mucho aprendí que, en Whitehall, “seguridad” es la palabra mágica que puede servir para justificar u obtener prácticamente de todo. Parece extraordinario que la policía y los servicios de seguridad tengan unos poderes de vigilancia más amplios y más invasivos que en los 70 y 80, en el peor momento de la campaña del IRA provisional en las islas y en plena Guerra Fría contra la Unión Soviética. Y ahora no cabe duda de que pedirán más.
27/03/2017. Puede continuar leyendo este artículo en esglobal