Texto y foto: Eduardo González
Murcia, capital de una de las regiones más luminosas de España, también tuvo su propio Siglo de las Luces, y la plaza del Cardenal Belluga, sede de la Catedral y el Palacio Episcopal, da buena cuenta de ello.
Presidiendo la escena, la Catedral destaca desde todos los ángulos de la plaza. Antigua mezquita convertida en templo cristiano en el siglo XIII bajo la advocación de Santa María, el edificio tuvo hasta tres fachadas, gótica, renacentista y barroca, entre los siglos XVI y XVIII. La tercera, la que permanece, fue proyectada por Jaime Bort y apadrinada por el Cardenal Luis Antonio de Belluga, aquel obispo de Cartagena que abrazó la causa de Felipe V durante la Guerra de Sucesión antes de recibir el cardenalato y finalizar sus días en la Curia de Roma.
Construida entre 1736 y 1754 y considerada la última gran obra del barroco español, la fachada principal (o imafronte) de la Catedral es un verdadero retablo de relieves y estatuas, con la Coronación y la Asunción de la Virgen y el milagro de la Cruz de Caravaca como motivos más destacados. Se dice que para su construcción se utilizaron más de mil pinos procedentes de Moratalla, cuyos pinares quedaron prácticamente arrasados.
A su vera, se encuentra el Palacio Episcopal. Construido a mediados del siglo XVIII en plena fiebre urbanística de Murcia, el palacio combina la austeridad de su planta rococó con la delicadeza italiana de su fachada, con elementos manieristas que recuerdan algunas de las soluciones que había concebido Miguel Ángel Buonarotti para el Palacio Farnese de Roma.
En resumidas cuentas, la Plaza del Cardenal Belluga, peatonal y turística, siempre animada y luminosa, tremendamente fotogénica gracias a la Catedral y al Palacio Episcopal y rematada en uno de sus extremos por un edificio anexo del Ayuntamiento construido por Rafael Moneo, es, como dirían los lugareños, “mu bonica”.