Eli Cohen
Abogado y analista político
Un mito muy extendido ha hecho fortuna en el imaginario colectivo desde finales de los 70: que la política exterior de EE UU, especialmente en Oriente Medio, ha estado determinada por el lobby pro Israel, más comúnmente conocido como lobby judío, una denominación que está aún bajo un intenso debate.
En este sentido, en 1996, J.J. Goldberg, actual director de Forward, la revista de referencia de los judíos estadounidenses progresistas —la inmensa mayoría, como veremos más adelante— escribió el libro El poder judío, en el cual daba cuenta de que, desde el cambio de política de la Administración Nixon en Oriente Medio tras la guerra de Yom Kippur, el lobbyjudío ha desempeñado además un “papel de liderazgo en la formulación de la política estadounidense en temas como los derechos civiles, la separación de la Iglesia y el Estado y la inmigración, guiado por un liberalismo [progresismo en sentido anglosajón] basado en una compleja mezcla de tradición judía, de la experiencia de la persecución y de interés propio”. La influencia de los grupos de presión judíos ha sido incuestionable, y están más que orgullosos de ello: ese era su propósito.
Sin embargo, tras el acuerdo nuclear con Irán firmado el 15 de julio de 2015, y sobre todo, tras la abstención de EE UU en la Resolución 2334 del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas el pasado 23 de diciembre, que condenaba los asentamientos israelíes en Cisjordania y definía a Jerusalén Este como territorio ocupado, ha quedado patente que el lobby judío, y las distintas organizaciones que lo conforman, no tiene la posición ni el poder que le dieron en su día J. J. Goldberg y más recientemente John Mearsheimer y Stephen Walt en su famoso libro El lobby israelí y la política exterior de EE UU.
Ciertamente, en los últimos ocho años, el lobby proisraelí en EE UU ha fracasado en muchos de sus objetivos y está atravesando un proceso de transformación que lo cambiará para siempre.
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El apoyo incondicional a Israel ya no es un asunto por encima de las políticas de los dos grandes partidos
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El activismo político de los judíos en EE UU empezó a principios del siglo XX —el decano de los grupos de presión judíos es el Comité Judío Americano (AJC en sus siglas en inglés) fundado en 1906. Desde que los judíos fueron llegando a la nueva tierra prometida, entendieron rápidamente que los grupos de presión o lobbies eran un engranaje básico de la democracia estadounidense, a diferencia de Europa, donde no están aún tan normalizados.
Se pusieron manos a la obra, y en palabras del periodista del New York Magazine Jonathan Chait, se implicaron en política de forma desproporcionada a su masa social, con un fervor casi religioso. Los judíos, pues, formaron organizaciones, lideraron debates políticos, supieron marcar agendas, acudieron a votar activamente y aportaron fondos a las campañas electorales.
Desde el principio, el leitmotiv de los grupos de presión judíos fue el Estado de Israel. El sionismo ha sido para los judíos estadounidenses como el movimiento por los derechos civiles para la comunidad negra. La inmensa implicación de los judíos en política iba mayoritariamente dirigida a lograr que el apoyo al Estado de Israel en EE UU fuera unánime y por encima de las diferencias partidistas, lo que en inglés se define como bipartisan.
Aunque las organizaciones judías también han estado muy implicadas en la defensa de los derechos humanos, en la lucha contra la pobreza y otras causas no conectadas con el sionismo, encabezadas por el AIPAC (Comité de Asuntos Públicos Estados Unidos-Israel), el más importante de todos los lobbies proisraelíes en EE UU, tuvieron éxito en su propósito. No en vano, en 2001, la revista Fortune situaba al AIPAC como el cuarto grupo de presión más poderoso de Washington, por detrás de la Asociación Nacional del Rifle, la ARRP y la National Federation of Independent Business. En 2011 Business Pundit incluía a los grupos de presión pro Israel entre los 10 más poderosos de EE UU.
10/01/2017. Puede seguir leyendo este artículo en esglobal