Montse Guasch
Psicóloga
Se ha escrito y hablado mucho sobre los rasgos del buen diplomático. Pero ¿Qué dice la psicología al respecto? Nos gustaría mostrar los resultados de los estudios de los rasgos realizados por los psicólogos Costa y McCrae, para ver cuáles facilitarían una diplomacia exitosa. Los rasgos son esas características estables de la personalidad que, según estos estudiosos, se agrupan en cinco grandes variables:
1/ La “apertura” se podría traducir como curiosidad. Cuando un diplomático es abierto, quiere aprender sobre el mundo, sus culturas y sus gentes; comprender mejor las características del país de acogida. Si la persona, además de ser abierta tiene una buena capacidad analítica, esto acentuará su perspicacia y capacidad estratégica. La apertura actúa como una recogida de información y el análisis rescata la información relevante en cada situación, ayuda a intuir nuevas oportunidades, cuándo y con quién se debe negociar, puede quitar obstáculos o detectar futuros éxitos y fracasos.
2/ Un carácter tranquilo, sosegado y emocionalmente estable ayuda a enfrentarse mejor a situaciones estresantes sin alterarse o aturdirse. Costa y McCrae lo llaman “neuroticismo” del tipo bajo. Esto será muy necesario en contextos interculturales, dadas las dificultades que se pueden generar por las diferentes formas de entender la vida (Ver el artículo La Comunicación Intercultural, publicado en The Diplomat in Spain). Tomar conciencia de las diferencias culturales de una sociedad ahorra al diplomático muchos disgustos personales y a la larga facilita una carrera más exitosa.
3/ Cuando el rasgo de la responsabilidad es alto, implica un alto sentido del deber, de autodisciplina y de orden, todos ellos factores que permiten conseguir buenos resultados en las negociaciones. En ocasiones, la posición del diplomático es delicada porque debe atender a los intereses nacionales de su país y a la vez los intereses del país de acogida. Hacer de intermediario entre dos partes, puede llevarle a situaciones de compromiso personal porque puede no estar de acuerdo con las directrices encomendadas y tener que analizar con prudencia cómo se posiciona frente a sus interlocutores.
En la medida que sea responsable y fiel a sí mismo e informe claramente sobre los riesgos o las consecuencias desagradables, por duras que sean, ganará en credibilidad y fiabilidad. Tener opiniones tibias siempre será un signo de falta de confianza en sí mismo y eso puede llevarle a perder credibilidad.
4/ La amabilidad es el rasgo que muestra la capacidad de cooperación y empatía con los demás. En lenguaje diplomático esto se traduciría en atender a todos los agentes participantes en un diálogo, tener una actitud conciliadora y una buena capacidad de escucha activa. La escucha es activa cuando el interlocutor siente que su mensaje ha sido escuchado y entendido. Esto es indispensable en la comunicación intercultural porque mantiene el diálogo en las negociaciones, minimiza las confusiones y permite la resolución de posibles conflictos. Pero el diplomático debe tener cuidado, pues la amabilidad no puede ser excesiva. Es bueno que deje claro que hay unos límites que no pueden sobrepasarse.
La amabilidad empieza con el personal de la embajada. El embajador sabe que una buena embajada necesita buenos contactos para funcionar y el staff que lleva más tiempo en el país anfitrión tiene mucha información y contactos relevantes que pueden serle útiles para su cometido. El embajador es el líder del equipo y el responsable de conseguir que la embajada funcione, pero en la medida que esté en contacto directo con su equipo y escuche sus aportaciones, no sólo mejorará la interacción colaboradora sino que también obtendrá información indispensable.
5/ Por último, la extroversión facilita el buen hacer del diplomático. Esta cualidad se traduce en un carácter sociable, asertivo, hablador, cordial, alegre, enérgico y optimista.
Costa y McCrae agrupan los rasgos esenciales de la personalidad en la apertura, neuroticismo, responsabilidad, amabilidad y extroversión. Desde aquí hemos querido mirar la cualidad de estos rasgos que facilitarían una buena diplomacia. Dicho esto, no olvidemos que todas las personas son singulares y probablemente ningún diplomático poseerá un perfecto equilibrio entre todas las cualidades arriba citadas. En ese sentido, es positivo conocer estos factores y saber dónde están los puntos fuertes y débiles de cada persona, para así poder mejorar el desempeño.
24/02/2017. © Todos los derechos reservados